Reencarné como la villana y el príncipe quiere matarme. Mi solución: volverme tan poderosa que nadie se atreva a intentarlo. El problema: la supuesta "heroína" es en realidad una manipuladora que controla las emociones de todos. Ahora, debo luchar contra mi destino y todo un reino que me odia por una mentira.
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El Precio de la Salvación
Con un último grito de esfuerzo, el duque Viktor derribó al último bandido que tenía frente a él. El eco de los aceros chocando se apagó, reemplazado por los gemidos de los heridos y el jadeo de los supervivientes. Por un instante, hubo una calma tensa y sangrienta. Habían ganado.
Irina, con el pecho palpitándole y el brazo adolorido por un golpe que había bloqueado, bajó su espada. Su mirada buscó a su padre. Él estaba de pie, apoyado en su espada, respirando con fuerza. Sus ojos, llenos de un alivio agotado, se encontraron con los de ella.
Un suspiro de liberación escapó de los labios de Irina. Lo había logrado. Había cambiado el destino.
"¡Papá!", gritó, y por primera vez en lo que parecía una eternidad, su voz sonó exactamente como la de una niña de cinco años, llena de emoción y amor. Dejó caer su espada y corrió hacia él, sus pequeños brazos listos para el abrazo que le había sido negado en otra vida.
Fue entonces cuando el silbido cortó el aire.
Desde lo alto de una roca, un arquero solitario, un último asesino que todos habían pasado por alto, liberó su flecha. No era un disparo al azar. Era frío, calculado, dirigido al corazón del duque.
El tiempo se ralentizó para Irina. Vio la flecha surcar el espacio, una mancha mortífera contra el cielo gris. Vio la espalda de su padre, desprotegida. Vio la escena del libro repetirse, imparable, burlándose de sus esfuerzos.
No. No. NO.
El pensamiento no fue una palabra, fue un estallido en su alma. No lo dejaría morir. No otra vez. No después de haber estado tan cerca.
Algo se rompió dentro de ella. Todas las lecciones de magia prohibida, todos los diagramas oscuros, toda la rabia contenida por su situación, por la trama que insistía en arrebatarle a su familia, fluyeron como un torrente envenenado.
"No...", susurró, y su voz ya no era la de una niña.
Su cuerpo se irguió. Sus ojos azules se apagaron, volviéndose planos y oscuros como pozos sin fondo. Un aura de frío absoluto emanó de ella, haciendo que la hierba a sus pies se cubriera de escarcha al instante.
Alzó una mano hacia donde estaban los últimos asaltantes que quedaban, incluido el arquero. No hubo un grito, ni un gesto elaborado. Solo una palabra, pronunciada con una frialdad que heló la sangre incluso a sus propios guardias.
"Desvaneced."
No fue un hechizo de fuego o hielo. Fue una onda de pura fuerza necrótica, de energía de olvido y disolución amplificada mil veces. Un silencio violeta y opresivo estalló desde su palma y se expandió como un anillo invisible.
Los hombres en su trayectoria no tuvieron tiempo de gritar. Sus cuerpos simplemente... se deshicieron. No en sangre y huesos, sino en polvo gris que el viento se llevó al instante. Sus armas cayeron al suelo con un clatter metálico, las únicas pruebas de que alguna vez habían estado allí. El arquero en la roca se desvaneció como un mal sueño.
Fue instantáneo. Fue total. Fue aterrador.
El hechizo se disipó. Irina, de repente pálida como la muerte y tambaleándose, apenas notó el silencio aterrado que había dejado atrás. Sus ojos solo veían a su padre, que se desplomaba de rodillas, la flecha clavada profundamente en su espalda, justo debajo del hombro.
"¡PAPÁ!"
Corrió hacia él, cayendo a su lado. Sus pequeñas manos se posaron sobre su espalda, manchándose con su sangre.
"No,no, no... por favor, no", suplicaba, las lágrimas cayendo libremente ahora, limpias y reales, lavando la suciedad de su rostro.
Concentró toda su mana, todo su ser. Esta vez no era magia prohibida. Era el instinto más puro de sanar, de salvar. Su magia elemental de agua y vida, la que había practicado en secreto, brotó de ella mezclada con sus lágrimas. Una luz dorada y cálida, un diamante en la oscuridad que acababa de liberar, envolvió la herida.
Sudaba, temblaba, lloraba. Sentía cómo su energía vital se agotaba para alimentar el hechizo. Pero lo mantuvo. Sintió cómo la carne de su padre se cerraba, cómo el peligro mortal pasaba. No era una curación perfecta—él seguiría débil, herido—pero viviría.
Cuando ya no pudo más, el agotamiento la venció. Cayó sobre el pecho de su padre, abrazándolo con la poca fuerza que le quedaba, su pequeño cuerpo convulsionado por los sollozos.
