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Cuando Era Joven, Me Convertí En Millonario

Cuando Era Joven, Me Convertí En Millonario

Status: En proceso
Genre:Romance / Comedia / CEO
Popularitas:2.7k
Nilai: 5
nombre de autor: Cristián perez

Me hice millonario antes de graduarme, cuando todos aún se reían del Bitcoin. Antes de los veinte ya tenía más dinero del que podía gastar... y más tiempo libre del que sabía usar. ¿Mi plan? Dormir hasta tarde, comer bien, comprar autos caros, viajar un poco y no pensar demasiado..... Pero claro, la vida no soporta ver a alguien tan tranquilo.

NovelToon tiene autorización de Cristián perez para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 19. Coqueteando con Claire Williams

Las luces de Manhattan aún parpadeaban más allá de los ventanales panorámicos del penthouse. Desde allí, Adrián Foster podía ver cómo la ciudad seguía viva incluso después de medianoche, respirando a través del rumor de los autos y el lejano eco del Hudson.

Los paisajes eran hermosos, sí… pero su estómago gruñó con un rugido tan sonoro que el romanticismo del momento se vino abajo.

No había comido casi nada en la fiesta de Ethan, y entre el calor, el alcohol y las risas, su cuerpo pedía algo más real que champaña.

—¿De qué sirve la vista más hermosa del mundo cuando estás muerto de hambre? —murmuró, rascándose el cuello con una sonrisa cansada.

Se levantó del sofá y caminó hacia la cocina, una extensión impecable de mármol blanco y acero brillante. Abrió el refrigerador y encontró de todo: cortes de carne de primera, frutas orgánicas, huevos de corral, verduras frescas… pero no tenía ganas de cocinar nada elaborado a esas horas.

—Nada de chef hoy —dijo en voz baja—. Fideos instantáneos, mi salvación.

Sacó un paquete del estante, pero no se conformó con lo básico. Adrián nunca hacía nada a medias, ni siquiera un simple plato nocturno. Añadió tomates cherry, algo de espinaca baby y una lata de abulón en conserva que encontró en el fondo del refrigerador.

En minutos, el apartamento se llenó del aroma tentador de los fideos. El vapor se elevaba en espirales doradas, y cuando terminó de servirlos, el tazón era digno de una foto de revista gastronómica.

—Hermoso —dijo con tono solemne, contemplando su obra maestra culinaria.

El huevo escalfado relucía como una perla sobre el caldo, y los colores de los ingredientes formaban un mosaico perfecto.

Adrián había probado platos de los mejores chefs del mundo, pero nada superaba el aroma familiar y reconfortante de unos fideos bien hechos en medio de la noche. Dio el primer bocado y arqueó una ceja.

—Nada mal, Foster. Eres un genio. Claire Williams tiene suerte de tenerte de jefe —bromeó para sí mismo, sonriendo.

Mientras comía, desbloqueó su teléfono.

La pantalla iluminó su rostro con un resplandor tenue.

No tenía demasiados contactos en WhatsApp —menos de cien—, la mayoría antiguos compañeros de universidad. Rara vez chateaba con alguien.

Pasó por los estados y publicaciones. Había de todo: fotos de parejas, frases motivacionales, gente que se quejaba de la rutina.

De pronto, una historia de Ethan Morgan apareció en la parte superior. Era una foto del bar de aquella noche: Ethan con dos botellas de vino en la mano, la cara manchada de pastel, flanqueado por dos mujeres impresionantes.

Una de ellas era su novia, Shannon Adams, y la otra… una desconocida de vestido negro, con sonrisa peligrosa y mirada felina.

—Idiota encantador —murmuró Adrián, riendo por lo bajo.

Los comentarios en la publicación eran una mezcla de bromas y reproches:

“Canalla”, “Insoportable”, “No cambias nunca”.

Ethan lo disfrutaba, sin duda. Era un hombre que vivía sin remordimientos, y eso lo hacía tan irritante como entrañable.

Adrián escribió en respuesta:

“No me ensucies el coche.”

Segundos después, Ethan le contestó:

“¿Qué? ¿Ya estás preocupado por mí, hermano?”

Adrián rodó los ojos.

“Cuando lo devuelvas, lávalo y rocíalo con ambientador.”

“¡Sí, señor!” —respondió Ethan con emojis de saludo militar.

Adrián sonrió. La amistad entre ambos era un equilibrio extraño: uno racional y contenido; el otro, puro caos.

Siguió deslizando el dedo por las publicaciones y se detuvo en una foto de su madre, Margaret Foster, sosteniendo a una niña en brazos con expresión tierna.

