Emma es una mujer que ha sufrido el infierno en carne viva gran parte de su vida a manos de una organización que explotaba niños, pero un día fue rescatada por un héroe. Este héroe no es como lo demás, es el líder de los Yakuza, un hombre terriblemente peligroso, pero que sin embargo, a Emma no le importa, lo ama y hará lo que sea por él, incluso si eso implica ir al infierno otra vez.
Renji es un hombre que no acepta un no como respuesta y no le tiembla la mano para impartir su castigo a los demás. Es un asesino frío y letal, que no se deja endulzar por nadie, mucho menos por una mujer.
Lo que no sabe es que todos caen ante el tipo correcto de dulce.
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Rotos
Emma
–Lo siento tanto, Emma –susurra contra mi mejilla–. No sé… No quise… Lo siento.
Asiento y sigo aferrándome a su abrazo, buscando consuelo. Sonrío por lo extraño de mi día. Antes era yo la que estaba ofreciendo consuelo a mi hijo y a su padre, y ahora, aquí estoy, necesitando consuelo en los brazos de quien menos lo esperé.
Toma mi rostro en sus manos y me obliga a mirarlo.
–Me siento como un pedazo de mierda. Primero asusté a mi hijo, quién es la persona que más amo en todo este puto mundo, y ahora te asusté a ti –se lamenta. Pega mi frente con la suya y respira profundamente–. Estoy haciendo todo mal y no sé cómo hacerlo bien. Nadie me ha enseñado nunca, Emma, pero quiero que tú me enseñes.
–¿Enseñarte qué?
Sus ojos buscan los míos antes de contestar: –Enséñame a amar a nuestro hijo, enséñame a tratarlo de la forma correcta. No quiero volver a ver ese miedo en sus ojos nunca más –susurra haciendo una mueca, como si algo le estuviera provocando mucho dolor–. No quiero que mi hijo pase por lo que yo tuve que pasar.
Coloco la palma de mi mano sobre su mejilla. –¿Qué fue lo que te pasó? –le pregunto, pero de inmediato mira hacia otro lado, huyendo–. Puedes confiar en mí, Renji.
–No puedo decirlo, porque sé que cuando lo sepas querrás alejar a Dylan de mi lado –susurra–. Ese pequeño significa mi mundo entero.
–Para mí también, Renji, y sé cuánto nuestro hijo te ama, no lo alejaré de ti, no si eso le causa dolor –digo–. Pero –agrego cuando recuerdo el miedo en los ojos de mi pequeño–, te juro por lo más sagrado, que, si vuelves a lastimarlo, me lo llevaré a un lugar donde tu violencia nunca pueda alcanzarlo. Dylan merece ser feliz, merece tener todo lo que nosotros no tuvimos.
–Lo sé, y lo siento tanto. No quise lastimarlo.
–¿Qué fue lo que pasó?
Sus ojos descansan en los míos, temerosos. –Me dijo que sus compañeros solían decirle que era adoptado porque no se parece a ti –masculla molesto–. Lo que es una tontería, porque ustedes dos comparten la misma hermosa sonrisa, y la ternura que siento con Dylan es la misma que siento contigo a veces –dice–. Perdí la cabeza. Amo a mi hijo, Emma, no quiero que nadie lo lastime, pero creo que reaccioné equivocadamente, y nuestro pequeño se asustó. Pero te juro que todavía quisiera matar a esos niños que le dijeron eso.
Sonrío porque puedo entender su ira. –No puedes lastimar a un niño, Renji. Los niños son así, dicen cosas sin pensar, y a veces se hieren entre ellos, pero no podemos hacer nada. Esas experiencias harán de Dylan un mejor hombre el día de mañana.
Suspira y vuelve a apoyar su frente contra la mía. –Supongo que tienes razón.
–Ahora, volvamos a ti, ¿qué fue lo que te pasó? –pregunto decidida a entender un poco más al padre de mi hijo–. Tú ya sabes qué fue lo que me pasó a mí. Necesito información para sentir que estamos en equilibrio nuevamente.
Deja caer su frente contra mi cuello y puedo sentir como su cuerpo se tensa debajo del mío. Me sonrojo al darme cuenta de que sigo a horcajadas sobre él. Debería bajarme, pero no quiero romper la burbuja que siento a nuestro alrededor.
–Mis padres –susurra.
–¿Tus padres? –pregunto sin entender–. Están muertos, ¿no?
–Afortunadamente –dice sorprendiéndome–. Ellos…–calla y sacude su cabeza–. Dylan tiene tanta suerte de tenerte como su mamá.
Tomo su rostro y lo obligo a mirarme. –Y también tiene suerte de tenerte como papá.
