¿Qué pasa cuando la vida te roba todo, incluso el amor que creías eterno? ¿Y si el destino te obliga a reescribir una historia con el único hombre que te ha roto el corazón?
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CAPITULO 8
Daniel regresó a su coche, el corazón más ligero por la ruptura con Laura, pero más pesado por la verdad sobre Ana. Aceleró hacia el sur, hacia la pista gélida que le había dado la Dra. Herrera: la clínica costera.
La primera búsqueda fue exhaustiva y agotadora. Daniel no durmió. En esos tres días de frenesí, su vida se redefinió:
La Redención del Presidente: Usó todos sus contactos, no para ganar dinero, sino para encontrar a la mujer que había despreciado. El rastreo de cuentas, la geolocalización de tarjetas, la presión a la red hospitalaria; todo el poder que una vez usó para los negocios, ahora lo usaba para salvar una vida.
La Agonía de la Ignorancia: Mientras conducía, la verdad lo golpeaba sin piedad. Ana no solo había luchado contra el cáncer, sino que había planificado el futuro de Daniel y Martín. Creó la farsa del matrimonio feliz para que el recuerdo de su padre fuera noble. Él, en cambio, había respondido con la infidelidad y el desprecio, creyendo que ella era una mujer fría y calculadora. "¡Fui un estúpido! ¡Un cobarde patético!" gritaba al parabrisas.
Al final del tercer día, agotado y al borde del colapso, el investigador llamó:
"Señor Méndez, la encontramos. No está en la clínica. Se registró en un pequeño hotel familiar, antiguo, con un nombre muy genérico: 'El Faro Perdido', en un pueblo pesquero a unos cien kilómetros al sur de la costa que nos dio."
Daniel sintió un rayo de esperanza que quemaba su desesperación. 'El Faro Perdido'. El lugar donde Ana se había ido a morir sola.
Aceleró. El viaje fue una agonía de velocidad y miedo. Al llegar al pueblo, el sol se estaba poniendo sobre el océano, tiñendo el cielo de colores tristes.
El hotel era diminuto, de madera vieja y pintura descarapelada por la sal. Daniel entró, con el cuerpo temblando.
"Busco a Ana Méndez," dijo a la mujer detrás de la recepción.
"La señora de la capital. Está en la habitación del segundo piso, la que tiene vista al mar. Pero no está recibiendo a nadie, señor. Dijo que estaba aquí para descansar," advirtió la recepcionista.
Daniel no esperó. Subió las escaleras de dos en dos.
Se detuvo frente a la única puerta entreabierta. Pudo escuchar el sonido del mar y, dentro, una tos suave y contenida.
Él empujó la puerta.
Ana estaba de espaldas, sentada en un sillón junto a la ventana, mirando el atardecer. Llevaba ropa holgada y una manta cubría sus piernas. Estaba más delgada, más pálida. Era la mujer vulnerable que había intentado ocultar.
Ella no se dio cuenta de su presencia hasta que él pronunció su nombre, su voz rota por la culpa y el dolor.
"Ana."
Ella se sobresaltó. Su rostro, al girarse y ver a Daniel allí, en el umbral, era de puro horror y rabia frustrada. Su plan de sacrificio se había arruinado.
"¿Daniel? ¿Qué haces aquí? ¡No tenías que haberme seguido! ¡Te di la libertad! ¡Tenías que quedarte con Martín!" siseó ella, intentando levantarse, pero la debilidad la traicionó.
Daniel caminó lentamente hacia ella. Se arrodilló a sus pies, arrojando el informe del investigador sobre la mesa de noche.
"Lo sé todo, Ana. Lo sé todo," dijo Daniel, con los ojos anegados en lágrimas. "Leí el informe. Lo de la enfermedad... y por qué te fuiste."
Daniel tomó sus manos, heladas y frágiles. "No me pediste ayuda. Preferiste que yo te odiara a que sufriera contigo. ¡Y yo, yo te traicioné mientras te morías por protegerme!" Sollozó. "Soy yo el que no merece perdón, Ana. Por favor, perdóname. No vas a morir sola. No me has librado de nada. Solo has multiplicado mi dolor. Por favor, déjame luchar contigo ahora."
El "Acero" de Ana se rompió. Las lágrimas que había retenido por un año cayeron. Ella miró el informe, miró el rostro destrozado de Daniel. La rabia se disolvió en una inmensa tristeza. Su plan había fallado. Él había descubierto el amor detrás de la crueldad.
"Yo... yo no quería que me vieras así," susurró ella, la voz apenas un hilo. "No quería que Martín me recordara enferma, y tú... tú tenías que ser libre."
"No soy libre sin ti, Ana," la interrumpió Daniel. "Y no voy a permitir que te rindas aquí, sola, en este 'Faro Perdido'. Hemos perdido el matrimonio por mi estupidez y tu silencio, pero aún no hemos perdido la vida
no lo leí...