El pie de foto decía:

“No importa la edad. Lo esencial es casarse y formar una familia. ¡Sin hijos, ni siquiera las residencias de ancianos te aceptarán!”

Adrián se recostó en la silla con un suspiro.

—Mamá, siempre tan sutil…

Escribió un largo mensaje en defensa de la soltería moderna, lleno de argumentos sobre libertad personal, economía y realización individual, pero lo borró antes de enviarlo.

No tenía sentido discutir con Margaret Foster: su madre no hablaba, predicaba.

Ella solo quería que su hijo encontrara a alguien, que no terminara solo. Y aunque él lo entendía, prefería seguir su propio ritmo.

—El amor no se busca —murmuró—, se encuentra. Y Claire… —dejó la frase inconclusa con una sonrisa.

Volvió a mirar su teléfono.

Una nueva historia se había publicado: el nombre de usuario era “DreaminTing”, acompañado de un emoji de corazón y un plato de sushi.

Era el perfil de Claire Williams.

Claire rara vez publicaba algo, y cuando lo hacía, solían ser paisajes o fotos de comida.

Esta vez era una selfie grupal: cuatro mujeres en un restaurante elegante, copas de vino frente a ellas. Adrián reconoció de inmediato a Sarah Parker, su asistente y mejor amiga. Las otras dos no las conocía: una tenía el cabello corto y una mirada fuerte; la otra, rizos dorados y una elegancia madura.

Claire estaba en el centro, con su sonrisa serena y su vestido negro. Su rostro irradiaba calma, pero sus ojos… siempre parecían esconder algo más.

“¿Por qué sigue despierta tan tarde? ¿Y quiénes son esas mujeres?”, pensó Adrián mientras la foto desaparecía de su pantalla.

Sin dudarlo, abrió el chat privado y escribió:

“¿Sigues despierta? ¿Acabas de terminar de trabajar?”

Era una pregunta inocente, aunque detrás se escondía curiosidad genuina.

La respuesta llegó casi de inmediato:

“No, hoy fue el cumpleaños de mi mejor amiga. Cenamos juntas y acabo de llegar a casa. Señor Foster, usted tampoco ha dormido.”

“Me desperté con hambre —respondió él—. Preparé un plato de fideos instantáneos.”

Adjuntó una foto del tazón humeante sobre la mesa de mármol.

“¿En serio? ¿Usted, un jefe tan importante, comiendo fideos instantáneos?”

“¿Y qué crees que debería comer?”

“Podría pedirle a su niñera que le cocine algo. O al menos pedir comida a domicilio. Los fideos no son dignos de un CEO.”

“No tengo niñera —respondió él con un toque de orgullo—. Y mis fideos están perfectos. Mira: abulón, huevo escalfado y verduras frescas. Gourmet al estilo Foster.”

“La vida de los ricos es realmente lujosa —respondió ella con un emoji de risa—. Aun con el estómago lleno, me dieron ganas de comer otra vez. Qué tortura.”

“Apasionada de la comida, ¿eh?”

“¿Cómo lo supo?”

“Intuición.”

“Pues acertó —escribió Claire—. Mi mayor placer en la vida es comer y beber. No hay amor más puro que el amor por la comida deliciosa.”

Adrián sonrió. Luego, con un impulso travieso, envió una ráfaga de imágenes de su galería:

“Trufa blanca de Alba italiana, caviar de Osetra, vieiras al horno, arroz con abulón y pepino de mar, salmón teriyaki…”

Claire tardó unos segundos en responder, pero cuando lo hizo, su mensaje lo hizo reír a carcajadas:

“Aunque seas mi jefe, si estuvieras frente a mí ahora, ¡te mataría! No se le hace eso a una mujer hambrienta.”

La sonrisa de Adrián se amplió mientras miraba la pantalla. Había algo cálido en esa conversación, algo natural. Ya no era el CEO y su gerente; eran dos personas riéndose a medianoche, compartiendo un momento sencillo.

“Jajaja, exageras. Esas delicias no son gran cosa. Solo ingredientes de mejor calidad.”

“Trufas blancas de Alba, 35.000 dólares el kilo. Sí, claro, solo ingredientes de mejor calidad. Qué humildad, jefe.”

“Entonces te invito un día a probarlas.”

El mensaje quedó flotando entre ellos.

Claire no respondió enseguida.

Pero Adrián sonrió, mirando el reflejo de las luces de Manhattan en la ventana.

Sabía que esa charla marcaría el comienzo de algo distinto.

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1
Lilia Salazar
le faltó el final saber si conquistó a la que le gusta o que honda
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