Nunca imaginé que una simple prueba de embarazo cambiaría mi vida para siempre. Mi nombre es Elizabeth, y hace unos meses, mi vida era completamente diferente. Trabajaba como asistente ejecutiva para Alexander, el CEO de una de las empresas más importantes del país. Alexander era todo lo que una mujer podría desear: inteligente, carismático y extremadamente atractivo. Nuestra relación comenzó de manera profesional, pero pronto se convirtió en algo más. Pasábamos largas horas juntos en la oficina, y poco a poco, la atracción entre nosotros se volvió innegable.Nuestra relación terminó abruptamente cuando Alexander decidió que era mejor para ambos si seguíamos caminos separados. Me dejó con el corazón roto y una promesa de no volver a cruzar nuestros caminos. Pero ahora, con un bebé en camino, mantener ese secreto se vuelve cada vez más difícil.Decidí no decirle nada a nadie, especialmente a él. No podía arriesgarme a que esta noticia se filtrara y arruinara su carrera.
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Capítulo 8: NO VIVIRÉ UNA VIDA QUE NO HE ELEGIDO.
Alexander
Los días transcurrían con una lentitud agobiante, y cada vez que el teléfono rompía el silencio, mi corazón latía con fuerza, alimentando la esperanza de que fuera una llamada que trajera noticias sobre Elizabeth. Sin embargo, cada vez que atendía el teléfono, la realidad se convertía en una nueva decepción que se sumaba a la anterior. Mis noches se veían invadidas por el insomnio, un compañero implacable que me mantenía despierto, mientras que mis días estaban plagados de una angustia constante que me acompañaba a cada paso. La falta de concentración se volvió evidente en mi trabajo, y pronto mis empleados comenzaron a notar los cambios en mi estado de ánimo, sintonizando con la tensión que me envolvía.
Opté por adoptar un enfoque más proactivo en mi búsqueda. Empecé a examinar detenidamente los informes elaborados por el investigador, con la intención de detectar cualquier detalle que pudiera haber sido pasado por alto. Dedique numerosas horas a la revisión de registros, realizando llamadas telefónicas y siguiendo pistas, pero a pesar de mis esfuerzos, cada intento parecía conducirme a un callejón sin salida. Cada nuevo dato que obtenía abría nuevas preguntas, pero no lograba encontrar respuestas concretas. La frustración se acumulaba mientras me adentraba cada vez más en un laberinto de información sin salida aparente.
Me encontraba sentado en mi oficina, sumergido en la revisión de los informes financieros correspondientes al último trimestre. La luz del sol se filtraba a través de las amplias ventanas, creando un juego de sombras y luces que daba vida a la elegante decoración del espacio. A pesar de que mi empresa estaba cosechando éxitos y alcanzando metas, una leve inquietud anidaba en mi interior. Percibía que había algo en el ambiente, una sutil, pero palpable sensación de que un acontecimiento significativo estaba a punto de desarrollarse.
Decidí ponerme en contacto con mi secretaria para confirmar que todo estuviera debidamente preparado para la reunión que tendríamos próximamente con los inversionistas. Con ese propósito en mente, presioné el botón del intercomunicador y aguardé pacientemente la respuesta.
—Sí, señor Alexander, ¿en qué puedo ayudarle? —respondió la voz serena y profesional de mi secretaria, Sofía.
—Sofía, necesito que agendes la próxima reunión con los inversionistas. Quiero asegurarme de que cada detalle esté perfectamente organizado —dije, esforzándome por mantener un tono de voz firme y profesional.
—Por supuesto, señor. Ya he comenzado a coordinar con ellos. ¿Hay algo más que necesite para hoy? —preguntó, mostrando una vez más su habitual eficiencia y atención al detalle.
Me detuve un instante, sumido en mis pensamientos. —¿Hay algún otro compromiso en mi agenda para el día de hoy?
Sofía, mostrando una rápida eficiencia, revisó su lista de tareas. —No, señor. Eso es todo lo que tiene programado para hoy.
De repente, su expresión cambió un poco, como si hubiera recordado algo importante. —Oh, señor, casi se me olvida mencionarlo. Su padre llamó esta mañana. Comentó que hay una cena programada a las 8 de la noche.
Fruncí el ceño, esforzándome por recordar. —¿Una cena? No tengo presente haberla planeado.
Sofía asintió con seriedad. —Sí, señor. Dijo que era un asunto importante y que era crucial que asistiera —añadió con tono firme, como si intentara enfatizar la relevancia del evento.
—Está bien, gracias por recordármelo, Sofía —respondí, sintiendo una pequeña irritación por la interrupción en mis planes—. Asegúrate de que todo esté listo para la reunión de mañana.
—Claro, señor. Que tenga una buena tarde —replicó con un tono profesional antes de colgar.
