El destino de los Ling vuelve a ponerse a prueba.
Mientras Lina y Luzbel aprenden a sostener su amor en la vida de casados, surge una nueva historia que arde con intensidad: la de Daniela Ling y Alexander Meg.
Lo que comenzó como una amistad se transforma en un amor prohibido, lleno de pasión y decisiones difíciles. Pero en medio de ese fuego, una traición inesperada amenaza con convertirlo todo en cenizas.
Entre muertes, secretos y la llegada de nuevos personajes, Daniela deberá enfrentar el dolor más profundo y descubrir si el amor puede sobrevivir incluso a la tormenta más feroz.
Fuego en la Tormenta es una novela de acción, romance y segundas oportunidades, donde cada página te llevará al límite de la emoción.
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Fuego entre las sombras
Capítulo 13: Fuego entre las sombras
(Desde la perspectiva de Alexander Meg)
Si algo me había enseñado trabajar bajo las órdenes de Luzbel Shao era que el control emocional lo es todo.
Y justo ahora, lo estaba perdiendo.
Pero no por una guerra de mafia, ni por los gritos de Sofía en la boca del dragón.
No.
Mi autocontrol estaba colapsando… porque Daniela Ling estaba celosa.
Y se veía jodidamente hermosa así.
La fogata crepitaba frente a nosotros, las llamas reflejándose en sus ojos oscuros mientras sus labios se comprimían en una línea perfecta.
Sus manos se movían con la precisión de alguien que estaba concentrado en cada detalle, como si cada gesto fuera un disparo calculado.
Estaba sentada al lado de Lina, sonriendo de manera cómplice mientras yo observaba.
Y allí estaba Rita, pegada a mí como un imán barato, hablando sobre temas que no me interesaban: modas, fiestas, universidades, cosas que no tenían nada que ver conmigo.
Podía sentir cómo mi mente divagaba hacia Daniela, hacía cada curva de su cuerpo, cada movimiento de sus dedos, cada mirada que me lanzaba desde la distancia.
Su cuerpo estaba tenso, y esa tensión lo decía todo.
Sus labios apretados, la manera en la que bebía vino como si contuviera dinamita… Cada movimiento era un mensaje silencioso que yo leía con precisión.
La conocía.
Había visto esa misma expresión antes: cuando intimidaba a los chicos que molestaban a Lina en la universidad, cuando protegía su espacio como si fuera su reino.
Y entonces volvió del minibar, con el vino en la mano y una sonrisa venenosa.
Esa sonrisa que decía claramente: “No me subestimes, Alexander. Ni siquiera lo intentes.”
Se sentó junto a Lina, y comenzaron las indirectas.
Primero Lina, sutil como siempre, hablando del clima:
—¿No les parece que últimamente las chicas están dispuestas a aceptar cualquier cosa con tal de tener atención masculina?
Mi boca se curvó en una ligera sonrisa, apenas perceptible.
Sabía lo que estaba haciendo.
Y luego… Daniela.
Precisa como una francotiradora:
—Incluso si eso es solo un mafioso emocionalmente bloqueado y una cama compartida con la sombra de otra.
Rita tosió a mi lado, incómoda.
Luzbel, a unos metros, susurró con esa maldita sonrisa de sabelotodo:
—Te dije que funcionaría… se le nota el veneno. Está echando espuma de la rabia que siente.
—Cállate —le respondí sin mirarlo, pero el cabrón solo rio más fuerte.
—Te lo firmo —continuó—. En dos días, esa mujer te lanza un zapato… y después, te lanza la ropa interior.
Negué con la cabeza, pero no podía evitarlo.
Me estaba divirtiendo a lo grande.
Daniela no tenía idea de lo mal que mentía su cuerpo.
Su espalda recta, sus gestos tensos, su sonrisa afilada… Todo indicaba una cosa: estaba celosa.
Y me encantaba.
Seguía con sus comentarios, Lina se sumaba como buena aliada, y Rita se hundía más en la incomodidad.
Yo la ignoraba.
No porque me importara menos, sino porque me estaba divirtiendo de una manera que hacía tiempo no sentía.
—¿Y ahora qué? —pregunté finalmente, inclinándome hacia Luzbel, que seguía con su sonrisa de demonio orgulloso—. ¿Cuál es tu consejo de cupido infernal?
—Sigue fingiendo que Rita te interesa —dijo con una voz baja y conspiradora—. Entre más cerca esté Rita… más cerca querrá estar Daniela.
