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Cuando Abrió Los Ojos, Descubrió El Amor

Cuando Abrió Los Ojos, Descubrió El Amor

Status: Terminada
Genre:CEO / Amor-odio / Amor eterno / Enfermizo / Completas
Popularitas:420
Nilai: 5
nombre de autor: Luciara Saraiva

La puerta chirrió al abrirse, revelando a Serena y a la enfermera Sabrina Santos.

—Arthur, hijo —anunció Serena—, ha llegado tu nueva enfermera. Por favor, sé amable esta vez.

Una sonrisa cínica curvó los labios de Arthur. Sabrina era la duodécima enfermera en cuatro meses, desde el accidente que lo dejó ciego y con movilidad reducida.

Los pasos de las dos mujeres rompieron el silencio de la habitación semioscura. Acostado en la cama, Arthur apretó los puños bajo la sábana. Otra intrusa más. Otro par de ojos recordándole la oscuridad que lo atrapaba.

—Puedes irte, madre —su voz ronca cortó el aire, cargada de impaciencia—. No necesito a nadie aquí.

Serena suspiró, un sonido cansado que se había vuelto frecuente.

—Arthur, querido, necesitas cuidados. Sabrina es muy experta y viene con excelentes recomendaciones. Dale una oportunidad, por favor.

NovelToon tiene autorización de Luciara Saraiva para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 6

Arthur guardó silencio por un momento, la expresión en su rostro alternando entre irritación y una sorpresa mal disimulada. Las palabras de Sabrina, pronunciadas con una mezcla de frialdad profesional y un toque de indignación personal, lo golpearon de una forma que no esperaba. Estaba acostumbrado a mandar, a que sus órdenes se siguieran sin cuestionamiento, y la enfermera frente a él desmantelaba su autoridad con una calma que lo desestabilizaba.

El sarcasmo que había intentado usar como escudo rebotó, exponiendo su propia inseguridad.

Finalmente, Arthur suspiró, un sonido de resignación. No tenía energía para continuar la batalla. El dolor y la debilidad eran recordatorios constantes de su condición, y la voz de Sabrina, aunque severa, transmitía una inquebrantable competencia.

—Está bien, enfermera —murmuró, la voz más baja que antes—. Haga lo que sea necesario. Pero sea rápida.

Sabrina asintió, el rostro aún serio, pero con un brillo de alivio en sus ojos. La resistencia de él, aunque esperada, había sido exhaustiva.

—Gracias, señor Maldonado. Su colaboración hará todo más fácil.

Se acercó nuevamente, sin los brazos cruzados, pero con una postura profesional y decidida. Con movimientos firmes, pero cuidadosos, comenzó a desabotonar el pijama de Arthur. Él tensó el cuerpo, pero no protestó. Era humillante, pero necesario. Sabrina trabajó con eficiencia, desprendiendo los botones y deslizando el tejido lejos de su cuerpo. Cada toque era puramente profesional, sin ningún indicio de vacilación o vergüenza.

Cuando el pijama fue removido, Arthur estaba desnudo, exponiendo su cuerpo magro y pálido. La vergüenza era palpable, pero Sabrina no demostró ningún cambio en su expresión. Sus ojos estaban enfocados en la tarea en cuestión.

—Ahora, señor Maldonado, voy a ayudarlo a sentarse en el borde de la bañera.

Con la misma delicadeza de antes, ella lo guio hasta la bañera. El agua tibia parecía invitadora, y el vapor subiendo llenaba el ambiente con un aroma suave del jabón neutro.

—Sujétese aquí —dijo Sabrina, indicando la barra de apoyo en la pared—. Voy a ayudarlo a levantar la pierna y entrar.

Arthur sujetó la barra, los nudillos de los dedos blancos de tanta fuerza. Sabrina, con un brazo firme en su espalda, lo ayudó a levantar una pierna y, luego, la otra, guiándolo con cuidado dentro de la bañera. Un suspiro de alivio escapó de los labios de Arthur cuando su cuerpo se sumergió en el agua caliente. La tensión en sus músculos comenzó a disiparse instantáneamente.

—Ahora que el señor está seguro en la bañera, voy a dejarlo a gusto para que se lave. La toalla y la ropa limpia están allí en la silla. Cuando termine, basta con que me llame. Estaré afuera.

