Un Príncipe En Mi Habitación

Cuando Arianna salió de la empresa, el cielo comenzaba a teñirse de naranjas apagados. El atardecer parecía anunciar una noche pesada. Se dirigió a su mansión con el corazón latiendo con fuerza, presa de una ansiedad que no lograba disimular. Apenas bajó del auto, uno de los empleados le informó que el doctor Osorio la esperaba en la entrada.

El médico, de mediana edad, cabello salpicado de canas y una expresión grave en el rostro, la saludó con un leve asentimiento.

—Señorita Lauren —dijo con voz seria—. Su estado es estable. Las heridas eran graves, pero logré estabilizarlo. Aun así… necesito hacerle una pregunta.

Arianna lo miró directamente, preparándose para lo inevitable.

—Diga.

—Ese hombre… —hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas— parece haber sido torturado. Y no me refiero a un incidente reciente. Algunas de esas cicatrices llevan meses, quizás años. ¿Qué le pasó? ¿Quién es él?

Arianna sostuvo su mirada durante un segundo que pareció eterno. Por dentro, todo su cuerpo gritaba que aquello no debía estar ocurriendo. Caleb era un personaje. Su personaje. Uno que había creado con cuidado en su novela, dándole una historia trágica y oscura: el hermano menor del príncipe, traicionado por su propia familia y encerrado en una celda durante años, torturado por órdenes de su propio hermano mayor. Solo logró escapar gracias a un soldado leal, aunque malherido y al borde de la muerte.

Nunca imaginó que lo que escribía con fines dramáticos podría volverse real.

—Doctor Osorio… —dijo, con voz controlada—. Le pagaré el doble por su discreción. Nadie de mi familia puede enterarse de lo ocurrido, ¿me entiende?

El médico dudó un instante, pero finalmente asintió. Estaba acostumbrado a secretos de ricos y poderosos, y Arianna Lauren pagaba lo suficiente como para no hacer preguntas.

—Volveré mañana para revisar su evolución —dijo antes de retirarse.

Arianna subió las escaleras con paso rápido pero silencioso. Se detuvo frente a la puerta de su habitación, tomó aire y la abrió con cuidado. Dentro, el ambiente estaba en penumbra. La cama vacía le erizó la piel. Dio un paso al interior.

De pronto, sintió una presión en la cintura. Unos brazos fuertes la atraparon por detrás y algo frío rozó la piel de su cuello.

—¿Qué demonios…? —soltó, paralizada.

—¿Quién eres? —gruñó una voz ronca, quebrada, cargada de desconfianza—. ¿Qué lugar es este?

Arianna tragó saliva, su pulso desbocado.

—Puedes soltarme —susurró—. No te haré daño.

—Quiero respuestas —repitió él, con firmeza.

—Te las daré —dijo despacio—. Pero necesito que me sueltes primero, Caleb.

Hubo un silencio tenso. Un segundo. Dos. Luego el cuchillo descendió con lentitud y los brazos la liberaron. Arianna se giró despacio, encontrándose de frente con él.

Sus ojos estaban inyectados, la barba crecida, el rostro demacrado por la fiebre y el dolor. Pero su mirada… su mirada seguía siendo la misma que ella había descrito cientos de veces: intensa, desconfiada, como la de un lobo herido.

—¿Cómo sabes mi nombre? —murmuró él, dando un paso atrás.

Arianna lo observó, sintiendo que la realidad se desmoronaba con cada segundo.

—Porque… —dijo en voz baja, temblorosa— yo te creé.

Caleb frunció el ceño, sin entender.

—¿Qué dijiste?

Arianna dio un paso hacia él, con lágrimas amenazando en sus ojos.

—Tú no deberías existir, Caleb. No aquí. No en este mundo…

Y entonces supo que había cruzado una línea imposible. Su historia ya no era solo tinta y papel. Era carne, sangre… y consecuencias.

Caleb no bajó la guardia de inmediato, pero sus manos temblaban, y el cuchillo terminó cayendo al suelo con un leve clac. Sus ojos no se apartaban de los de Arianna, como si buscara descifrar si estaba frente a una enemiga… o a una diosa.

—¿Qué estás diciendo…? ¿Cómo que me creaste? ¿Quién eres tú realmente?

Ella no respondió de inmediato. Se inclinó con cautela, recogió el cuchillo y lo dejó sobre la cómoda. Luego caminó hasta el escritorio, encendió su laptop y la giró para que él pudiera ver la pantalla.

—Mira —susurró.

Caleb se acercó despacio, todavía desconfiado. Observó el aparato como si fuera un artefacto sagrado. La pantalla iluminaba el rostro de Arianna mientras ella abría un archivo titulado "Lucha por el trono". Dentro, estaban las páginas de la novela… su historia.

—Aquí está todo —dijo ella, haciendo scroll hacia abajo—. Tu nombre, tu pasado… tu encierro, tu escape. Todo lo que te pasó… yo lo escribí.

Caleb se inclinó, leyendo con ojos desorbitados. A cada línea, su expresión se endurecía. Leyó sobre el castigo injusto, sobre los gritos en la celda, sobre el soldado que le ayudó a huir… exactamente como lo recordaba. Pero lo imposible era que esa mujer frente a él también lo supiera.

—Esto es… magia —murmuró al fin—. Brujería antigua. Hechicería de alto nivel.

Arianna soltó una risa temblorosa.

—No soy una hechicera, Caleb. Es solo… tecnología. Una computadora.

Él negó con la cabeza lentamente.

—En mi mundo, solo los sabios del templo o los oráculos podían registrar la historia con tal detalle. Pero tú… tú lo sabías todo. Me describiste con precisión, hasta los sueños. Eso no es solo conocimiento, es poder. Y en mi tierra… eso es magia.

—Es ficción —insistió ella—. O… al menos, eso creía. Pero ahora estás aquí. No sé cómo, pero es real. Tú eres real.

Caleb la miró fijamente. Sus ojos, que minutos antes estaban llenos de desconfianza, ahora reflejaban una mezcla de miedo y asombro.

—Si tú me creaste… ¿puedes borrarme? ¿Matarme con una palabra?

Arianna retrocedió, horrorizada por la idea.

—¡No! Jamás haría eso. Nunca imaginé que lo que escribía podría… traspasar las páginas. No sé cómo ocurrió, Caleb, te lo juro. Solo quería contar una historia… y ahora estás aquí.

Caleb desvió la mirada, intentando comprender un mundo donde las palabras eran puertas, y una mujer común podía ser más temida que un rey o un dios.

—Entonces dime —murmuró al fin—, si tú escribiste mi historia… ¿qué me espera ahora?

Arianna tragó saliva. Esa era la pregunta que ella también se hacía.

—No lo sé —susurró—. Esto… nunca estaba planeado. Tú nunca debiste llegar a este mundo.

Caleb se sentó en el borde de la cama, aún procesando todo. Luego levantó la mirada hacia ella, con una mezcla de ironía y admiración en los ojos.

—Debí haber muerto en aquella celda… y ahora estoy aquí, frente a una hechicera de cabello de fuego, en un castillo de cristal lleno de luces sin fuego.

Arianna sonrió con ternura.

—Está es mi recámara —corrigió.

—Hechicera recámara —repitió él con gravedad, como si fuera un título sagrado.

Arianna no pudo evitar reír. Y aunque el miedo aún latía bajo su piel, por primera vez desde que todo comenzó, sintió que quizás… solo quizás… Caleb no era una amenaza.

Sino el inicio de algo que ni siquiera ella se había atrevido a imaginar.