"Lo siento... lo siento, papá...", gemía entre lágrimas, aferrándose a él como si el mundo entero fuera a arrebatárselo.
Él estaba consciente, débil, pero vivo. Y sobre todo, completamente atónito. Había visto el poder de su hija. Había visto la oscuridad. Y ahora sentía su calor, sus lágrimas inocentes, y el amor desesperado en su abrazo. La contradicción lo partía en dos.
Antes de que la oscuridad del agotamiento absoluto se la llevara por completo, la mente de Irina, siempre calculadora, tuvo un último destello de lucidez. Con un temblor en la mano, sacó de su bolsa varias botellitas de cristal que tintinearon. Eran las pociones de salud de baja calidad que había encontrado en la masmorra, las que había menospreciado pero guardado "por si acaso".
Con un hilo de voz, le susurró a Alba, que se había mantenido cerca: "Llévaselas... a los heridos..."
Empujó las botellas hacia la yegua, que, con una inteligencia que parecía entender la gravedad del momento, caminó hacia el grupo de guardias con ellas colgando de la montura. Luego, el mundo de Irina se apagó y cayó rendida en el suelo, inconsciente.
El duque Viktor, aún débil y con un dolor punzante en la espalda donde la flecha había estado, vio a su hija caer. Un nuevo dolor, más agudo, le atravesó el corazón. Con un gruñido de esfuerzo, se arrastró hacia ella y la tomó en sus brazos. Era tan pequeña, tan liviana. ¿Cómo había contenido tanto poder?
Mientras la llevaba hacia el carruaje, sus ojos se encontraron con los de sus hombres. Los guardias, muchos de ellos vendándose con las pociones que Alba les había llevado, lo miraban a él y a la niña inconsciente en sus brazos. En sus rostros no había miedo ni repulsión. Había respeto. Asombro. Y una lealtad feroz.
Viktor se detuvo, con Irina protegida contra su pecho. Su voz, aunque debilitada, cortó el aire con la autoridad de quien gobierna el norte.
"Lo que han visto hoy aquí", dijo, mirando a cada uno de sus hombres a los ojos, "nunca sucedió. Ni la magia, ni la... disolución. Mi hija es una niña. Una niña valiente que nos trajo pociones. Nada más."
No fue una petición. Fue una orden. Y fue un escudo. Estaba protegiendo a su hija de un mundo que no entendería, que quemaría a una niña por ese poder.
El capitán de la guardia, un veterano con una cicatriz en el rostro, fue el primero en inclinar la cabeza.
"Por la niña que nos salvó la vida.Ni una palabra."
Un coro de asentimientos y murmullos de "Lo juramos, Su Gracia" siguió. Eran lobos heridos, pero leales. La "Calamidad Blanca" los había salvado, y ahora ellos protegerían su secreto.
Dentro del carruaje, Viktor recostó a Irina en los cojines, cubriéndola con una manta. Ella estaba pálida, respirando profundamente. Él se sentó a su lado, sin apartar la vista de ella.
Las preguntas lo asaltaban como golpes.
¿Cómo sabías, pequeña nevada? ¿Cómo sabías del ataque? ¿Del Paso del Cuervo?
¿Quién te enseñó a luchar así? ¿A usar una espada con esa... eficiencia mortal?
¿Y esa magia...? Dioses, esa magia. No es la magia de la corte. Es algo antiguo y prohibido. ¿Dónde la aprendiste? ¿A qué precio?
Miró sus manos, pequeñas y suaves, ahora limpias. Esas manos habían blandido una espada, habían liberado una oscuridad que erradicó a hombres de la existencia, y luego habían canalizado una luz sanadora tan pura que lo había sacado de las fauces de la muerte.
Era una contradicción andante. Su hija. Su dulce, caprichosa y ahora completamente misteriosa hija.
La caravana se puso en marcha de nuevo, más lenta, más lastimera, pero viva. El duque no durmió esa noche. Se quedó mirando por la ventana, viendo las estrellas pasar, sintiendo el suave balanceo del carruaje.
Había reprimido una amenaza externa (los bandidos) y una interna (el secreto de su hija). Pero la mayor amenaza era la que ahora habitaba en su propio corazón: el conocimiento de que su hija era mucho más de lo que parecía, y el miedo a lo que eso significaba para su futuro.
Al amanecer, las murallas del reino vecino de Eldoria se vislumbraron en el horizonte. Un nuevo día. Un nuevo reino. Y un hombre que llevaba consigo el mayor de los misterios, dormido e indefenso a su lado, envuelto en una manta.
El viaje continuaba, pero nada volvería a ser igual para el duque Viktor Sokolov. Había visto el abismo en los ojos de su hija, y ahora tenía que aprender a vivir con ese conocimiento.
está historia me hizo recordar los procesos que muchos pasamos 😭😭