"¿Qué harías por salvar la vida de tu hijo? Mar Montiel, una madre desesperada, se enfrenta a esta pregunta cuando su hijo necesita un tratamiento costoso. Sin opciones, Mar toma una decisión desesperada: se convierte en la acompañante de un magnate.
Atrapada en un mundo de lujo y mentiras, Mar se enfrenta a sus propios sentimientos y deseos. El padre de su hijo reaparece, y Mar debe luchar contra los prejuicios y la hipocresía de la sociedad para encontrar el amor y la verdad.
Únete a mí en este viaje de emociones intensas, donde la madre más desesperada se convertirá en la mujer más fuerte. Una historia de amor prohibido, intriga y superación que te hará reflexionar sobre la fuerza de la maternidad y el poder del amor."
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El contrato...
Mar dejó que su mente divagara en los posibles retos que le traería el nuevo trabajo como acompañante.
Las nubes que se extendían más allá de la ventanilla del jet parecían moverse con la misma lentitud que sus pensamientos. Todo le resultaba incierto, como si estuviera a punto de dar un paso en falso dentro de un terreno desconocido.
Cansada de tanto pensar, se acomodó de nuevo en el asiento e intentó distraerse.
Miró por la ventana, observando cómo el cielo se teñía de un azul profundo mientras el avión seguía su curso. Quiso despejar su mente, pero no podía evitar preguntarse qué contenía exactamente aquel contrato que Santiago había dejado sobre la mesa.
Aún no lo había leído, y sin embargo, ya sentía que cada letra de ese documento tenía el poder de cambiarle la vida.
Pasaron varios minutos antes de que escuchara el sonido de unos pasos firmes acercándose. Santiago regresó con el mismo porte elegante y sereno con el que se había marchado.
Su expresión era impenetrable, y cada movimiento suyo proyectaba seguridad, como si el mundo entero estuviera bajo su control.
—Ahora sí, ¿en qué estábamos? —preguntó con una leve sonrisa mientras se sentaba frente a ella y abría la carpeta con precisión casi quirúrgica.
El silencio en la cabina era absoluto. Solo se escuchaba el murmullo constante del motor y el leve crujido del cuero del asiento cuando Santiago se acomodó.
—Contrato de acompañante —dijo con voz firme y pausada—. Entre el señor Santiago Lombardi, en adelante denominado el cliente, y la señorita Luna Harrison, en adelante denominada la acompañante, se celebra el presente contrato.
Mar tragó saliva, sintiendo cómo la garganta se le secaba.
Cada palabra pronunciada por Santiago retumbaba con una autoridad que imponía respeto y desconfianza a la vez.
El timbre grave de su voz llenaba el ambiente, haciendo que el aire pareciera más denso, casi irrespirable.
Su mirada se perdió un instante en el rostro de él. Había algo en Santiago Lombardi que resultaba desconcertante: una mezcla de control y misterio que la atraía tanto como la inquietaba.
Trató de apartar esa sensación y concentrarse, pero no pudo evitar que un escalofrío le recorriera la espalda.
Mientras él continuaba leyendo, Mar comprendió que el sonido de aquella voz —firme, templada y segura— marcaría el inicio de un capítulo del que no podría escapar fácilmente.
Cláusula 1: Relación informal
—La acompañante se compromete a tratar al cliente de manera informal, como si se conocieran de siempre. Por lo tanto, evitará dirigirse al cliente como “señor” o “jefe”.
Mar levantó apenas la vista. Había algo en esa cláusula que le parecía... extraño.
“¿Tratarlo como si lo conociera de siempre?”, pensó. Aquello sonaba más a una relación ensayada que profesional. Aun así, se limitó a asentir, intentando no mostrar su incomodidad.
Cláusula 2: Disponibilidad
—La acompañante deberá estar disponible el día y la hora que el cliente decida para acompañarlo en citas de trabajo, galas, fiestas, cenas, viajes y otros eventos que el cliente considere necesarios. Sin objetar.
Mar sintió un nudo en el estómago. “Sin objetar” retumbó en su mente como una orden.
Sus dedos se entrelazaron nerviosamente sobre el regazo. Aquello sonaba más a esclavitud elegante que a un acuerdo profesional, pero mantuvo su expresión neutral.
Cláusula 3: Indumentaria
—La acompañante se compromete a usar la indumentaria adecuada para cada ocasión, evitando usar atuendos sugestivos que la hagan parecer una mujer fácil y despierten comentarios negativos.
Mar sintió cómo sus mejillas se encendían. No sabía si era vergüenza o ira.
“¿Una mujer fácil?” "¿Quien cree que soy?", pensó. Su orgullo se revolvió, pero respiró profundo. No podía permitirse perder la calma.
Cláusula 4: Confidencialidad
—La acompañante se compromete estrictamente a guardar confidencialidad respecto a la vida privada del cliente y sus negocios. Sin importar lo que vea o escuche, deberá hacer oídos sordos. El incumplimiento de esta cláusula le acarreará una multa equivalente al doble de su mensualidad.
El corazón de Mar dio un vuelco.
