Obsesión Del Diablo

Obsesión Del Diablo

Primera etapa: Negación

Estuve buscándola por horas con mis pies moviéndose sobre las casas, apenas y tocaba los techos. Siempre que lo intentaba empezaba con la adrenalina recorriéndome, y al final del día la emoción se esfumaba. Mientras más avanzaba, la ciudad se ampliaba debajo, estaba concentrado en cada detalle, examinaba a cada persona con dedicación, pero la monotonía de siempre empezó a nublar mis pensamientos. En poco tiempo, cuando el cielo se volvía anaranjado, me quedé reposando en uno de los árboles, pensé que así facilitaría mi búsqueda. Todos los humanos lucían como bichos desde allí, consideré generar caos entre ellos, algo que disfrutaba y se me daba bastante bien, pero tenía algo más importante que hacer.

Mis ojos volvieron a escanear el escenario hasta que se clavaron en un pequeño punto que, a pesar de estar lejos, logró captar mi interés. Me bajé para encaminarme hacia él, conforme entré en su panorama, un aroma exótico se mezcló en mis fosas. La había encontrado. Después de mucho, de buscar entre tantas y estudiar desde lejos a las otras mortales insípidas, por fin di en el blanco. Ella estaba perdida con la vista hacia algo que no lograba divisar desde ahí. Se mantenía en calma y a mí me pareció ver cómo soltaba su propio brillo. Me acerqué más a su ventana hasta notar que, en realidad, estaba viendo la televisión. Incluso su rostro llamaba demasiado la atención.

Mi mente acababa de ser revuelta por su figura. Desvié mi vista, era de esperarse que me removiera los sentidos, después de todo eso era lo que me había atraído hasta ahí, en primer lugar. Pero no podía dejar que pasara tan fácilmente, yo era alguien superior, no podían impresionarme de esa forma desde el primer momento. Estuve un rato pensando en eso hasta que me decidí por aparecer frente a ella. No necesitaba ser intimidante, mi sola presencia hablaba por sí misma.

Le sonreí con malicia y burla, había tanta calma que el entorno me ayudaba con el propósito, pero mi voz rebotó en eco por toda su sala. No se inmutó, y mi orgullo se hirió por ello. Tenía la cabeza levantada, mirándome como si fuera un payaso sin gracia, incluso le oí chistar los dientes.

—¿Y tú qué? —fue todo lo que necesité escuchar para quedar totalmente incrédulo.

Tenía unos ojos verdes tras el vidrio de sus lentes, que al mirarme hicieron que se me alterara algo por dentro, aunque no sé muy bien qué. En su mirada pude notar cierto semblante oscuro. Se veía muy agotada y le rodeaban sentimientos de desánimo que yo podía percibir. Traté de ignorarlo, no estaba aquí para ser su psicólogo, así que ni siquiera intenté leerle la mente.

—¿Te asusté? —pregunté.

Me observó con fastidio y luego agitó su mano frente a mí.

—¿Podrías moverte de en medio? Estoy ocupada viendo algo.

Giré hacia el televisor y luego hacia ella de regreso. Su voz demostraba que estaba más irritada que temerosa, y eso me estaba fastidiando. Me senté en el mueble que tenía a su costado cuestionándome si había perdido el toque. ¿Por qué me daba tan poca importancia? Hasta yo me habría alterado si fuera ella. Se supone que yo tenía que haberla hipnotizado con mi encanto, pero estaba siendo más bien un poco al revés.

—Deberías verme a mí en lugar de ver esa cosa y mostrarte tan aburrida.

—La verdad es que no tengo ganas de aguantar estas tonterías —sostenía el control remoto en la mano.

Se inclinó hacia el piso para tomar una botella que estaba bajo la mesa. Cuando terminó de servirse una copa, me apoyé para sujetarla entre mis manos, mientras hacía movimientos circulares con el líquido que tenía dentro. Es por eso que sentía que estaba arrastrando ligeramente las palabras, sumándole la expresión apagada y además su mal humor, tal vez no era que yo había hecho algo mal, es que ella estaba atontada con licor. Y no quedaba casi nada.

