Patricia Álvarez siempre ha creído que con trabajo duro y esfuerzo podría darle a su madre la vida digna que tanto merece. Esta joven soñadora y la hija menor más responsable de su familia no se imaginaba que un encuentro inesperado con un hombre misterioso, tan diferente a ella, pondría su mundo de cabeza. Lo que comienza como un simple encuentro se convierte en un laberinto de secretos que la llevará a un mundo que jamás imaginó.
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Perdiendo el control
Punto de vista de Alejando
Después del lamentable incidente con la madre de Patricia y la posterior partida de Daniela, la vida no le dejó otra opción. Patricia tuvo que venir a vivir a mi apartamento, y, aunque sé que es egoísta, no pude evitar sentir una chispa de alegría. Ella estaba destrozada, pero para mí, esta era la oportunidad perfecta para sanar la distancia que nos separaba.
El primer día, ella salió a buscar un nuevo lugar. No la detuve. No la persuadí. Quería que viera por sí misma lo difícil que era encontrar un sitio, y, como esperaba, un día se convirtió en dos, luego en cuatro, y antes de que nos diéramos cuenta, ya llevábamos un mes bajo el mismo techo.
A veces, por la noche, la escuchaba llorar, y me partía el alma. Otras, la oía hablando con mi hermana, fingiendo una tranquilidad que no tenía, solo para no preocuparla. Cada vez que yo llegaba, el aroma de su perfume inundaba mis sentidos, y el apartamento se sentía como un verdadero hogar. Me estaba acostumbrando a llegar y tener a alguien esperándome.
Esa noche, como muchas otras, nos sentamos a cenar. Patricia había insistido en cocinar para mí, según ella, para "pagar su estancia".
—¿Cómo te fue en la universidad? —le pregunté casualmente.
—Bien. Me encanta la carrera, aunque todavía no llevo mucho.
Su sonrisa fue tan genuina que pensé que su etapa de depresión estaba llegando a su fin.
—Me alegro mucho por ti. Cuando te gradúes, espero que vengas a trabajar en mi empresa. Sería un honor tener a alguien tan talentosa en mi equipo —dije, sintiéndome completamente sincero.
—Ya has hecho mucho por mí, pero creo que te tomaré la palabra. Sería un honor trabajar en una empresa tan prestigiosa —respondió con una sonrisa radiante.
—Eres tan hermosa —murmuré, mirándola fijamente. Sus mejillas se tiñeron de un suave rosa.
—Deja de decir tonterías y mejor come. La cena se va a enfriar.
Esta mujer me estaba cambiando. Era hermosa, inteligente y tenía un corazón noble. Aún tenía la esperanza de que un día me dijera que sí.
—¿Qué te parece si después de la cena nos tomamos una copa de vino y seguimos conversando? —propuse.
—La última vez que bebí licor perdí el control. Mejor solo tomamos té.
Sonreí al recordar aquella noche en la que fue completamente mía. Aún podía saborear su piel en mi boca.
—Está bien. No quiero que te "descontroles" y termines aprovechándote de mí —bromeé, riendo.
—¡Ya quisieras! —respondió, levantándose para recoger los platos.
—Déjalo. Yo lo hago. Ya hiciste bastante con cocinar.
—Tranquilo, yo lo hago.
Mientras intentaba quitarme el plato de la mano, se le resbaló y cayó al suelo, rompiéndose en mil pedazos. Estaba tan nerviosa que se agachó rápidamente y se cortó el dedo con uno de los vidrios.
—¿Estás bien? —pregunté, ayudándola a levantarse. —Ven al fregadero, esa herida se puede infectar.
—Estás siendo muy dramático. Es solo una pequeña cortada, no pasa nada —dijo, tranquila, como si fuera un simple rasguño. Pero para mí, era mucho más.
—¿Me estás llamando dramático? Sabes que puedo castigarte por eso —dije, jugando con su mano bajo el agua.
—No, para nada. Usted, señor Montenegro, no es nada dramático —dijo, riendo.
Su risa llenó el espacio. De repente, su mirada se encontró con la mía, y se quedó seria. Sin poder controlarme, acaricié su rostro. Para mi sorpresa, ella no me rechazó.
—¿Qué está haciendo, señor Montenegro? —preguntó, su voz temblando mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
—Tu piel es tan suave... Al igual que tus labios —murmuré, rozando sus dulces labios con mis dedos.
Tomó mi mano y la llevó a su boca, besando suavemente el dorso. En sus ojos vi el mismo deseo que vi aquella noche.
Sin pensarlo más, la tomé en mis brazos y la coloqué suavemente sobre la mesa de la cocina. Me adueñé de sus labios con una necesidad desesperada. Sus gemidos suaves invadieron mis oídos, pidiéndome más.
—Te extrañé tanto —susurré en su oído.
—Yo también.
Volvimos a besarnos. Mis manos se movieron bajo su camisa mientras sus piernas se enredaban en mi cintura. El movimiento de nuestras caderas era una invitación a ir más allá. Con desesperación, nos despojamos de la ropa que cubría nuestros cuerpos, cayendo en un frenesí de pasión.
No solo nuestros cuerpos se entregaron; nuestras almas clamaban por estar juntas, como si siempre hubieran sido una sola.
Terminamos la noche en mi habitación, dándole rienda suelta a nuestra pasión hasta el amanecer. El cansancio nos venció, y finalmente nos quedamos dormidos, abrazados.
Desperté con el aroma de la mujer más hermosa del mundo en mi piel. Sonreí al recordar la noche maravillosa que habíamos tenido. Notando que ella aún dormía, decidí prepararle el desayuno. Quería sorprenderla.
La cocina no era mi fuerte, así que solo hice lo que sabía: unas tostadas, fruta picada y jugo de naranja. Tomé una de las rosas que había en un florero y llevé el desayuno a la cama, dejándolo en la mesa de noche. Me incliné sobre ella y la desperté con un suave beso.
—Déjame dormir —dijo perezosamente.
—Despierta, dormilona, es hora de desayunar —susurré en su oído.
Abrió los ojos y una sonrisa apareció en sus labios.
—Esto tengo que verlo —dijo, riendo.
—Tú cocinas mucho mejor que yo, así que no te burles.
—Es perfecto. Gracias —dijo, y me dio un beso antes de empezar a comer.
—Despacio, que te puede hacer daño.
—Lo siento, es que tengo mucha hambre —dijo con la boca casi llena.
—Claro, si anoche, señorita, perdió el control y no estaba bajo los efectos del alcohol...
Sus mejillas se ruborizaron, haciéndola lucir aún más hermosa. Un sentimiento extraño se instaló en mi pecho, queriendo que este día no terminara nunca.
Que buena está la novela