Ayelen lo entrego todo por amor, pero termino marcada por la humillación y el rechazo.
Expulsada de su manada, tuvo que criar sola a sus gemelos. Mientras el mundo licantropo la señala como traidora.
El destino la lleva a encontrarse con el rey lobo frío y maldito, cuya herida no solo está en su cuerpo, también en su alma. Entre tratamientos y silencios empieza a descubrir un lazo entre él y sus gemelos.
Lo que parecía un nuevo comienzo se convierte en un juego de poder, secretos familiares y tradiciones.
¿Podrá renacer como la gran luna, frente a las manadas o volverá a ser destruida por quienes mas odian verla brillar?
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La familia de Ayelen
Explicaré un poquito de la familia de Ayelen será importante para próximos capítulos.
El apellido de Hernan Montes pesaba como un estandarte dentro de la manada, era el mejor guerrero de su generación, respetado incluso por sus rivales y temido por cualquiera que se atreviera a enfrentarlo. Desde joven, había demostrado una fuerza inquebrantable y un temple qué lo llevó a comandar a los suyos en incontables batallas. A su lado estuvo Lidia, su primera compañera, una alfa de corazón noble y de carácter feroz,juntos formaban un equilibrio perfecto. La estrategia y la disciplina de Hernán con la intuición y la fiereza de Lidia.
De ese amor nacieron tres hijos, el mayor Ramiro, herencia viva del temple de su padre, serio, disciplinado, con un sentido del honor tan rígido que a veces se confundía con frialdad. Su gemelo, Pedro, compartía la destreza guerrera, pero en él latía un espíritu más ligero, con bromas siempre en la lengua y una sonrisa lista incluso en los entrenamientos más duros. Entre ambos había una hermandad indestructible, un vínculo forjado tanto en el campo de batalla como en las largas noches compartidas en la infancia.
Ayelen llego años después, la más pequeña, la sorpresa que iluminó el corazón de Lidia, a diferencia de sus hermanos, su fuerza no radicana en el filo de la espada ni en la presión de la garra, sino en la sensibilidad de una omega, y la dulzura qué heredó de su madre. Con ella aprendió a mirar más allá del deber y la guerra, sin embargo esa dulzura sería también su carga.
la tragedia golpeó a la familia cuando Lidia murió, la manada la lloro como se llora a los verdaderos líderes, pero para Ayelen la pérdida fue devastadora. Tenía apenas edad suficiente para recordar la calidez de su abrazo y desde entonces la ausencia de su madre se convirtió en un hueco imposible de llenar. Hernan, marcado por el dolor, juró no volver a amar.
Y, sin embargo, lo hizo...
Celeste apareció en su vida en el momento más inesperado, era una beta de apariencia rueda, de voz firme y gesto severo. Muchos la juzgaron de inmediato como fría, incluso ambiciosa, pero pocos supieron que aquella dureza era apenas una coraza. Ella también había perdido demasiado y había aprendido a sobrevivir mostrando espinas, Hernán encontró en esa fortaleza un refugio, y en su compañía, una manera de no sucumbir al vacío que lo carcomía.
El matrimonio fue aceptado con reservas dentro de la manada, no todos podían comprender como el gran guerrero había pasado de una alfa venerada a una beta de carácter áspera. Pero Hernán no se dejó guiar por rumores, necesitaba estabilidad para sus hijos, y Celeste parecía dispuesta a dársela.
Un año después llego Maria, hija de Celeste y Hernán, era beta como su madre, desde niña mostró un carácter envidioso, incapaz de tolerar que otros recibieran más atención qué ella. Observaba a Ramiro y Pedro entrenar con la admiración de toda la manada y aquello le llenaba de celos, disfrazados de indiferencia, En Ayelen veía una rivalidad silenciosa, la pequeña, con su ternura natural, solía ganarse sonrisas incluso de los guerreros más duros.
La relación entre Ayelen y su madrastra nunca fue sencilla, Celeste en su afán de protegerse del dolor, había levantado muros a su alrededor.
Donde Ramiro y Pedro recibían ordenes directas y reconocimiento por sus avances avances, Ayelen solo encontraba miradas críticas y exigencias imposibles. No porque fuera debil, sino porque Celeste no sabía cómo tratar a alguien tan distinta a ella. La dulzura de la joven le recordaba lo frágil qué podía ser el corazón y eso era algo que ella no podía permitirse mostrar.
