Siempre pensé que mi destino lo elegiría yo. Desde que era niña había sido un espíritu libre con sueños y anhelos que marcaban mi futuro, hasta el día que conocí a Marcelo Villavicencio y mi vida dio un giro de ciento ochenta grados.
Él era el peligro envuelto en deseo, la tentación que sabía que me destruiría, y el misterio más grande: ¿Por qué me había elegido a ella, la única mujer que no estaba dispuesta a rendirse? Ahora, mí única batalla era impedir que esa obligación impuesta se convirtiera en un amor real.
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Capitulo XX Consumación del contrato
Punto de vista de Diana
Me miré al espejo, dando los últimos toques a mi atuendo. Llevaba un vestido negro, elegante, con un pequeño escote en la parte delantera y una falda que caía en cascada, buscando proyectar una seguridad que no sentía.
Salí de la habitación cuando el ama de llaves informó que el señor había llegado. Sentí mariposas en el estómago al escucharla, pensando que era solo por los nervios. Salí de la habitación y con lentitud bajé las escaleras. Marcelo estaba de espaldas hablando por teléfono; ese traje que llevaba puesto le quedaba perfecto, hecho a su medida.
Colgó la llamada, girando sobre sus talones. Su mirada recorrió mi cuerpo con asombro, fijando sus azules ojos en los míos. No sé por qué, pero ese gesto me llenó de valor para seguir caminando hasta donde él se encontraba.
—Te ves hermosa —comentó, tendiendo su mano hacia mí.
—Gracias —respondí con timidez—. También te ves muy bien.
—Es hora de ir a nuestro destino. Espero haber elegido una buena opción.
—¿A qué lugar iremos? —pregunté, intrigada.
—Sé que no te gustan las sorpresas, sin embargo, quiero que esta sea una muy especial.
—Está bien, por hoy no haré preguntas.
Marcelo tomó mi brazo, entrelazándolo con el suyo. Caminamos hasta el auto que nos llevaría al destino. Me sentía muy nerviosa, y creo que él lo notó, porque me abrazó fuertemente a él.
—Me gustaría comprarte un auto. Ese que tienes está muy pasado de moda.
—Me gusta mi auto, lo compré con mucho sacrificio —respondí rápidamente.
—Si quieres lo podemos guardar en el garaje y lo usarías cuando quieras hacer cosas personales, pero para ir a la empresa y a lugares específicos usarías el que yo te compre.
—Sería un desperdicio de dinero, pues fácilmente puedo usar uno de los tuyos para ir a la oficina o a donde sea.
—Quiero regalarte un carro y no está a discusión.
—Y ahí está nuevamente el jefe autoritario que solo quiere imponer.
—Sabes que no es lo que busco, solo quiero que nos llevemos bien y que aceptes los obsequios que quiero hacerte.
—Mejor lo hablamos después, ¿te parece?
—Está bien —dijo, acariciando mi mano. Un gesto simple que me agradó mucho, calmando un poco mis ansias.
Miré por la ventana del auto y pude ver que íbamos en sentido de las montañas. Me pareció extraño, sin embargo, no quise preguntar nada. Marcelo sabía lo que estaba haciendo. Después de un par de horas, llegamos a un sendero donde nos tocó bajar del auto y caminar hasta nuestro lugar de destino. Al menos el camino estaba pavimentado; si hubiera sido de arena, no podría caminar con los tacones.
Llegamos a una cabaña en medio de la nada. Estaba rodeada de flores que llenaban el aire con sus frescos aromas. También había bastante iluminación, todo con un aire de romanticismo impactante. Le había pedido eso, pero creo que exageró.
—¿Qué te parece el lugar? —preguntó, sacándome de mi trance.
—Es perfecto. Gracias —respondí sinceramente.
—Ok, vayamos a cenar, debes tener hambre —La verdad era que no había pensado en eso, estaba muy nerviosa por lo que sucedería.
—La verdad es que no mucha, pero no se puede desperdiciar la comida.
Fuimos hasta un lugar preparado solo para dos personas. Un mesero se acercó llevando consigo lo que sería nuestra cena. Quedé impresionada al darme cuenta de que era mi platillo favorito: salmón con verduras.
—¿Cómo supiste que me gustaba este tipo de comida?
—Le pregunté a un pajarito. Ahora, come para que no se enfríe —Supe por su respuesta que había sido Irene. No lo pensé más y empecé a comer. La cena fue muy amena, logrando tranquilizar un poco mis nervios.
Luego de cenar, me invitó a dar un recorrido por el lugar. Me sorprendió no ver más al camarero que nos había atendido; seguramente ya lo habían enviado de vuelta a la ciudad. Lo que sí vi a lo lejos fue mucha seguridad. Creo que Marcelo no quería correr riesgos.
Después de terminar el paseo, entramos a la cabaña y fue ahí donde los nervios volvieron a aparecer, intensificados. El lugar estaba decorado con cortinas blancas vaporosas, una chimenea que apaciguaba el frío de la noche, y música romántica al fondo.
—¿Te gustaría bailar? —preguntó, tomando mi fría mano.
—Sí, gracias.
Marcelo me tomó por la cintura de manera sutil, pegándome a su cuerpo. Colocó una de mis manos en su hombro y tomó la otra, recreando algo así como una primera cita. Empezamos a danzar al ritmo de la música y, a medida que avanzaba, terminó colocando mis manos en su cuello y las suyas en mi cintura. Habíamos pasado de una primera cita a una más íntima en cuestión de segundos; era como si las etapas estuvieran siendo quemadas en poco tiempo.
De pronto, la música se detuvo, y fue entonces que procedió a besarme de manera tierna, como si fuera la primera vez que lo hacíamos. Fue un momento mágico que me hizo perder aún más los nervios.
Otra canción empezó a sonar, con lo cual continuamos bailando. Solo que esta canción era mucho más atrevida y sus movimientos se hicieron más seductores. Empezó a besar mi cuello, haciendo un recorrido suave desde mis hombros hasta llegar a mi mejilla, y luego se fue desplazando poco a poco hasta mis labios, donde los volvió a unir con los suyos, haciéndome olvidar de todo.
Perdí el control de mi cuerpo, dejando a la pasión ser la protagonista. Marcelo me fue empujando hacia una habitación, aunque yo seguía sin darme cuenta de lo que estaba pasando. Cuando reaccioné, ya estaba acostada sobre la cama y él desabrochaba su camisa. En ese momento, no pensaba en nada, solo me urgía tocar su cuerpo.
Por instinto, mordí mi labio inferior y, al parecer, era una acción que le gustaba, pues se abalanzó sobre mí, besándome desesperadamente. Y así empezó una noche de entrega, una noche en la que pasamos todas las etapas de un noviazgo tan rápido como ha sido nuestra relación desde que nos conocimos. El acuerdo de negocios se había disuelto en fuego, y la verdad que buscaba ahora se sentía más urgente que nunca.