Cleoh era solo un nombre perdido en una línea secundaria de una novela que creyó haber olvidado. Un personaje sin voz, adoptado por una familia noble como sustituto de una hija muerta.
Pero cuando despierta en el cuerpo de ese mismo Cleoh, dentro del mundo ficticio que alguna vez leyó, comprende que ya no es un lector… sino una pieza más en una historia que no le pertenece.
Sin embargo, todo cambia el día que conoce a Yoneil Vester: el distante y elegante tercer candidato al trono imperial, que renunció a la sucesión por razones que nadie comprende.
Yoneil no busca poder.
Cleoh no busca protagonismo.
Pero en medio de intrigas cortesanas, memorias borrosas y secretos escritos en tinta invisible, ambos se encontrarán el uno en el otro.
¿Y si el destino no estaba escrito en las páginas del libro… sino en los espacios en blanco?
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CAPÍTULO 15
Los días avanzaban y la mansión continuaba agitándose con preparativos, pero Cleoh se mantenía al margen. Mientras las telas eran aireadas, las habitaciones limpiadas y la servidumbre repasaba viejas formalidades para recibir al “segundo joven maestro”, Cleoh se sumergió en otro tipo de preparación. Buscando respuestas entre los tomos encuadernados en cuero y hojas envejecidas por el tiempo.
La biblioteca del Ducado era amplia, silenciosa, iluminada únicamente por la luz de invierno que entraba en haces fríos a través de los altos ventanales. Cleoh recorrió los estantes hasta encontrar los tomos que parecían más antiguos, aquellos guardados más por obligación histórica que por lectura frecuente.
El Pacto del Velo.
La Orden del Alba Carmesí.
Crónicas de la Primera Grieta.
Sus dedos temblaron ligeramente cuando abrió el primero.
...“En la noche del Cuarto Alba, el Velo se rasgó....
...Y de la grieta emergió aquello que no pertenece ni a la carne ni al espíritu.”...
Había dibujos perturbadores: criaturas de cuerpos alargados, bocas que no se abrían de forma humana, ojos que parecían demasiados o ninguno.
Seres que no podían existir… y aun así existían.
...“Para contener aquello que se arrastra entre los mundos,...
...siete casas juraron su sangre....
...Una descendencia por generación....
...Un guardián por linaje.”...
La Guardia Real del Alba Carmesí:
...“Fundada en la primera era del Emperador Darcos. la Orden del Alba Carmesí, la fuerza más prestigiosa del Imperio, fue establecida para contener la ruptura del Velo y enfrentar a las criaturas que emergen de la grieta abierta entre los mundos.” ...
La Orden del Alba Carmesí. Ese era el nombre que se repetía una y otra vez en los libros.
No era solo una orden militar, era el corazón del Imperio.
Cleoh repasó con los dedos una ilustración: caballeros con armaduras blancas como el amanecer, espadas grabadas con runas y estandartes bañados en escarlata. Parecían casi figuras de leyenda.
...“Ser aceptado en la Orden del Alba Carmesí es el más alto honor al que un caballero puede aspirar. Su deber no protege a una persona, sino al Imperio entero.” ...
..."Ser parte de la Orden no solo implicaba fuerza: implicaba un juramento absoluto."...
El libro lo describía como un privilegio reservado a unos pocos: hijos de nobles, herederos de linajes antiguos, prodigios de la espada, magos de alto nivel y estrategas.
La gente en las ciudades organizaba festivales cuando la Orden desfilaba, los niños los idolatraban, los bardos componían canciones sobre sus victorias en las murallas que bordeaban la grieta.
Ahora que conocía lo que los libros decían al respecto, Cleoh sentía la necesidad de descubrir lo que realmente pensaban los involucrados; quería conocer aquello que los textos no revelaban. Solo había un lugar donde podía hallar esas respuestas
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El patio de entrenamiento del ducado se desplegaba ante él como una vasta llanura de tierra apisonada, delimitada por muros imponentes que parecían custodiar siglos de historia. Banderines ondeaban suavemente con el emblema familiar: un halcón en pleno vuelo, símbolo de vigilancia y orgullo. El sol descendía lentamente, bañando todo con un tono cobrizo que hacía brillar los metales de las armaduras y los filos de las espadas.
Cada choque de acero resonaba con un ritmo casi hipnótico: el tintineo de las espadas, el golpe amortiguado de los escudos, el crujido de las armaduras al moverse, componiendo una sinfonía guerrera que impregnaba el aire.
