El Prisionero Y La Reencarnada

Cada día James se las ingeniaba para poder coquetear descaradamente cuando estaban solos, poniendo a Ginger nerviosa.

No era algo burdo ni evidente.. al contrario, era sutil, preciso, como si conociera exactamente el punto en que ella perdía la compostura. Un comentario dicho en voz baja mientras le abría la puerta, una mirada sostenida un segundo más de lo correcto cuando le ofrecía el brazo, el roce deliberado de sus dedos al entregarle un informe de seguridad. Pequeños gestos que, sumados, hacían que el corazón de Ginger se acelerara sin remedio.

—Debería agradecerle al ducado por tener pasillos tan largos —le susurró una vez, cuando caminaban solos hacia la terraza—. Así tengo más tiempo para asegurarme de que esté a salvo.

Ginger se quedó sin palabras, y James sonrió de lado, satisfecho al ver cómo ella bajaba la mirada intentando ocultar el rubor que le subía por las mejillas.

Cuando coincidían en el jardín interior, él siempre encontraba la forma de colocarse entre ella y el sol, como si su cuerpo fuera una barrera natural. Otras veces, se inclinaba apenas para preguntarle si había dormido bien, con un tono tan íntimo que a Ginger le parecía que el mundo entero se reducía a ese instante. Ella sabía que no decía nada impropio, que cualquiera podría escucharlo sin sospechar nada… y aun así, sentía que esas palabras eran solo para ella.

Los hermanos Evenhart empezaron a notarlo. Al principio fue solo una intuición.. James siempre estaba cerca, siempre atento, siempre un paso adelante cuando se trataba de Ginger. Luego vinieron las miradas intercambiadas entre ellos, las cejas alzadas, el silencio cargado cuando veían a su hermana reír suavemente por algo que James le había dicho al oído.

—Ese hombre no pierde detalle —murmuró uno de ellos una tarde, observando desde lejos cómo James ajustaba su capa sobre los hombros de Ginger antes de que comenzara a soplar el viento.

Y tenían razón. James no perdía detalle porque no quería hacerlo. Cada gesto de Ginger, cada sonrisa contenida, cada intento torpe por fingir indiferencia, le resultaban irresistibles. Para Alban —porque en su interior seguía siendo él—, verla así, viva, segura, con la posibilidad de elegir, era un privilegio que no pensaba desperdiciar.

Por las noches, cuando el ducado se sumía en el silencio, James repasaba mentalmente cada encuentro del día, cada sonrojo provocado, cada mirada esquiva. No tenía prisa. Había esperado años. Podía esperar un poco más… pero no iba a dejar de recordarle, con cada pequeño gesto, que la estaba eligiendo.

Días despues, un joven comerciante fue a encargar una joya mágica para su novia, pero al ver a Ginger comenzó a coquetearle de inmediato..

James no intervino de inmediato. Primero se colocó apenas un paso más cerca de Ginger, lo suficiente para que su presencia se hiciera notar. Su postura cambió.. la espalda recta, el mentón alto, la mano apoyada con aparente calma en el respaldo de la silla de ella. No dijo nada, pero el aire a su alrededor se volvió más denso.

El joven comerciante siguió hablando, elogiando los ojos de Ginger, la forma en que sonreía, incluso comparándola.. sin pudor.. con las gemas más raras del catálogo. Ginger respondió con cortesía, como siempre, pero James percibió el leve temblor en sus dedos cuando ella acomodó unos papeles sobre la mesa.

Entonces él habló.

—La joya que pidió —dijo James con voz firme— estará lista en tres días. La señorita Evenhart tiene un horario muy ajustado, así que si no hay más asuntos relacionados con su encargo…

El comerciante lo miró por primera vez con atención, midiendo el uniforme, la espada, la mirada oscura que no sonreía. Aun así, intentó bromear.

—Vaya, qué protector. ¿Es usted su guardaespaldas… o algo más?

James no apartó la vista del hombre.

—Soy suficiente para que no vuelva a hablarle así.

No hubo amenaza explícita, pero sí una promesa silenciosa. El comerciante carraspeó, murmuró una disculpa apresurada y se retiró más rápido de lo que había llegado.

Cuando quedaron solos, Ginger levantó la mirada lentamente. El corazón le latía con fuerza, no por miedo, sino por la intensidad con la que James la había defendido. Él bajó la voz, inclinándose apenas hacia ella.

—No me gusta cuando otros te miran como si pudieran tomarte —dijo—. Porque no pueden.

Ginger sintió calor en las mejillas, un nudo dulce en el pecho. Quiso decir algo sensato, algo prudente, pero las palabras no salieron. James sonrió entonces, una sonrisa suave, distinta a la que mostraba ante los demás.

—No tienes que responder —añadió—. Solo quería que lo supieras.

Y fue eso, precisamente eso, lo que hizo temblar a Ginger.. no la reclamaba, no la apuraba, no la presionaba. Simplemente, con cada gesto, con cada mirada, le estaba mostrando que la elegía. Una y otra vez.

La familia Evenhart se enteró de lo sucedido con el comerciante y sonrieron complacidos.. si cuidaba a Ginger, tenía su aprobación.

Desde ese día, algo cambió de forma sutil pero constante. No hubo declaraciones grandilocuentes ni promesas apresuradas, pero James empezó a estar siempre un paso adelante.. su mirada se adelantaba a cualquier peligro, su cuerpo se interponía con naturalidad cuando alguien se acercaba demasiado, su voz bajaba de tono cuando se dirigía a Ginger, como si el mundo se redujera solo a ella.

Los hermanos lo notaron. El mayor observó cómo James ajustaba sin decir nada la posición de Ginger antes de que un carruaje pasara demasiado cerca. El segundo reparó en cómo, durante una reunión, James se colocaba estratégicamente a su espalda, sin invadirla, sin tocarla, pero presente. Y el padre, más perspicaz, vio cómo James tensaba la mandíbula cada vez que algún noble prolongaba la conversación con Ginger más de lo necesario.

No era posesividad vacía. Era cuidado.

Ginger, por su parte, lo sentía todo. Cada gesto le aceleraba el corazón y, al mismo tiempo, le daba calma. James no la apuraba, no reclamaba nada, no exigía respuestas. Simplemente… estaba. Y en esa presencia constante, firme y silenciosa, ella comenzó a entender algo que había temido durante años.. que aquello no era agradecimiento.

Una noche, mientras revisaban juntos unos registros de seguridad en una de las salas del ducado, Ginger levantó la vista y lo encontró mirándola. No como se mira a alguien a quien se debe la vida, sino como se mira a alguien que se elige cada día.

—No tienes que ponerte delante de todos por mí —murmuró ella, con una sonrisa suave—. Puedo cuidarme sola.

James negó despacio.

—Lo sé —respondió—. Pero aun así, quiero hacerlo.

No dijo “porque te debo”, no dijo “porque es mi trabajo”. Dijo “quiero”.

Ese fue el momento en que Ginger sintió que algo dentro de ella se acomodaba por fin. No era prisa, no era miedo, no era ilusión desbordada. Era certeza creciendo despacio.

Y los hermanos Evenhart, observando desde la distancia, supieron que si ese hombre algún día pedía la mano de su hermana, no habría objeciones. Porque no la estaba reclamando.