La Niñera De Mi Sobrino

— Señor Armstrong, su camisa, señor. — Carl entró en la habitación tan pronto como el Doctor se retiró. Daniel extendió las manos y tomó la camisa social de color azul bebé, y se vistió.

Sinceramente, intenté olvidar su semi desnudez. Mientras él hablaba con el Doctor, mi mente estaba jugando con algunas fantasías, muy agradables. Y sinceramente, deseé quitarle esos pantalones, que le quedaban tan perfectos.

Daniel lucía impecablemente guapo, vestido con esa camisa social que delineaba perfectamente su pecho firme. Se acercó a mí, se detuvo frente a mí, levantó mi barbilla haciéndome mirarlo.

— Nos vemos en la cena, señorita Vicente. — dijo, pasando su pulgar por mis labios. Ese toque fue suficiente para que mi cuerpo se erizara.

Miré cómo se cerraba la puerta. Pasé los dedos por mis labios, que aún hormigueaban por el beso que Daniel me dio. Tomé a Arthur en brazos y fui a la sala. Sin embargo, una conversación me detuvo en seco, y mi corazón se apretó en el pecho.

— ¿Qué son esos rumores sobre que estás involucrándote con la niñera de tu sobrino? — exigió saber el señor Edward.

Vi a Daniel sentarse frente a su padre en la sala de estar personal antes de responderle. Daniel no parecía sorprendido, y yo tampoco lo estaba, porque cualquiera que viva en esta mansión es un informante del señor Edward.

— ¿Involucrándome? Eso insinúa un poco de diversión. Puedo asegurarle que no hubo nada divertido. — dijo Daniel explicando todas las circunstancias, incluida la renuncia del Doctor Júlio. Daniel solo no mencionó el beso, y eso sería innecesario. Además, es algo entre nosotros dos.

— ¿Y fue necesario despedir al Doctor?

— Sí, papá. Si no fuera así, no lo habría despedido. — dijo él calmadamente.

— Volviendo al tema de la señorita Vicente, es cierto que en algún momento tendrás que casarte, pero por ahora evita distracciones Daniel. Ahora no es momento para relajarse ni divertirse, las acciones de tu hermano recaen sobre ti, eres el único heredero. Por eso, no quiero que pierdas el tiempo con citas por ahora.

— No estoy saliendo con nadie, papá, y soy consciente de todo eso. — dijo Daniel. — Pero si en algún momento salgo o me caso, Katrina será la mujer perfecta para eso. Y con todo respeto, quiero que esté con nosotros en el funeral.

— No es apropiado. — protestó. — Todos la verían a tu lado y alimentarían falsas especulaciones.

— Estoy en total desacuerdo, papá. Todos saben que Katrina ha sido niñera de Arthur durante muchos años, desde que Andrei estaba vivo.

Sé que no debería estar escuchando conversaciones ajenas, pero no pude resistir la curiosidad y ruego mentalmente que nadie me vea aquí.

— Está bien. Entonces ella puede acompañarnos, pero exijo total discreción de tu parte.

— Está bien. — Daniel salió de allí.

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Una semana después...

Las semanas pasaron como el viento, el funeral tuvo lugar. Hoy han pasado dos días. Todo fue una gran conmoción para ambas familias. El señor Edward convocó una breve reunión y dijo que no quería que mencionáramos más el nombre de Andrei, era un dolor que quería evitar y olvidar, aunque fuera imposible. Y, por supuesto, respetamos su decisión. Después de todo, también está muy enfermo y vive más bajo los efectos de medicamentos para dormir.

En unos días, yo también tendría que tomar medicamentos para dormir, porque no podía cerrar los ojos debido a las fantasías recurrentes con Daniel, que me atormentaban. Daniel estaba llevando su vida, ocupándose de sus trabajos y responsabilidades. Y yo traté de concentrarme en Arthur. Su estado de ánimo oscilaba salvajemente de una hora a otra. A veces lloraba, extrañando a sus padres; otras veces estaba tranquilo y preocupado. Rara vez estaba alegre.

Con tanto trabajo y asuntos empresariales que Daniel tenía que resolver, era difícil verlo por la mansión. Y cada vez que entraba en la habitación, era solo para ver a Arthur, y muchas veces cuando venía, el pequeño estaba durmiendo. Durante este tiempo en el que no lo vi con tanta frecuencia, me sirvió para olvidarlo un poco, y todas las fantasías inapropiadas que tenía con él. Y llegué a la conclusión de que no podía esperar nada más de él.

Aproveché estos días para hacer ejercicio en el gimnasio de la mansión. En uno de los pasillos, había una sala equipada para eso. Aprovechaba para hacer ejercicio cada vez que Arthur dormía una siesta, y aquí estoy. Dejé mi mochila en el banco de madera. Amaba tener acceso a ese espacio, para mí era una forma de escapar.

Comencé a entrenar y minutos después, me detuve para ducharme en uno de los baños allí, saqué una ropa limpia de mi mochila y salí. Pero un ruido, como de un saco de boxeo siendo golpeado, me hizo caminar hasta la sala al otro lado, donde solo los hombres entrenaban. Y allí estaba él: Daniel Armstrong, golpeando el saco de boxeo con tanta fuerza que apuesto a que su mano estaba herida. Vestía una camiseta sin mangas negra y unos pantalones de chándal grises.

Efectivamente, su mano estaba sangrando.

— Eh, no hagas eso. — lo miré, apartándolo de lo que estaba haciendo. Caminé hasta el estante, tomé una venda y cinta adhesiva.

Esta vez Daniel estaba solo, sin guardias de seguridad. Está bien, que quería estar solo, y eso era evidente. Pero lastimarse de esa manera era una locura.

— Daniel, por favor, déjame cuidar tus heridas. — le pedí, viendo sus ojos llenos de ira hacia mí, mi cuerpo temblaba de miedo.

— Vete.

— Me iré, pero cuando me des tus manos para que las cuide, entonces me iré. — lo desafié.

— Sal. — gruñó.

— Tus manos están heridas, ¿no ves? — insistí.

— Mierda, Katrina, esto no fue un pedido, ¿vale? Sal de aquí, es una orden. — gruñó más fuerte.

No pude moverme de allí, él estaba herido, estaba enfadado y la sangre estaba caliente, y sabía que si me daba la vuelta para irme, se lastimaría las manos de nuevo. No puedo permitirlo.

— No puedo permitirte hacer esto contigo mismo. — dije.

— Esto no tiene nada que ver contigo, Katrina. Te he dicho que te vayas.

— Estás enfadado, está bien, pero déjame ayudarte. — lo miré.