–Lo lastimé –replica furioso consigo mismo– Dylan merece un mejor padre.
–Dylan tiene al mejor padre –contradigo–. Porque estaría dispuesto a matar con tal de defender a su hijo. Tienes buenas intenciones, Renji, solo tienes que enfocarlas. Dylan es un niño muy tranquilo y nunca se ha visto enfrentado a alguien con tu carácter. Tienes que aprender a controlarte cuando estés con él. Nuestro hijo es muy sensible, todavía no tiene la coraza que nosotros tuvimos que hacer crecer, y me alegra, porque eso significa que no ha sufrido.
–Lo sé. Nunca más perderé la cabeza a su lado –jura tomando mi mejilla en su mano–. Haré lo que sea, Emma, quiero estar en su vida. Él es el mejor regalo que la vida me ha dado.
Sonrío. –Lo sé, me hace sentir igual –digo al pensar en mi pequeño–. ¿Qué pasó con tus padres?
–Ellos solían amarrarme en el sótano –susurra con la mirada perturbada, como si pudiera ver a los demonios, que lo atormentan, frente a él–. Disfrutaban torturándome –termina con una exhalación.
–¿Qué edad tenías?
–El primer episodio que recuerdo vívidamente sucedió cuando tenía cuatro años. Quizá me golpeaban antes, pero no lo recuerdo.
–¿Y tú mamá no hizo nada? –pregunto mientras lo abrazo, tratando de detener el dolor que veo en cada una de sus facciones.
Se ríe amargamente. –Mi madre fue la más cruel y la más creativa a la hora de aplicar los castigos.
–¡Eso es sadismo! –exclamo indignada–. No entiendo cómo una madre puede lastimar a su hijo de esa forma.
–Lo disfrutaban. Podía verlo en sus ojos. Tengo el recuerdo de haberlos visto practicar sexo mientras yo estaba, prácticamente inconsciente en el suelo, pero quizá fue una alucinación provocada por la falta de sangre, no lo sé, y la verdad, ya no quiero saberlo. No quiero saber nada de ellos. Si pudiera eliminarlos de aquí –dice golpeando su cabeza–, lo haría sin dudarlo.
Beso su mejilla. –Siento que hayas tenido que pasar por eso, Renji. Merecías unos mejores padres. Merecías ser amado y cuidado, y siento mucho que te hayan lastimado de esa forma.
Sus manos suben y bajan, perezosamente, por mis muslos desnudos, provocando un agradable cosquilleo.
–No sé si te lo he dicho, pero siento mucho todo lo que te pasó –dice tomando mi barbilla en su mano–. No lo merecías, Emma. Nunca pensé que rescatarte pudiera traerme tanta alegría, pero lo hizo. Tengo a Dylan gracias a ti.
Sonrío triste. –Estamos rotos. Dylan merece algo mejor.
Niega con su cabeza. –Dylan es muy afortunado, cariño. Te tiene a ti, y eres la mejor madre que conozco y conoceré. Y yo trabajaré duro para ser el padre que él merece.
–Tienes razón –admito cuando veo la resolución en sus ojos oscuros–. Tenemos que vencer nuestros demonios por él.
–Y lo haremos –declara con convicción–. ¿Puedo quedarme? –pregunta temeroso–. Quiero estar aquí cuando Dylan despierte, quiero disculparme con él.
Miro el pequeño sofá bajo nuestros cuerpos y enrojezco al darme cuenta de que todo este tiempo estuve abrazada a Renji, estando prácticamente desnuda.
–Mierda –digo y salto de sus brazos.
Le doy la espalda y comienzo a abotonar mi camisón lo más rápido que me permiten mis torpes dedos.
–Dylan dice que no se puede decir malas palabras –dice divertido a mi espalda–. ¿O esa regla no se aplica a ti?
–No es gracioso –digo cuando me volteo–. Y sí, puedes quedarte, pero no tengo nada que ofrecerte aparte de ese pequeño sofá.
–Estaré bien. He dormido en peores lugares –dice con amargura.
–Iré a ver cómo está Dylan –digo nerviosa cuando sus ojos me miran con intensidad.
–Esa noche –empieza, deteniéndome en el umbral de la habitación–. ¿Fui muy rudo contigo?
–Pensé que lo habías recordado.
–Te recordé a ti abrazándome y dibujando una pequeña E en mi corazón, pero no recuerdo cada detalle de esa noche.
–Es tarde –digo para tratar de escapar.
–Emma, por favor –pide y camino de regreso.
Me siento en el sillón que está frente al sofá.
–¿Por qué tenemos qué hacer esto ahora? ¿Qué sentido tiene?
–Porque tenemos que hablarlo en algún momento. Merezco esta conversación y tú también –dice y acepto mi destino.