Me recosté en mi silla, sintiendo el peso de una mezcla de emociones. Mientras me permitía un momento de reflexión, mis pensamientos se dirigieron hacia la cena que se avecinaba. Mi relación con mi padre siempre había sido complicada; una enmarañada red de expectativas y presiones que parecían aferrarse a mí como una sombra interminable. No podía evitar preguntarme qué podría ser tan urgente e importante como para que se organizara una cena de última hora. La curiosidad y la inquietud comenzaban a enredarse en mi mente, dejando entrever la incertidumbre de lo que podría suceder esa noche.
La tarde se deslizó velozmente mientras me dedicaba por completo a mis tareas laborales, sumergiéndome en la revisión de contratos y en la elaboración de presentaciones. Con cada hora que pasaba, la sensación de inquietud comenzaba a apoderarse de mí, especialmente a medida que la hora de la cena se iba acercando. La tensión aumentaba y me encontraba cada vez más ansioso por salir del ambiente de trabajo. Finalmente, tomé la decisión de que era el momento indicado para marcharme. Me levanté de mi escritorio, sacudí un poco la cabeza como intentando despejarme, y con determinación, me coloqué mi chaqueta. Sin más dilación, salí de la oficina, ansioso por dejar atrás las responsabilidades del día e ir en busca de un merecido descanso.
El restaurante destinado para la cena se encontraba entre los más selectos y prestigiosos de la ciudad. Al llegar al lugar, fui recibido cordialmente por el maître, una figura elegante que me guiaba con un porte distinguido. Me llevó a una mesa ubicada en un rincón reservado y tranquilo en la parte posterior del establecimiento, lo que brindaba un ambiente más íntimo y cómodo.
Al llegar a la mesa, noté que mi padre ya se encontraba allí, conversando suavemente mientras sostenía una copa de vino en su mano, el brillo del cristal reflejando la luz tenue que iluminaba el lugar. Su semblante mostraba una mezcla de alegría y tranquilidad, como si ese momento estuviera destinado a ser uno especial.
—Alexander, querido hijo, me llena de alegría que hayas podido hacer el esfuerzo de venir —expresó mi padre con una sonrisa, mientras se incorporaba de su asiento para ofrecerme un apretón de manos firme y cordial.
—Hola, papá. ¿Qué es lo que está sucediendo aquí?— indagué, sintiéndome algo confundido mientras me acomodaba en la silla que tenía frente a él.
—Pronto lo descubrirás — contestó él mientras esbozaba una sonrisa misteriosa. Esa expresión me inquietaba, ya que cada vez que la veía, presagiaba que algo estaba en marcha que, muy probablemente, no sería de mi agrado.
Transcurrieron unos minutos y, de pronto, vi aparecer a Vanessa y a sus padres. En ese instante, un pensamiento cruzó mi mente: 'Esta es una mala jugada'.
Volteé hacia mi padre y le pregunté con seriedad.
— Papá, ¿qué estás planeando? ¿Por qué me convocaste a este lugar? ¿Qué tienen que ver Vanessa y sus padres con todo esto? — Intenté mantener una postura tranquila, aunque por dentro me sentía completamente descontento.
Mi padre y el padre de Vanessa comenzaron a conversar animadamente, exponiendo su deseo de que Vanessa y yo formalizáramos un compromiso. Vanessa mostraba una gran alegría ante esta noticia, su rostro iluminado por una sonrisa que brillaba de entusiasmo. Sin embargo, en mi interior, la situación era completamente diferente.
—Ya tomé mi decisión. No me casaré con ella — afirmé con firmeza, levantándome de la mesa con una sensación de desasosiego que se apoderaba de mí.
—Alexander, por favor, siéntate y escúchame,— intentó mi padre, buscando calmar la situación y mantener la compostura en medio de la conversación.
—¡No, papá! Esto no es lo que quiero, —respondí, con la voz cargada de frustración y descontento. No voy a comprometerme con alguien solo porque tú lo deseas — continué, sintiendo que la ira y la indignación crecían dentro de mí, abrumándome ante la presión que sentía. Mi corazón latía con fuerza, y estaba decidido a no dejar que las expectativas ajenas dictaran mi futuro.
—Alexander, por favor, ¿podemos hablar de esto?, —pidió Vanessa, intentando apaciguar la tensión en el aire.
—No, y ya había discutido esto contigo —respondí con firmeza—. No te veo como una mujer, no te miro de otra manera. Si eso es todo lo que tenían que decir, les pido disculpas, pero tengo que irme.
Sin más, me di la vuelta y abandoné el restaurante, dejando a todos atrás. Caminé por las calles de la ciudad, sintiendo cómo la brisa fresca acariciaba mi rostro mientras intentaba tranquilizarme. Mis pensamientos eran un torbellino, y aunque sabía que mi decisión podría tener sus consecuencias, no podía continuar viviendo una vida que no era auténtica para mí. La angustia se apoderaba de mí, pero, en el fondo, sabía que era un paso necesario.
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