Con una última mirada para garantizar que él estaba cómodo y seguro, Sabrina se giró y salió del baño, cerrando la puerta suavemente tras de sí. Arthur quedó solo, inmerso en el agua, el silencio del baño quebrado solo por el leve burbujeo del agua. La vergüenza aún estaba presente, pero la sensación de alivio que el agua caliente proporcionaba era innegable.

Él cerró los ojos y respiró profundamente sintiéndose un poco más aliviado. Después de aquel baño relajante, Arthur salió de la bañera con la ayuda de Sabrina. Ella lo secó con una toalla seca.

-- ¿Ya ha cuidado de pacientes como yo? -- Preguntó él sintiendo la toalla seca tocar su rostro.

-- Sí, ya estoy acostumbrada, no se preocupe, -- respondió ella pasando la toalla sobre los cabellos de Arthur.

Otra sonrisa, pero esta vez sensual recorrió los labios de él. -- ¿No se siente atraída por mí, enfermera? Todas las mujeres que me han visto así, se han excitado. Sé que no es más joven, pero creo que un hombre como yo puede llamar su atención...

El rostro de Sabrina se tiñó de un rojo fuerte. La pregunta de Arthur la tomó completamente desprevenida, y, por un instante, la imagen del cuerpo pálido y esguio de él, mojado y recién salido de la bañera, cintiló en su mente. Él estaba magro y debilitado, sí, pero la estructura ósea del rostro, la línea de la mandíbula que se acentuaba incluso con la debilidad, y aquellos ojos castaños, ahora un poco más opacos por la enfermedad, aún guardaban un encanto innegable. Por una milésima de segundo, una chispa de atracción —algo que ella no sentía hacía mucho tiempo, y nunca por un paciente— se encendió dentro de ella. Ella sintió el calor subir por su cuello.

Pero Sabrina era una profesional experimentada. Su mente, entrenada para el foco y la practicidad, rápidamente reprimió la sensación. El rubor permaneció por un momento, pero sus ojos, que habían desviado por un instante, volvieron a fijarse en la toalla en sus manos. Aquel era el señor Maldonado, un paciente bajo sus cuidados, y su prioridad era el bienestar de él.

Con una respiración casi imperceptible, ella recompuso la postura, la voz retomando la firmeza profesional que la caracterizaba.

—Señor Maldonado —dijo ella, la voz suave, pero con un tono que no admitía réplicas—, mi atención está enteramente enfocada en su recuperación y en su confort. Mi trabajo es cuidar del señor y es eso lo que haré, con el profesionalismo que la situación exige.

Ella continuó secando los cabellos de él con la toalla, los movimientos ahora un poco más ágiles, como si quisiera apresurar el fin de aquella situación embarazosa. La distancia entre ellos, que por un instante pareció haber disminuido, fue restaurada por la barrera invisible de su postura profesional.

—Su ropa limpia está aquí —ella prosiguió cogiendo la ropa encima de la silla—. Voy a ayudarlo a vestirla para que pueda acostarse y descansar un poco. Pero creo que es mejor que vayamos para el cuarto. Allí será mejor ponerla. ¿Qué prefiere?

-- Me da igual, enfermera. La mayoría de las veces me visto solo.

Sabrina quedó perpleja ante la revelación de él. -- ¿Solo? ¿Su madre no auxiliaba en el baño, vestimentas? ¿Y las empleadas? ¿Nadie nunca te ayudó?

Arthur calló por un momento como no queriendo responder. Pero algo dentro de sí, decía que podía confiar en Sabrina.

-- Usted es muy curiosa, enfermera, -- dijo él despreocupado, -- pero es así... mi madre viene aquí ocasionalmente. Ella está siempre ocupada con los negocios de la empresa, por eso quiere tanto que yo sea cuidado por una profesional.

Sabrina observaba el tono de su voz. Arthur se había mostrado un hombre frío y arrogante delante de todos, pero Sabrina sentía aquello todo era una máscara que él usaba para esconder sus flaquezas..

-- ¿Por qué se quedó mirándome así? -- Preguntó él sintiendo la mirada intensa de ella sobre sí.

Sabrina quedó perpleja por él percibir su mirada sobre él.

-- Yo.. -- tartamudeó la enfermera recelosa de lo que responder. -- Yo estaba apenas observándolo hablar.. ¿Cómo sabía que yo lo estaba mirando?

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