Theo Greco es uno de los mafiosos más temidos de Canadá. Griego de nacimiento, frío como el acero de sus armas y con cuarenta años de una vida marcada por sangre y traiciones, nunca creyó que algo pudiera sacudir su alma endurecida. Hasta encontrar a una joven encadenada en el sótano de una fábrica abandonada.
Herida, asustada y sin voz, ella es la prueba viviente de una pesadilla. Pero en sus ojos, Greco ve algo que jamás pensó volver a encontrar: el recuerdo de que aún existe humanidad dentro de él.
Entre armas, secretos y enemigos, nace un vínculo improbable entre un hombre que juró no ser capaz de amar y una mujer que lo perdió todo, menos el valor de sobrevivir.
¿Podrá una rosa hecha pedazos florecer en los brazos del Don más temido de Toronto?
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Capítulo 17 – El Jardín de Invierno
La mañana llegó tímida, filtrada entre las pesadas cortinas de la mansión. Afuera, Toronto se movía en su caos habitual, coches cruzando avenidas, personas corriendo hacia sus vidas, pero allí dentro, el tiempo parecía obedecer solo a un hombre: Theo Greco.
Bajó los peldaños del pasillo con pasos firmes, cigarro entre los dedos y la mente tomada por pensamientos que insistían en pesar. Desde que escuchó el nombre completo de ella, Naya Eleni Markovic, algo dentro de él había cambiado. Ya no era solo una sobreviviente, no era una pieza rota más que debía mantenerse en silencio. Era alguien con historia, alguien arrancado de sí misma. Y eso, para Theo, marcaba toda la diferencia.
Cuando empujó la puerta de la habitación, la encontró sentada al borde de la cama, aún con la mirada distante, los dedos temblorosos jugando con el dobladillo de la manta. Sus ojos se alzaron despacio, y él sintió de nuevo ese impacto silencioso que empezaba a volverse rutina. Había miedo, sí, pero también algo más… expectativa.
—Ven conmigo. —dijo, sin dejar espacio para negativas.
Ella vaciló un segundo, pero terminó levantándose. La ropa limpia caía suelta sobre su cuerpo aún frágil, pero había dignidad en cada paso incierto. Él no ofreció el brazo, no intentó guiarla. Solo caminó delante, permitiendo que fuese elección de ella seguirlo. Y ella lo siguió.
El pasillo los llevó hasta un ala lateral de la mansión. Guardias abrieron puertas pesadas y, a cada paso, la sensación era la misma, Naya caminaba por territorios que no le pertenecían, pero que de algún modo estaban abiertos para ella. El miedo era constante, pero no había cadena ni atadura. Solo la sombra de él, inmensa, que al mismo tiempo la amenazaba y la protegía.
Cuando la última puerta se abrió, la sorpresa casi le cortó la respiración.
El jardín de invierno se extendía ante ella como un refugio inesperado. Altas paredes de vidrio dejaban entrar la luz del sol en haces dorados, iluminando hileras de plantas exóticas, arbustos bien cuidados, orquídeas suspendidas en macetas de hierro trabajado. El aire era húmedo, cargado del perfume verde de la tierra viva. En el centro, un camino de piedras conducía hasta un banco de mármol, rodeado de rosas rojas que parecían desafiantes como fuego.
Naya se detuvo en la puerta, los ojos muy abiertos. Había pasado tanto tiempo en oscuridad y concreto que la visión casi dolía. Un soplo de viento fresco le tocó el rostro, y cerró los ojos por un instante, como quien reaprende a respirar.
Theo la observaba en silencio, aspirando lentamente el cigarro. Verla reaccionar a la vida, incluso de forma tan contenida, lo conmovía más que cualquier batalla.
—Creí que necesitabas aire. —dijo, sin apartar los ojos de ella— Este es el único lugar de esta casa que no huele a sangre ni a pólvora.
Naya dio algunos pasos, los pies vacilantes sobre el suelo de piedra. Con cada planta que veía, parecía recordar algo distante, como memorias que no alcanzaba a tocar. Se acercó a las rosas rojas, extendió la mano y casi rozó un pétalo, pero se retiró. El miedo aún hablaba más fuerte.
—Es… bonito. —susurró, la voz baja, pero lo bastante clara para que él la oyera.
Theo soltó el humo, observando la espiral desvanecerse bajo la luz dorada.
—La belleza no suele durar en mis manos. —comentó, pero había una sombra de amargura oculta en la frase.
Ella volvió el rostro hacia él, los ojos curiosos. Theo no desvió la mirada.
—¿Sabes cómo llegué aquí? —preguntó y, por primera vez, no parecía estar dando una orden, sino ofreciendo otra parte de sí.
