Promesas De Hielo Y Fuego

El silencio en la habitación era tan denso que parecía una tercera presencia. Bill seguía de pie, observándola con esa mirada indescifrable que tanto la inquietaba. Por un momento, Valentina consideró ignorarlo, seguir fingiendo que no le importaba todo lo que estaba sucediendo, pero algo en su interior explotó.

—¿Te importa? —repitió ella con un tono que bordeaba la burla mientras se giraba hacia él con lentitud—. ¿De verdad te importa algo que no sea tu ego, Bill?

El hombre apretó la mandíbula, su postura relajada se tensó ligeramente, pero no respondió de inmediato.

—Te estás acercando peligrosamente a cruzar una línea, Valentina —dijo finalmente, su voz baja pero cargada de advertencia.

Ella soltó una risa amarga.

—¿Una línea? ¿Qué más podría hacer que ya no hayas hecho tú? Me tienes atrapada aquí, planeando una boda que no quiero y pretendiendo que todo esto es normal.

Bill dio un paso hacia ella, sus ojos brillando con una intensidad fría.

—Esto no se trata de normalidad, Valentina. Esto se trata de supervivencia, de mantener lo que es mío intacto.

—¿Lo que es tuyo? —escupió ella, dando un paso hacia él—. Yo no soy tu propiedad, Bill.

Él se inclinó ligeramente hacia ella, sus rostros apenas separados por unos centímetros.

—No eres mi propiedad, pero estás bajo mi protección. Y si para protegerte tengo que atarte a mí, lo haré.

Valentina sintió que algo en su interior se rompía, no de tristeza, sino de furia. Su mirada se endureció mientras lo enfrentaba.

—Protección, dices. ¿Qué clase de protección es esta? Me estás sofocando, me estás obligando a una vida que odio. No necesito tu protección.

Bill se enderezó, cruzando los brazos sobre su pecho mientras la miraba con una mezcla de exasperación y algo que podría haber sido una pizca de arrepentimiento.

—No tienes idea de lo que necesitas, Valentina. Eres una niña que cree saberlo todo, pero no tienes ni la menor idea de lo que el mundo puede hacerte si no estoy aquí para evitarlo.

—Prefiero enfrentar ese mundo que seguir aquí contigo —replicó ella, su voz temblando de rabia contenida—. Porque al menos ahí fuera, tendría una oportunidad de ser libre.

El silencio volvió a llenar el espacio entre ellos, pero esta vez estaba cargado de electricidad. Bill no respondió, y Valentina sintió que había ganado al menos esta pequeña batalla. Sin embargo, cuando él finalmente habló, su tono fue tan calmado que la sacudió.

—Puedes odiarme todo lo que quieras, Valentina, pero esta boda va a suceder. Y cuanto antes lo aceptes, más fácil será para ti.

Ella se quedó mirando mientras él salía de la habitación con pasos firmes, cerrando la puerta tras de sí. Cuando el eco de sus pisadas se desvaneció, Valentina sintió que todo su cuerpo temblaba, pero no de miedo, sino de determinación.

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Esa noche, mientras el resto de la casa estaba sumida en el silencio, Valentina permaneció despierta, mirando el techo con los ojos abiertos como platos. No podía resignarse. No quería simplemente aceptar lo que Bill estaba imponiendo. Pero ya no tenía opciones. Sus intentos de escapar habían fracasado, y las paredes de esa mansión se sentían cada vez más como una prisión.

Sin embargo, en algún lugar de su mente, una idea comenzó a tomar forma, una chispa que pronto se convirtió en un fuego rugiente. Si Bill estaba tan obsesionado con proteger lo que era suyo, entonces ella se aseguraría de destruirlo todo. No iba a permitir que él ganara.

Mientras la idea se cristalizaba, Valentina se sintió llena de una nueva energía. Si debía casarse con él, lo haría. Pero usaría esa posición para derrumbar cada uno de los pilares de la vida perfecta de Bill Lindström. Sus empresas, su reputación, sus relaciones, todo lo que él valoraba se convertiría en polvo bajo su control.

Sabía que no sería fácil. Bill era astuto, controlaba cada aspecto de su vida con precisión quirúrgica. Pero Valentina tenía algo que él no esperaba: una voluntad férrea alimentada por años de sentirse menospreciada y atrapada.

El plan apenas estaba tomando forma en su mente, pero sabía que necesitaría tiempo, paciencia y una fachada impecable. Tendría que convencer a Bill de que había aceptado su destino, ganarse su confianza lo suficiente como para que bajara la guardia. Y cuando lo hiciera, ella lo destruiría desde dentro.

Mientras las primeras luces del amanecer comenzaban a filtrarse por las cortinas, Valentina se permitió una pequeña sonrisa. No importaba cuánto tiempo tomara, ni si al final ella misma acababa destruida en el proceso. Lo único que importaba era que Bill Lindström pagaría por todo lo que le había hecho.

Y esta vez, no habría marcha atrás.