Ayelen recibió la educación de un omega, no podía entrenar, sus tareas estaban relacionadas con el hogar, sus altas calificaciones en sus estudios le permitirán ingresar a la universidad, para estudiar fisioterapia, amaba ayudar a otros.
----Debes aprender a ser fuerte, el mundo no tendrá compasión de ti, y deja de soñar con el lazo de pareja solo son cuentos de ancianos, --- le repetía Celeste con voz dura a Ayelén.
Ramiro, en su seriedad, defendía a su hermana cuando las críticas eran demasiado duras, Pedro, más risueño, solía interponerse con bromas o distracciones para suavizar la tensión. Pero Ayelen sentía, una y otra vez que debía ganarse un lugar en una familia donde la fuerza parecía ser la única moneda aceptada.
Marisa, en cambio, disfrutaba de cada tropiezo de su hermana, alimentaba en secreto los temores de Ayelen, recordándole constantemente que era "la más débil de la casa", o que jamás estaría a la altura de Hernán. Frente a su padre se mostraba obediente y casi servicial, pero cuando las miradas se apartaban, dejaba ver el filo venenoso de sus palabras.
Hernán, aunque lo sospechaba, nunca alcanzaba a ver con claridad el alcance de esas crueldades.El peso y la responsabilidades como guerrero lo mantenía la mayor parte del tiempo lejos, y al regresar su corazón preferiría aferrarse a la ilusión de que su familia seguía siendo unida. El dolor de haber perdido a Lidia aun lo perseguía, reconocer que su hogar era un terreno fracturado era un golpe que no estaba dispuesto a encajar.
Ver a Ayelén era ver a su amada Lidia, su hija era su vivo retrato, solo que no poseía esa fuerza de alfa.
Así creció Ayelén, entre el cariño incondicional de sus hermanos, la severidad incomprendida de su madrastra y la honestidad abierta de su hermanastra Marisa. Su padre, aunque la amaba parecía un gigante distante, más preocupado en forjar guerreros que por escuchar las dudas de su hija Ayelén.
En las noches cuando la manada dormía, Ayelen solía escapar al claro donde su madre le había enseñado las primeras historias sobre la luna.
Allí, bajo el manto de estrellas, encontraba el único lugar donde podía llorar sin miedo a ser juzgada. Sabía que dentro de la casa sus lágrimas eran vistas como debilidad.
El corazón de Ayelén era noble, pero estaba marcado por la contradicción, deseaba la aprobación de su padre y de su familia, pero al mismo tiempo sentía que nunca sería suficiente. Sus hermanos la protegían como podían, pero no podían cambiar la manera en que Celeste la miraba ni el veneno constante de Marisa.
El tiempo pasaba y con el crecía también la tensión, la sombra de Lidia seguía presente en cada rincón de la cada, aunque nadie lo dijera en voz alta. Hernán jamás dejo de llevar un amuleto qué había pertenecido a ella, y Ayelen, cada vez que lo veía, comprendía que nunca sería reemplazada en su corazón. Quizá esa era la raíz del resentimiento de Celeste, vivir siempre comparada con un fantasma.
La familia de Ayelen era un reflejo de la manada, fuerza, ambición, heridas ocultas y secretos que nadie quería nombrar. Allí en ese hogar partido entre lealtades y silencios, la joven aprendió a sobrevivir, no con la brutalidad de un guerrero, sino con la resiliencia de alguien que, a pesar de todo, se negaba a dejar de soñar.
Porque en el fondo, aunque nadie más lo creyera, Ayelen llevaba dentro la herencia de su madre, no era débil, sino la más valiente, la única capaz de mirar al dolor de frente y aun así conservar la ternura. Y esa sería, tarde o temprano la chispa que entendería su verdadero destino.
Ya empiezan con la cizaña..... a qué Señora es que llaman ??? .... La Luna de Hendrix está viva ???
y confíe en ella y la proteja ahora vien esa ama de llaves a quien llamó espero no sea otra piedra en el zapato si a si ya tienen bastantes enemigos como para que salgo otro más