—Estás loco.
—No más loco que tú por esa mujer.
Lo odiaba cuando tenía razón.
Y él lo sabía.
Daniela tomó otra copa de vino y se alejó con Lina, con una actitud de reina herida.
La forma en la que peleaba por algo que ni siquiera sabía que era suyo me hizo desearla aún más.
Cada paso suyo era un recordatorio de que yo no podía simplemente apartarme de ella, de que no podía fingir indiferencia.
Rita tocó mi brazo.
La aparté con suavidad.
No quería ser cruel, pero en este juego, el único objetivo era ella.
Daniela Ling.
Mientras ella caminaba de regreso hacia la fogata, sentí cómo algo en mí se rompía lentamente.
No era ira, no era frustración… era deseo puro, mezclado con la certeza de que si no actuaba pronto, podría perderla.
—Alexander —susurró Luzbel, apoyando una mano en mi hombro—. Observa. Aprende. Disfruta.
Me centré de nuevo en Daniela.
La vi sonreír a Lina, levantar una ceja con complicidad, beber su vino con calma, fingiendo indiferencia mientras cada movimiento era un desafío silencioso hacia mí.
—Mierda —murmuré para mí mismo—. Esta mujer es un peligro.
Cada vez que me miraba de reojo, sentía que el tiempo se detenía.
Cada gesto era un golpe directo a mi ego, y aun así, no podía apartar la mirada.
No quería.
Lina notó mi tensión y me lanzó una sonrisa cómplice.
Sabía lo que pasaba, lo entendía incluso sin palabras.
Y Daniela… ella no tenía idea de que yo estaba completamente atrapado en el fuego que ella misma había encendido.
La noche avanzaba.
La fogata crepitaba y el aroma de la leña se mezclaba con el salitre del mar.
Cada conversación era un juego de miradas, de silencios estratégicos, de pequeñas provocaciones.
Daniela hablaba, y yo escuchaba, cada palabra cargada de intención.
Cada risa suya me recordaba que estaba jugando conmigo, y cada gesto me hacía desear romper las reglas.
Finalmente, cuando Daniela se levantó para caminar hacia la orilla, no pude resistirlo más.
Cada músculo en mi cuerpo me pedía seguirla, y así lo hice.
Caminé tras ella con pasos medidos, sin que lo notara.
La observé poner un pie tras otro en la arena húmeda, dejando que las olas lamieran sus tobillos.
La luna se reflejaba en su piel, y por un instante, sentí que el mundo entero se había reducido a ella y a mí.
—Daniela —dije suavemente, para que solo ella me escuchara—.
Se detuvo y giró la cabeza.
Sus ojos brillaban bajo la luz de la luna, desafiantes, hermosos, peligrosos.
—¿Qué quieres, Alexander? —preguntó, con una voz que contenía todo lo que no decía.
—No quiero nada de Rita —respondí, firme—. Ni de nadie. Solo tú.
Sus labios se entreabrieron, pero no dijo nada.
El silencio entre nosotros era más elocuente que cualquier palabra.
Cada respiración compartida, cada latido, cada movimiento del viento… todo gritaba lo que ninguno de los dos se atrevía a confesar.
—¿Sabes por qué me sigues? —preguntó finalmente, sus ojos fijos en los míos.
—Porque no puedo hacer otra cosa —dije, acercándome un paso—. Porque si te dejo ir, te pierdo para siempre.
Su expresión se suavizó un instante, y luego volvió a endurecerse.
Pero en ese momento, supe que el juego había cambiado.
Ya no se trataba de celos, de pruebas o de indirectas.
Se trataba de nosotros.
De lo que éramos, de lo que habíamos sido y de lo que aún podía surgir entre nosotros.
—Alexander… —susurró, con un hilo de voz—. Esto no es fácil.
—Nunca dije que lo sería —respondí—. Pero te prometo algo: no voy a rendirme. No por ti, no por mí, ni por lo que otros puedan pensar.
La luna brillaba sobre el mar, las olas golpeaban suavemente la orilla, y allí estábamos: dos personas atrapadas entre el deseo, el orgullo y la certeza de que algo intenso estaba naciendo entre nosotros.
Y en ese momento, supe que, por primera vez en mucho tiempo, estaba dispuesto a dejar que el fuego me consumiera… si eso significaba que podía tenerla a ella.