El mundo cayó en cuestión de días.
Un virus desconocido convirtió las calles en cementerios abiertos y a los vivos en cazadores de su propia especie.
Valery, una adolescente de dieciséis años, vive ahora huyendo junto a su hermano pequeño Luka y su padre, un médico que lo ha perdido todo salvo la esperanza. En un mundo donde los muertos caminan y los vivos se vuelven aún más peligrosos, los tres deberán aprender a sobrevivir entre el miedo, la pérdida y la desconfianza.
Mientras el pasado se desmorona a su alrededor, Valery descubrirá que la supervivencia no siempre significa seguir con vida: a veces significa tomar decisiones imposibles, y seguir adelante pese al dolor.
Su meta ya no es escapar.
Su meta es encontrar un lugar donde puedan dejar de correr.
Un lugar que puedan llamar hogar.
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17
Seis meses.
El tiempo, ese viejo aliado y verdugo, había tejido su manto sobre la cabaña, no con la delicadeza de los días, sino con el peso grueso de las estaciones. El verano bochornoso había dado paso a un otoño crujiente y ahora, el filo cortante en el aire anunciaba el invierno que se cernía, un enemigo contra el que su refugio de troncos no tenía defensa.
Valery, a sus diecisiete años recién cumplidos en el silencio del bosque, ya no era la adolescente aterrorizada. Era una depredadora del nuevo mundo. El thwack seco de la ballesta ya no era un sonido de práctica, sino el latido de su propia supervivencia, el suspiro final de una presa que convertía en comida. Cada músculo de su cuerpo, afinado por la caza y la tensión constante, respondía con una eficiencia mortal. La niña que jugaba a ser doctora había muerto, y en su lugar habitaba una cazadora cuya única ley era la del bosque: comer o ser comido. Su padre además le enseñó a conducir, algo no tan difícil como la ballesta ,pero, aún así ,un logro más.
Derek había completado su transformación. El neurocirujano era un fantasma lejano, sepultado bajo la tierra que ahora arañaba para buscar raíces y bajo la grasa de animal que impregnaba sus manos. Sus ojos, antes velados por la culpa, ahora escudriñaban el horizonte con la paciencia letal de un lobo. La escopeta era un apéndice más de su cuerpo, el argumento final en cualquier discusión con el mundo exterior. Las decisiones ya no eran órdenes de Valery; eran planes forjados al calor de la estufa, en miradas que se encontraban y asentían sobre el mapa, marcado con las rutas de sus patrullajes y los avistamientos de zombis que, aunque esporádicos, recordaban que el peligro nunca se había ido, solo dormitaba en los límites de su territorio.
Luka, ahora con siete años, era la prueba viviente de su adaptación. Su cuerpo era más largo, sus palabras más precisas, y su risa, aunque aún existía, ya no era la carcajada despreocupada de un niño de ciudad. Una madurez forzada por la circunstancia había tallado sombras de seriedad en su rostro infantil. Ayudaba a recoger leña, entendía la importancia del silencio absoluto durante las guardias nocturnas. Pero había un cambio crucial, una concesión a la cruda realidad física: siempre, sin excepción, llevaba consigo la pistola semiautomática en un pequeño cinturón de lona que Derek le había fabricado. El arma era demasiado pesada para su manita, por lo que normalmente colgaba asegurada con una correa, pero era su responsabilidad.
No era un juguete. Era la línea de vida que compensaba su fragilidad. Le habían enseñado la teoría con la meticulosidad de quien entiende que un error cuesta una vida.
Flashback
"Luky", le decía Valery, agachándose hasta quedar a la altura de sus ojos. No había muñeco de trapo. En su lugar, la pistola, descargada y con el seguro puesto, reposaba entre ellos sobre un tronco.
"Escúchame bien,hermanito. Esto es lo más importante."
Su voz era suave, pero cada palabra tenía el peso del acero. Tomó el arma y, con movimientos lentos, le mostró por enésima vez los mecanismos.
"Si uno de ellos se acerca... y papá o yo no estamos..." Hizo una pausa, asegurándose de que su mirada captara toda la atención del niño. "Lo primero es el silencio. Te escondes. Eres pequeño, puedes caber donde ellos no. Pero si te encuentra, si no hay escapatoria... no intentes pelear. No tienes la fuerza suficiente aún."
Colocó la pesada pistola en las pequeñas manos de Luka, ayudándole a sostenerla.
"Esta es tu única fuerza.Es el último recurso. Lo último que haces cuando no queda nada más."
Le guió el dedo índice hasta el gatillo.
"Apunta directo a la cabeza, a la sien, no a los brazo, no al estómago, a la cabeza "—aprieta suave y firme. No una vez. Varias. Hasta que el ruido se acabe y él se caiga. No miras hacia otro lado. No dejas de apuntar. ¿Entiendes? "
Luka asentía, sus grandes ojos azules serios, la frente fruncida por la concentración. Sabía que el estruendo atraería a más, pero también sabía que era la única herramienta que podía igualar la balanza entre su cuerpo de niño y la fuerza bruta de un adulto infectado. Saber "arreglárselas solo" ya no era una posibilidad remota; era una habilidad esencial, y su forma de hacerlo tenía el peso del metal y el olor a pólvora.
—Y Lucky, jamás dudes, no importa quien sea. Aun más si es alguien convertido, no importa si somos papá o yo, tu seguirás hasta el final, sobrevivirás, eres valiente, listo y perspicaz. Ya no existe lo bueno y lo malo, no confíes en nadie, solo en ti mismo.
"FINAL Flashback"
Fue esta evolución, esta aceptación de concesiones necesarias, lo que culminó en la decisión. Una tarde, mientras Valery salaba los filetes de un venado pequeño y Derek estudiaba el mapa, fue Luka quien, ajustándose el cinturón con la pistola que siempre llevaba, murmuró frustrado mirando las paredes cercanas:
—Aquí no cabe todo lo que quiero construir.
Su queja infantil resonó como una verdad irrebatible. La cabaña, que una vez fue un santuario, se había convertido en una prisión de troncos. Las paredes se cerraban a su alrededor, la dieta de caza menor y latas mostraba su insuficiencia, y la amenaza del invierno era una sentencia.
—No podemos esperar a que la primera nevada nos ate aquí —declaró Derek, su voz calmada.
—No —asintió Valery—. Este lugar fue un refugio, no un hogar. Necesitamos espacio. Ya no somos ratas escondiéndose. Somos... una manada. Y las manadas necesitan territorio.
Planearon juntos. El mapa se desplegó. Evitarían lo conocido. Buscarían en lo remoto.
La mañana de la partida, cargaron el SUV. Valery tomó el volante. Derek, a su lado, vigilaba con la escopeta. Luka, desde atrás, se aseguró de que su pistola estuviera segura en su cinturón antes de mirar hacia la cabaña.
—¿En el nuevo sitio podré tener un fuerte de verdad? —preguntó.
—Sí, Luky —respondió Valery, arrancando el motor—. En el nuevo sitio, tu fuerte será tan grande como tu valor.
El SUV se internó en la espesura. Ya no eran supervivientes a la fuga. Eran una unidad, dura, adaptada y armada, buscando un lugar donde, por primera vez en mucho tiempo, poder volver a crecer. Y ahora, incluso el miembro más pequeño de la manada llevaba consigo un último y decisivo argumento.