Naya vaciló, pero negó con la cabeza. Theo caminó hasta el banco de mármol y se sentó, apoyando los codos en las rodillas. Sus ojos se perdieron en algún punto más allá del jardín, demasiado lejos para verse.
—Tenía veinte años cuando salí de Grecia. No me fui porque quise… me obligaron. Mataron a mi padre frente a la familia. La mafia turca lo tomó todo. La única elección era huir o ser enterrado junto con él. —Aspiro una calada lenta del cigarro— Terminé en Toronto porque era lo más lejos que podía llegar sin sentirme exiliado del mundo.
Ella lo escuchaba en silencio. Había algo extraño en ver a aquel hombre, siempre tan frío, abrir fisuras en su propia muralla.
—Empecé pequeño. Peleas callejeras, contrabando barato, favores sucios. Poco a poco, cada deuda que cobraba se convertía en territorio. Cada hombre que caía, yo ocupaba su espacio. Hasta que ya no hubo competencia. —Una sonrisa amarga le cruzó el rostro— Levanté mi imperio sobre cadáveres, y cada piedra de esta mansión costó sangre.
Calló unos segundos, dejando que solo el sonido de la fuente al fondo llenara el aire. Naya sintió un escalofrío. Por primera vez, tenía un atisbo del precio que la ciudad pagó para que ese hombre llegara donde estaba.
Entonces Theo volvió el rostro hacia ella, enfrentándola de frente.
—Eso es lo que soy. —dijo, simple, casi como una sentencia.
Naya no respondió de inmediato. Las palabras se le quedaron atrapadas. Caminó despacio hasta sentarse en el otro extremo del banco, manteniendo distancia, pero aceptando compartir el espacio. El perfume de las rosas quedaba entre ambos.
—Yo… —empezó, con la voz temblorosa— No soporto las puertas cerradas con llave.
Theo la miró, sorprendido por el arranque. Naya mantenía los ojos bajos, los dedos apretando la tela de la falda.
—Cuando oigo girar la llave… siento que vuelvo allí. Al sótano. —Respiró hondo— A veces creo que sigo presa, incluso aquí.
El silencio entre ellos fue denso. Theo aspiró el cigarro, pensativo. Enseguida arrojó la punta encendida al suelo y la aplastó bajo la suela del zapato. Se levantó sin decir nada.
Ella lo siguió con la mirada, asustada por la reacción. Pero, en lugar de alejarse, él se acercó.
—Ven. —ordenó.
Naya se levantó, vacilante, y lo acompañó por el pasillo hasta su habitación. Su corazón se aceleraba, cada paso era una incertidumbre. Cuando entraron, Theo hizo una seña a Nikos, que ya aguardaba.
—Quiero que quiten la cerradura de la puerta de su habitación. Ahora. —dijo, categórico.
Nikos parpadeó, sorprendido.
—Don… sin cerradura, no hay control…
—Dije que la quites. —cortó Theo, fulminándolo con la mirada— Sustitúyanla por sensores. Si alguien intenta entrar, lo sabré. Pero ella no va a vivir en una prisión.
Nikos no discutió. Asintió y salió a encargarse.
Naya permaneció quieta, sin creer lo que había oído. Sus ojos se humedecieron y, por unos segundos, no pudo mover los labios. Cuando al fin alzó el rostro, encontró los ojos de Theo. Y, por primera vez, no vio solo al monstruo del inframundo. Vio al hombre que, aun hecho de hierro y sangre, decidió abrir una brecha para ella.
—¿Por qué? —preguntó, con la voz entrecortada.
Theo se acercó, deteniéndose a pocos pasos.
—Porque la protección no tiene que ser prisión. —respondió— Y porque ya tuviste demasiadas cadenas.
Naya parpadeó, y una lágrima le corrió por la mejilla. No intentó ocultarla. Solo la dejó caer.
Él la miró unos segundos, en silencio. Luego se volvió para salir, retomando el semblante frío que era su armadura. Pero el impacto ya estaba hecho. Naya respiró hondo, tocó la puerta y supo que, en ese gesto, Theo Greco le había dado más que seguridad. Le había devuelto un pedazo de humanidad.
Y cuando volvió los ojos hacia él, ya no veía solo al verdugo implacable. Veía al hombre que, quizá sin darse cuenta, empezaba a llevarla consigo.
me gustó como se fue desenvolviendo la protagonista
un pequeño detalle, cuando atraparon a Stefano no hubo concordancia, ya que al principio decías que estaba de rodillas amarrado a la silla y al final escribiste que estaba atado a una columna
te deseo muchos éxitos y gracias por compartir tu talento
👏👏👏👏👏👏👏👏💐💐💐💐💐💐
💯 recomendada 😉👌🏼
De lo que llevas ....traes.... 🤜🏼🤛🏼
estás muerto !!??!!!