Amaris creció en la ciudad capital del magnífico reino de Wikos. Como mujer loba, fue entrenada para proteger su reino por sobre todas las cosas ya que su existencia era protegida por la corona
Pero su fuerza flanquea cuando conoce a Griffin, aquel que la Luna le destino. Su mate que es... un cazanova, para decirlo de esa manera
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Deseos en la Sombra
Amaris estaba recostada en su cama, mirando el techo de la pequeña casa que le había dado el Señor feudal. No podía dejar de pensar en Griffin. Desde la primera vez que lo había visto en el mercado, algo en su interior había cambiado. Sabía lo que significaba. Su lobo interno lo había reconocido de inmediato: él era su mate. Pero Amaris, en lugar de sentirse reconfortada, solo sentía una creciente frustración.
Había sido esquiva durante su primera conversación. No quiso decirle su nombre, ni revelarle mucho de sí misma. La misión era más importante que cualquier cosa, y ella no podía permitirse distracciones. Sin embargo, el vínculo de mate la arrastraba hacia él con una fuerza casi física, como si su lobo la empujara a estar cerca de él, a reclamarlo. Pero Griffin no lo sabía, y lo peor de todo es que probablemente nunca lo entendería. Después de todo, los lobos eran un mito olvidado, casi una leyenda entre los humanos.
Jerko, el beta más viejo de la manada, le había advertido. “Tu lobo sabe que él no es virgen, por eso el dolor. Quieres marcarlo, hacerlo tuyo y que nadie más lo tenga.” Las palabras de Jerko resonaban en su mente. Había mates en la manada, pero ninguno priorizaba su vínculo sobre la misión. Entonces, ¿por qué ella se sentía tan diferente? ¿Por qué cada vez que escuchaba hablar de Griffin, su loba interna se retorcía de celos después de no verlo por 4 dias?
Amaris apretaba los dientes, furiosa con el destino que la diosa Selene le había asignado. ¿Por qué debía ser un humano? ¿Por qué alguien que no entendía la profundidad del vínculo que ella deseaba? Quería exclusividad, que Griffin solo la viera a ella, que sus ojos verdes—esmeraldas que brillaban en la oscuridad—estuvieran siempre sobre ella, y solo ella. Pero el mundo de Griffin era muy distinto.
El nombre de su mate, Griffin, no tardó en llegar a sus oídos. Corría entre las mujeres del mercado, entre risas y murmullos, mientras los soldados apostaban sobre su próxima hazaña. Era una leyenda viva, el único cazador de recompensas en Amanecer. Incluso su manada había quedado sorprendida al escuchar las historias sobre él en las tabernas: cómo derrotaba hordas de bandidos, cómo salía victorioso en batallas imposibles. Sin embargo, lo que más enfurecía a Amaris eran los susurros sobre su fama como amante. Historias de mujeres que hablaban de su habilidad en la cama, de su resistencia incansable, y de cómo ningún hombre podía interrumpir su pasión sin enfrentarse a su ira. Sentía que una parte de él ya no le pertenecía, y eso la desgarraba por dentro. Quería que Griffin la viera solo a ella, que olvidara a todas las demás.
A veces, los miembros de su manada habían tenido que detenerla cuando su loba amenazaba con salir al escuchar tales relatos. Los celos la consumían, y el deseo de marcar su territorio era insoportable. Quería restregar su piel contra la de Griffin y demostrarles a todos que él le pertenecía. Pero sabía que no podía dejarse llevar por sus impulsos animales. El secreto de su naturaleza debía mantenerse oculto. Los lobos eran un mito, y su misión con la nueva guardia del señor feudal no permitía distracciones.
La idea de entablar amistad con él era peligrosa. Pero Amaris sabía que debía intentarlo. Necesitaba controlar sus emociones, dominar a su lobo, y asegurarse de que nada interfiriera con la misión que les había encomendado el Señor feudal. Sin embargo, la próxima vez que lo viera, tendría que acercarse a él de una manera diferente. Griffin había mostrado interés en ella durante su primer encuentro. No fue un interés normal; era como si hubiera algo en ella que lo intrigara, algo que no podía comprender. Ese vínculo invisible los unía de una manera que él no conocía, pero que sentía.
Al día siguiente, Amaris decidió regresar al mercado, sabiendo que probablemente lo encontraría allí porque no conocía su hogar. La esperanza de encontrarlo nació cuando escucho a algunas mujeres hablar de él en la calle. Necesitaba actuar con cautela, no dejarse llevar por sus impulsos. Mientras caminaba por las calles de Amanecer, su mente luchaba entre el deber y el deseo. Cuando llegó al bullicioso mercado, sus ojos lo encontraron casi de inmediato. Griffin estaba allí, revisando algunas mercancías, charlando con un comerciante como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo.
