Detrás de la fachada de terciopelo y luces neón de una Sex Shop, un club clandestino es gestionado por una reina de la mafia oculta. Bajo las sombras, lucha por mantener su presencia dentro de los magnates, así como sus integridad de quienes la cazan.
¿Podrá mantenerse un paso adelante de sus depredadores o caerá en su propio juego de perdición y placer?
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La llegada del patriarca
La lluvia caía con intensidad sobre ellos, sonando con fuerza sobre la carrocería del auto deportivo que Julian había dejado atrás.
—Lo preguntaré una vez más. ¿Dónde está? —insistió Julian, su voz un látigo sobre el ruido del agua.
—Te lo diré una vez más: no lo sé. Kiam se la llevó y no me dijo adónde —respondió Dorian.
—¡Bastardo! ¿Y por qué no lo detuviste? Sabes perfectamente cuáles son sus intenciones con ella.
—¡Mierda, ya lo sé! Pero es mejor no involucrarse en sus problemas, ni llevarle la contraria al imbécil de Kiam. Cuando se trata de ella, él se pone bruto y no piensa.
Julian intensificó su agarre sobre Dorian.
Q—Si algo llega a pasarle, te juro que te las verás conmigo.
—Escucha. No sé ni me importa quién carajos eres. Pero te recomiendo no meterte en asuntos que no son de tu incumbencia. No sé cuál es el interés de Eleanor en ti, pero este problema es algo interno de la familia que un desconocido como tú no tiene ni arte ni parte. Si quieres jugar al perro guardián, perfecto, pero no olvides tu lugar.
Julian tensó la mandíbula. Claro que eran de su incumbencia; al fin y al cabo, su hermano estaba postrado en la cama de un hospital por culpa de los negocios sucios de la mafia. Ya no se trataba de mera obsesión por Eleanor, sino de cobrar venganza.
A lo lejos, se observó la figura de la mujer corriendo en medio del aguacero. La falda de su vestido comenzaba a pesar por el agua que había absorbido. Tenía la respiración acelerada, había estado corriendo durante un buen tiempo.
Julian, al reconocerla, caminó rápidamente para encararla y reclamarle por haberse ido y haberlo puesto en aprietos. Pero ella, al llegar a donde él estaba, apenas logró pronunciar su nombre antes de nuevamente derrumbarse entre sus brazos. Estaba mareada, su cabeza aún palpitaba tras el impacto que había recibido sobre el pavimento.
—Hey. ¿Estás bien? ¿Qué fue lo que pasó? ¿Te hizo daño Kiam?
—Tengo frío, Julian —mencionó, sus dientes castañeando por los temblores. Sus labios ya estaban de un color morado pálido.
—¡Maldita sea! ¿Por qué ahora? —se quejó Dorian, percibiendo las luces de un auto acercarse al club. Eleanor levantó la mirada sutilmente y al instante su cuerpo se tensó, apretando con fuerza los grandes brazos de Julian.
—Tenemos que irnos. Rápido.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Solo enciende el auto, Julian —insistió, algo nerviosa.
—No entiendo.
—¡Solo enciende el puto auto, Julian! —exclamó con poca paciencia y sobreesfuerzo.
—Tienes que irte, Elle. Estallará un problema si te encuentran ahora —anunció Dorian.
—¿Se trata de Kiam? ¿Ha regresado?
—Es mucho peor que eso. Algo que ni Kiam puede controlar.
Julian no tuvo tiempo para pensar. Levantó a Eleanor y la llevó sobre su hombro hasta el auto. Abrió la puerta trasera y la sentó. Bordeó el coche para tomar el lugar del piloto. Encendió el auto con algo de torpeza y pisó el acelerador lo más fuerte que pudo.
—¿A dónde vamos? —preguntó al no tener idea de qué hacer en esa situación llena de presión.
—Llévame a casa. Yo te daré las indicaciones, solo no dejes de acelerar —su voz salía entrecortada.
Mientras tanto, Dorian se dirigió al club, preocupado por la aparición del auto lujoso y sofisticado frente a la fachada. Sacó su móvil y marcó el número de Kiam. Luego de repicar unos segundos, Kiam contestó.
—¿Qué pasa? ¿Hiciste lo que te pedí?
—Sí. Ya están estabilizando al tipo en el hospital, pero no es por eso que te llamo. Estamos metidos en un lío por tu cabeza hueca.
—No estoy para tus reproches ahora, si la dejé ir fue porque me agarró con pocas ganas de matarla —se excusó Kiam al otro lado de la línea, mientras desabrochaba el cinturón de su pantalón. Estaba bastante extenuado y necesitaba una buena ducha con agua helada.
