Renacer Entre Cenizas... La Venganza De Issabelle.

Capítulo 8

Alianzas peligrosas.

De vuelta en su asiento, Issabelle cerró los ojos un instante. Su mente trabajando a toda velocidad para establecer estrategias y multiplicar la suma recién conseguida.

La subasta reinició. La voz del subastador resonó:

“¡Cuatrocientos mil, cuatrocientos mil…”

Pero Issabelle ya no la escuchaba. En su mente, se desplegaba un plan más ambicioso: reconstruir sus dominios, saldar deudas, arrastrar consigo cada vestigio de aquel pasado que antes la había asfixiado.

Un empleado se acercó y le entregó un sobre negro con sello de lacre. Issabelle lo abrió: era un informe preliminar sobre el terreno adquirido. Datos de suelo, proyecciones de desarrollo, mapas satelitales.

Sonrió. El préstamo de Giordanno no era sólo dinero: sería la llave para transformar aquel terreno en oro.

Tomó nota mental de cada línea. Dentro de tres años, pagaría con creces. Pero antes, dilataría el misterio que la rodeaba, envolvería a Enzo y a su familia en un laberinto de incertidumbre mientras ella ascendía, imparable.

Y en algún rincón oscuro de aquella sala, Giordanno Lombardi la observaba de reojo. Tal vez preguntándose si, tras esa máscara de serenidad, latía un corazón capaz de desafiarlo… y de fascinarlo.

Issabelle bajó las escaleras de la sala de subastas con paso firme. Sus tacones resonaban sobre el mármol como un metrónomo decidido a marcar el ritmo de su nueva vida.

Al llegar a recepción, alzó la vista y vio a Enzo inclinado junto a Eva, conversando en voz baja. Ella sonrió con aire triunfal al encontrar la mirada de Issabelle, y luego, con un gesto sutil, tomó el brazo de Enzo y se alejó.

Issabelle contuvo el impulso de fruncir el ceño. Respiró hondo, y notó cómo el corazón le latía en el pecho, no por la cólera, sino por la certeza de que todo formaba parte de su plan.

“Déjalos ir”, se dijo en su mente. “La partida de Enzo solo hará que su regreso sea más dulce.”

—¿Ves? —susurró Eva, con voz melosa—. Te dije que esta tarde iba a ser inolvidable.

—Lo es —respondió Enzo, desviando la mirada hacia la puerta por donde Issabelle acababa de pasar—. Pero… ¿por qué parece tan tranquila?

Eva rio, y su risa fue una daga para Issabelle, aunque ella no lo supo en ese instante. Se mantuvo impasible mientras cruzaba la puerta giratoria, aferrándose al informe del terreno como a un talismán.

Al subir al taxi, Issabelle cerró la puerta y apoyó la cabeza contra el reposacabezas, cerrando los ojos un momento. El zumbido de la ciudad la envolvía con su promesa de oportunidades. Sabía que Eva había ganado una batalla menor; ella, ganaría la guerra.

Mientras se dirigía a casa, repasó mentalmente los datos del informe: suelos arcillosos en el costado este, perfectos para bodegas subterráneas; un pequeño humedal en el oeste, ideal para un jardín botánico de lujo; tres posibles inversores interesados en financiar el primer proyecto de viviendas ecológicas. Cada idea brillaba ante sus ojos como piezas de un tablero de ajedrez.

A la mañana siguiente, Issabelle se vistió con un traje sastre marino, blusa de seda color marfil y tacones negros de charol. Su reflejo en el espejo le devolvió la imagen de una mujer dueña de su destino. Se colocó un collar sencillo de plata y sus labios pintados de un rojo discreto.

Cuando salió del dormitorio, se encontró con Enzo en el vestíbulo. Él estaba sentado en el sofá, las piernas cruzadas, leyendo un periódico como si aquel piso fuera suyo y no el refugio de ella.

Issabelle se detuvo en seco.

—¿Desde cuándo se ha vuelto tan… hogareño? —se preguntó para sí misma y quiso seguir su camino, pero antes de ponerse en marcha Enzo le habló.

Sus ojos oscuros se suavizaron un instante, pero luego recobraron su dureza habitual.

—¿Desde cuándo haces tratos millonarios sin consultarmelo?

Issabelle contuvo el impulso de reírse en su cara. Sólo se limitó a alzar una ceja. Caminó hacia la puerta, agitando la mano con tranquilidad.

—Buenos días, Señor Milani. Tengo una reunión.

Él plegó el periódico y lo dejó a un lado.

—No tan rápido —dijo, poniéndose de pie—. Quiero entender cómo… ¿Cómo es que has pagado cien mil dólares? No me ha llegado ningún informe de cobro.

Issabelle se quedó junto a la puerta, una mano apoyada en el marco. Su pulso estaba sereno, el latido contenido por una coraza de autocontrol.

Su celular vibró dentro de su gabardina, lo sacó para ver la notificación que había llegado.

》Pago recibido: 100,000 USD

Concepto: Cuota completa – Subasta Terreno 248-B

Issabelle dejó escapar una sonrisa ligera. Cerró los ojos un instante y luego, con una mirada implacable observó a Enzo.

«Eficaz, Lombardi —pensó—. Muy eficaz»

Sintió una oleada de orgullo mezclada con un placer sutil: Giordanno cumplía su parte, y ella cumpliría la suya.

Había forjado una alianza que ni Eva ni el mismo Enzo podían imaginar.

—De donde haya salido el dinero de mi deuda no es un tema que pondré sobre su mesa, señor Milani. Lo único que importa es que encontré la forma de cancelar esa deuda. ¿No era eso lo que quería usted y su... aprendiz?

Enzo se acercó a ella. Sus labios se curvaron en una mueca extraña: parte alivio, parte celos al recordar como ella sonreía tan amablemente a la pantalla de su celular.

—Puedo saber... —musitó—. ¿Quién es tu nuevo socio?

Issabelle guardó el celular nuevamente y se apoyó contra el marco de la puerta.

—Podrías decir que sí —contestó—. Aunque, realmente, me sorprende que le importe saberlo.

El silencio se extendió entre ellos. Enzo la miraba con intensidad, como intentando descifrar a la mujer que tenía en frente.

Issabelle percibió en su mirada una chispa de algo más profundo: la atracción y la sospecha entrelazadas.

—Claro —dijo él por fin—. Siempre quise verte llegar lejos. Solo… esperaba ser parte de ese viaje.

Ella esbozó una media sonrisa.

—Hay espacio para muchos pasajeros, señor Milani. Solo que hay personas que no saben como ganarse ese boleto.

Él la contempló un momento mientras ella se daba vuelta y caminaba hacia la salida.

El sonido de sus tacones se apagó al alejarse por el pasillo, dejando a Enzo en el vestíbulo, con el periódico doblado en la mano y el corazón ardiendo de celos y... esperanza. Quizás.

Afuera, la ciudad bullía como un hormiguero de oportunidades. Issabelle descendió en el garaje, subió a su coche y, antes de arrancar, rozó el volante con los dedos y cerró los ojos un momento.

“Este es solo el comienzo”, pensó.

Y mientras el motor rugía, su mente ya diseñaba el siguiente movimiento: alianzas, proyectos, sorpresas. Porque sabía que la calma era solo la antesala de la tormenta que ella misma desataría.