Amaris respiró profundamente y se acercó, sus pasos calculados, su corazón latiendo con fuerza. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, lo saludó con una leve inclinación de cabeza, manteniendo su rostro neutral.
—Veo que sigues explorando el mercado —dijo ella, su voz tan serena como pudo. Griffin levantó la vista, y sus ojos verdes la examinaron brevemente antes de que una sonrisa ligera curvara sus labios.
—Y tú sigues sin decirme tu nombre —replicó con esa curiosidad latente en su tono. —¿Vas a seguir siendo un misterio o finalmente me lo dirás?
Amaris sintió un nudo en el estómago. Parte de ella quería ser honesta, pero la otra sabía que aún no era el momento. Sonrió, pero mantuvo el enigma.
—Tal vez algún día lo descubras, cazador.
Griffin alzó una ceja, divertido. Era obvio que disfrutaba el juego, pero había algo más en su mirada. Había algo en Amaris que lo desafiaba, algo que lo mantenía interesado, aunque no podía precisar qué.
—No pareces como las demás mujeres de este pueblo —comentó él, apoyándose en un barril cercano—. Tienes algo… diferente.
La sangre de Amaris se enfrió al escuchar eso. Griffin no sabía cuán cerca estaba de la verdad, y eso la ponía en alerta. Su lobo interno se agitaba, deseando salir, deseando reclamarlo, pero Amaris lo mantuvo bajo control.
—Todos tenemos secretos —respondió, manteniendo la mirada fija en la suya—. Pero algunos son más importantes que otros.
Griffin la observó un momento más, sus ojos verdes intentando descifrarla. Finalmente, se encogió de hombros y cambió de tema.
—¿Te interesa alguna mercancía o solo vienes a pasear?
Amaris aprovechó la oportunidad para distender la conversación. —Estaba buscando algunas hierbas para curar heridas. Mis compañeros y yo hemos tenido algunas jornadas difíciles últimamente.
—¿Compañeros? —Griffin la miró con más atención—. Te suelo ver sola, aunque supongo que era obvio que eran más teniendo en cuenta que son la guardia del Feudal
Amaris asintió. Sabía que tarde o temprano tendría que darle más información, pero no podía revelar la verdad. —Somos un grupo bastante grande. Hemos estado trabajando en esta zona por ahora, limpiando las áreas más peligrosas. Aunque he oído hablar de ti —comentó con cautela, sin sonar demasiado interesada—. Algunos dicen que eres el mejor cazador de recompensas de la región.
Él sonrió de lado, con esa arrogancia que tanto lo caracterizaba, pero no de una manera desagradable, sino como alguien que sabía su propio valor.
—Y algunos más exageran las historias. Aunque, no me quejo.
Amaris río suavemente, aunque por dentro sentía el impulso de marcarlo ahí mismo, mostrarle que él no era solo un cazador para ella, sino su destino. Pero en lugar de eso, decidió mantener el tono ligero.
—Quizá haya algo de verdad en esas historias —dijo ella—. A veces, los rumores tienen una base.
Griffin la miró con curiosidad, como si intentara descifrarla. Era como si mirara una rompecabeza
—Bueno, si los rumores son ciertos, entonces deberías comprarme una cerveza algún día para escuchar las historias completas —dijo en tono de broma, aunque no quitaba la idea del todo de su mente.
Amaris sonrió más ampliamente, su corazón latiendo con fuerza. No estaba segura si era su lobo o ella misma quien ansiaba pasar más tiempo con él, pero la idea de tenerlo cerca le hacía sentirse viva.
—Tal vez lo haga —respondió, mirando hacia el puesto de bebidas al otro lado del mercado—. De hecho, ¿qué te parece ahora?
Griffin pareció sorprendido por su audacia, pero no iba a rechazar una invitación tan directa. Además, tal vez lograría sacarle al fin su nombre, ya que parece que ella conoce el suyo
—Vamos —aceptó, haciendo un gesto para que lo siguiera.
La conversación continuó durante un rato más, y aunque el vínculo de mate tiraba de Amaris cada vez más, se obligó a mantener la calma. Sabía que no podía permitirse el lujo de perder el control, no cuando había tanto en juego. La misión, la manada, todo dependía de que ella mantuviera la cabeza fría.
Cuando finalmente se despidieron, Amaris sintió una extraña mezcla de alivio y anhelo. Había logrado mantener una fachada, pero sabía que no podría seguir así por mucho tiempo. El vínculo entre ellos era fuerte, y su lobo se impacientaba cada día más. Sabía que eventualmente tendría que tomar una decisión: seguir con su deber o ceder a los deseos de su lobo y su propio corazón.