Cleoh se detuvo a cierta distancia, suficiente para escuchar cada sonido sin perturbar la concentración de los entrenadores y combatientes. Observó en silencio mientras dos caballeros se refrescaban junto al pozo de agua, secando sus frentes sudorosas y conversando en un tono que parecía contener a duras penas la emoción de la expectativa.
—Dicen que llega dentro de 5 días —murmuró uno, un hombre de barba recortada y mirada firme que parecía escrutar más allá del presente—. “El León Blanco”, de vuelta en su hogar. Ha pasado tanto desde la última vez…
—Aún recuerdo cuando era apenas un mocoso que correteaba por el campo con su espada de madera, desafiando a todos los caballeros del ducado —respondió el otro, mayor, de barba blanca y porte imponente, con una leve sonrisa que iluminaba sus ojos llenos de nostalgia—.
—Y pensar que ese renacuajo se ha convertido en un guerrero de renombre —soltó una carcajada cargada de afecto y orgullo, como si cada golpe de risa arrastrara consigo recuerdos del tiempo pasado.
Uno de los caballeros bajó la voz, inclinándose ligeramente hacia su compañero, como si el viento pudiera llevar sus palabras.
—Lo que más me intriga… es quién ocupará su lugar. La ley es clara: las familias nobles deben integrarse a la orden, sin importar las circunstancias.
—Por supuesto que será el joven maestro Cleoh quien deba sustituirle —replicó el otro, con un dejo de certeza que no parecía completamente firme.
—¿Aunque sea adoptado?
—Sea adoptado o no, ahora pertenece al Ducado Caisent y debe cumplir con su deber como miembro de la familia.
Una risa breve cortó el aire, seguida de un silencio cargado de duda; ambos hombres parecían no convencidos de la solidez de sus propias palabras.
Cleoh respiró hondo, sintiendo cómo el corazón le latía con un compás contenido. Dio un paso adelante y, con una inclinación respetuosa, ofreció:
—Disculpen… puedo traer agua y paños limpios, si lo desean.
Los caballeros alzaron la vista, sorprendidos, aunque sus rostros se suavizaron en amabilidad. Cleoh no solía rondar aquel espacio, y aun así su presencia no resultaba incómoda: era el hijo adoptivo de la casa, educado con modales impecables, cuya cortesía irradiaba una serenidad que contrastaba con la tensión y el estruendo del campo de entrenamiento.
—Joven maestro Cleoh —dijo el hombre barbado, esbozando una sonrisa cálida—. No hace falta, estamos bien. ¿Buscaba algo?
—Solo escuché mencionar a Eloy. ¿Es cierto que regresa?
La sonrisa del caballero se ensanchó, iluminando su mirada con orgullo.
—Ah, sí. Nuestro orgullo. Cuando partió, ya era el mejor entre nosotros, pero ha vuelto aún más formidable. La Orden no solo forma guerreros… forja leyendas.
—Dicen que fue él quien cerró la fractura en el Valle de Corvan —añadió el otro, bajando la voz como quien comparte un secreto glorioso—. Se enfrentó a un Umbra Mayor, ¿sabes?
Cleoh fingió sorpresa con suavidad, aunque internamente algo chispeó, un pequeño brillo de admiración que se coló por debajo de su compostura.
—¿Y es duro el entrenamiento para entrar a la Orden? —preguntó, con la inocencia contenida de un joven que admira desde lejos.
Las risas de los caballeros fueron sinceras esta vez, como el eco de años de experiencia compartida.
—Duro es suave para lo que es —dijo uno, con un dejo de respeto en su tono—. Te rompen hasta que no quede nada… y luego te reconstruyen. Solo quienes aceptan morir por el Imperio continúan.
—Pero —añadió el otro, casi con reverencia—, quienes lo logran… son la Luz en la noche. Los últimos entre la humanidad y la oscuridad.
Cleoh bajó la mirada un instante, como si meditara sobre algo insignificante, mientras en su interior resonaban ecos de preocupación.
Agradeció con cortesía y regresó al interior del ducado, las palabras de los caballeros retumbando detrás de él como tambores distantes. Los hombres lo observaron alejarse con su habitual elegancia y, tras un momento de silencio, intercambiaron miradas.
—¿estará preocupado?
—¿no lo estarías tú si estuvieras en su lugar?