—Por lo que veo, ya te has llevado unas cuantas.

La miré de reojo, no me prestaba atención. Tenía el cabello despeinado e incluso así sentía se me hacía difícil apartarle la vista. Se recostó.

—¿Eres alcohólica?

—¿Te mandaron a investigarme? —preguntó con desdén.

—Qué apática —espeté—. Un poco mal de tu parte que ni siquiera me estés dando un mínimo de atención.

Estaba decepcionado, esperaba que se desquiciara o que empezara a rezar al verme, no esto. Me puse a analizar y no, en toda mi existencia no tenía registro de que alguien hubiese reaccionado así.

En eso pensaba cuando vi que giraba su cabeza lentamente hasta mí, tal cual muñeca diabólica. Encima me robaba el rol principal.

—¿Quién rayos eres tú?

No pude evitar soltar una risa. Creo que solo era lenta, no había necesidad de culpar al alcohol. Me balanceé hacia ella para tomar sus lentes, miré a través de ellos. Se estaba quedando ciega, la pobre.

—Estoy algo ofendido de que no tengas idea de quién soy. ¿No adivinas a quién tienes cerca?

—¿Debería?

—¿Acaso no tengo el nivel de un príncipe?

—¿Príncipe? —se estaba riendo.

Nunca había dudado de mi palabra, ¿también había perdido mi brillo de persuasión?

—¿Y por qué te ríes de eso?

—Alguien no está muy bien de la cabecita —su risa se apagó tan pronto como vino y fue reemplazado por su ceño fruncido—. O quizá soy yo —tomó la botella para verla de cerca.

Lo vi en su mente, le estaba echando la culpa al alcohol. Nunca entendí por qué los mortales se lo tomaban por gusto, el sabor era desagradable y era el modo más lento que habían descubierto para matarse lentamente. Y lo sabían.

—¿Piensas que soy una alucinación?

—Aunque —se detuvo a pensar—. Una muy molesta, si me lo preguntas, y que no me deja ver mi programa.

—¿No crees que yo soy mucho más interesante que eso?

—Lo que creo es que me estoy volviendo loca.

—Y si soy parte de tu imaginación, ¿no me estás imaginando muy atractivo?

—Ash, además de molesto eres arrogante.

Tan grosera la señorita. Volví a sentarme, un poco más cerca a ella, sintiendo el aroma cheesecake de fresas que desprendía. Siguió mirando la pantalla, creo que ni siquiera la estaba viendo realmente, pero el simple hecho de demostrar que me ignoraba, me molestaba 

— Por lo que veo, tu vida es bastante sencilla, ¿no?

Se llevó la copa llena de vino hacia los labios, extendí mi mano para detenerle y me miró con rabia.

—¿Terminó de molestar la alucinación? Me está empezando a doler la cabeza.

Se estaba cayendo de sueño.

—Ya te dije que no soy una alucinación. Y sinceramente, me importa poco si te estoy incomodando.

—Bueno, dime quién eres —dijo.

—Un demonio.

Se quedó callada mientras procesaba. Y se echó a reír con nerviosismo.

—Definitivamente necesito dejar el alcohol.

No podía ser que no viera que tenía a la perversidad personificada en frente y además se siguiera riendo.

—Y, don demonio —continuó—, ¿tiene usted nombre propio?

Pensé que al mencionarlo, ahora sí me reconocería.

—Mi nombre es Azazel.

—Ok, Azazel —me equivoqué, no le importó en absoluto—. ¿Qué es lo que buscas aquí?

Preguntó, dejándose caer en el mismo sofá.

—Buscaba un poco de entretenimiento, pero ya veo que contigo no funciona.

Bostezó. ¿Le estaba aburriendo yo? Recostó su cabeza en el respaldo.

—Es tarde, y tengo sueño, así que no es un buen momento. Vuelve luego.

Movió su mano con un ademán de desinterés y comenzó a cerrar los ojos.

—Tienes una vida muy aburrida, ¿verdad?

Pero para cuando yo terminé mi pregunta, ella ya no me escuchaba, y finalmente se durmió. Como dije, aburrida.

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