Supo, sin lugar a dudas, que estaba entrando a un mundo peligroso. No solo debía callar, sino ignorar todo lo que pudiera ver. Bajó la mirada, insegura, y asintió en silencio.
Cláusula 5: Relación ficticia
—Luna Harrison será contratada para hacerse pasar por una amiga especial, con fines de llegar a ser novia ficticia del cliente. Como tal, deberá comportarse de manera adecuada y aprender la versión de cómo se conocieron al pie de la letra.
Mar lo miró sorprendida. Aquello no era lo que había imaginado.
Una novia ficticia. ¿Qué clase de hombre necesitaba fingir amor?
El silencio que siguió fue pesado. Santiago ni siquiera levantó la vista; leía con la naturalidad de quien dicta las reglas del juego.
Cláusula 6: Duración del contrato
—Este contrato se celebra por un año. Al cabo del año, la acompañante quedará desvinculada totalmente del cliente, recibirá la bonificación final y no podrá volver a contactarlo.
Un año.
Mar sintió que esa palabra la aplastaba. Un año fingiendo, callando, obedeciendo… un año jugando con él tiempo de su hijo.
Tragó saliva y respiró hondo. Todo sería temporal, se dijo. Solo un sacrificio más por Jhosuat.
Cláusula 7: Relación personal
—No habrá sexo entre cliente y acompañante. Santiago y Luna no compartirán la misma cama, aunque deban hospedarse en la misma habitación.
Mar levantó una ceja con ironía. Esa cláusula sonaba más a advertencia que a garantía.
El tono de Santiago, firme y controlado, le dejaba claro que no estaba acostumbrado a que nadie cruzara sus límites.
Cláusula 8: Vida personal
—La vida personal de la acompañante no es relevante para el cliente. Está terminantemente prohibido que hable de su vida personal o que esto interfiera en el desempeño del trabajo.
Mar frunció el ceño.
Eso sí que le dolió. No hablar de su vida personal significaba ocultar la existencia de su hijo, de su razón de ser. Pero no podía delatar su necesidad. Si lo hacía, perdería la oportunidad.
Cláusula 9: Beneficios
—La acompañante tendrá varios beneficios: una bonificación mensual, una tarjeta ilimitada, un auto de uso personal y otros obsequios como joyas o regalos.
Santiago levantó la vista un instante y la observó con detenimiento.
—No te puedes quejar, Harrison. Serás bien recompensada.
Mar sonrió levemente, sin ganas.
—El dinero no siempre lo compra todo —pensó, pero no se atrevió a decirlo.
Cláusula 10: Exclusividad
—La acompañante no podrá tener ningún otro cliente durante el año que dure el contrato. Si se comprueba que ha faltado a esta cláusula, deberá pagar una multa de cincuenta mil dólares y perderá todos los beneficios.
Mar bajó la mirada. Cincuenta mil dólares… esa cifra era impensable para ella. Ya no había marcha atrás.
Santiago cerró el documento con precisión y la miró directamente.
—¿Estás segura de que quieres firmar esto? Aún estás a tiempo de arrepentirte —dijo con voz calmada, pero desafiante.
Mar sostuvo su mirada con firmeza.
—Sí, estoy segura. Veo que te tomas muy en serio tu rol de cliente… por aquello de que el cliente siempre tiene la razón —respondió con ironía.
Santiago arqueó una ceja, divertido por su respuesta.
—Solo hay algo que debo objetar —continuó Mar con determinación—. Tengo un asunto personal del cual no te hablaré, teniendo en cuenta la cláusula, pero me gustaría que me sea permitido atenderlo cuando mi presencia sea requerida con urgencia.
—Luna Harrison, al parecer estás sorda o no entendiste lo que leí—replicó Santiago con una sonrisa arrogante—. Nada de tu vida personal puede interferir entre el trato entre tú y yo. Estas son mis condiciones. Lo tomas o lo dejas. Si decides retractarte, deberás devolverme el dinero que ya te deposité.
—Pero… —intentó refutar Mar.
Santiago levantó la mano para detenerla.
—Para que no digas que soy un insensible, te permitiré atender ese asunto personal solo cuando estemos en la ciudad y tu presencia no sea estrictamente necesaria para mí. Por lo demás, deberás ajustarte a las reglas.
Mar comprendió que no lo convencería. Bajó la mirada y asintió.
—Está bien… entonces firmaré.
Con manos temblorosas, tomó la pluma y firmó lo que, para ella, parecía una sentencia irrevocable.
Santiago sonrió apenas y firmó también.
—Excelente —dijo, guardando el contrato en la carpeta—. Ahora oficialmente eres mi acompañante.
Mar sintió un peso caer sobre su pecho, pero asintió con serenidad fingida.
Santiago se levantó, encendió su laptop y se sumergió en el trabajo, ignorándola por completo.
Ella, agotada por los días difíciles, se quedó dormida.
De vez en cuando, Santiago levantaba la vista para observarla. Había algo en su rostro… una mezcla de dulzura y melancolía que lo desarmaba sin querer.
El avión continuó su vuelo, surcando el cielo hasta llegar a Copenhague, donde el lujo y la distancia serían el nuevo escenario de un vínculo que ninguno de los dos comprendía aún...