—No se trata de eso, Kiam. Es el abuelo. Está aquí en el club —El rostro de Kiam reflejó sorpresa y algo de palidez—. Si ve el desastre que causaste, se va a formar un tremendo lío. Ni hablar si se entera de que esta vez de verdad intentaste matar a Eleanor.
—¿Ella está ahí contigo?
—No. Escapó con el tal guardaespaldas que tiene ahora. Estaba bastante mal. ¿Qué fue lo que le hiciste?
—No le hice nada, joder. Solo debe ser malestar del clima o yo qué sé... —respondió, recordando el incidente en su casa con molestia y frustración.
—¿Qué harás? ¿Vendrás?
—Ese anciano decrépito no quiere verme ni en pintura.
—¿Dejarás a Eleanor metida en este rollo que tú mismo creaste?
—Ese maldito club lo maneja ella. Que resuelva cómo hacerle frente al abuelo. No tengo nada que ver con eso. Yo solo quiero destruirlos. Y no estaré en paz hasta no ver todo lo que ellos crearon sepultado.
—No es la primera vez que te ofrezco este trato, aun así, lo repetiré —Dorian hizo una pausa, susurrando la oferta tentadora—: Déjame que yo me encargue de todo, Kiam. Tú y yo buscamos objetivos similares. En lugar de acabar directamente con el imperio, déjame ser yo quien lo destruya desde adentro. Crearé una nueva era, próspera, muy lucrativa para ti y para mí. Sería un ganar-ganar. ¿Por qué simplemente quieres matarla y ya?
—Porque al abuelo no le importa solamente sus negocios. Ella es su debilidad. Es probable que pronto mande a uno de sus hombres a matarme a golpes, eso si descubre que fui yo quien lanzó la bomba en el club —Explicó, observándose en el espejo del baño. Su pecho estaba lleno de cicatrices que en algún momento fueron sumamente dolorosas. Un recordatorio de lo que pasaba si iba en contra de las decisiones del abuelo.
Kiam colgó sin avisar, asqueado de aquel día. Y como si fuera aún peor, un mensaje de un número desconocido apareció en sus notificaciones.
"Tenemos problemas. El galpón se incendió". La palabra "incendió" hizo eco en su mente. Golpeó con fuerza el vidrio del espejo, rompiéndolo en miles de pedazos. Salió del baño y tomó una camisa de manga larga que estaba tirada a un lado del sofá antes de abrir la puerta para salir con prisa. En el pasillo se encontró con la mujer de servicio, que se apresuró a ir al escuchar el estruendo.
—Encárgate y trae uno nuevo —exigió, dejándola atrás. Salió al patio no sin antes tomar su casco, se acercó a su moto y la encendió. Su motor rugió como una bestia y dejó la estela a su paso. Ninguno de sus hombres le siguió.
Así mismo, dentro del club, la tensión aún se sentía en el aire; el equipo competente seguía en las labores de limpieza.
—¡¿Qué es lo que ha pasado aquí?! —preguntó un hombre de edad avanzada, barba blanca y poblada. Lucía las prendas más costosas y brillantes de toda la ciudad. Su perfume olía a fortuna, a billetes de gran denominación. La fuerza con la que salían sus palabras era tosca, y su voz, áspera y gruesa.
Con pasos apresurados apareció a su lado Dorian, con la sonrisa más carismática que podía brindarle. Su cabello estaba peinado hacia atrás con la misma humedad causada por la lluvia.
—¡Abuelo! Que alegría verte. Es una verdadera sorpresa que estés aquí... justo hoy... en este preciso momento. ¿A qué has venido?
—A ver cómo están mis negocios, muchacho estúpido. ¿Dónde está tu hermano? —La mirada de Dorian se oscureció al escuchar su nombre. Gill siempre había sido el favorito y eso le molestaba en exceso.
—Está indispuesto en estos momentos. Así que en su lugar, estaré yo para atenderte.
—¿Tú hiciste todo este desastre? ¿Dónde está mi nieta? Necesito explicaciones.
—Ella... salió. Tuvo que atender algunos asuntos.
—¿Cuáles asuntos, Dorian? Su único asunto es este club. No puede ser que esta familia esté llena de puros inútiles. Y lo que más me enfurece es que creas que soy un maldito viejo decrépito al que puedes engañar. Si no fuiste tu, entonces lo hizo Kiam. Así que no intentes defenderlo. Iré al despacho ahora, y espero que me localices de inmediato a esos dos. Serán castigados de una buena vez.
Dorian tragó grueso. El abuelo estaba furioso y no sabía de qué podía ser capaz. En poco tiempo, el caos fue barrido. No faltaba mucho para que el sol saliera, y el abuelo tenía todo el tiempo del mundo para esperar el regreso de su nieta.