SECRETARIO DULCE

—¿Seguro que no quieres que te lleve? —Christian ha estado algo insistente.

Sonríe.

—No. Esta bien así.

—¿Iras a tu casa?

—No.

—¿Qué harás?

—Iré a la florería, Raúl quiere que nos veamos. Tiene algo importante que decirme.

¿Qué cosas tenía en mente Christian? ¿Qué clase de pensamientos tenía cuando me veía?

—Está bien. Te veo mañana.

—¡Por supuesto! Buen viaje.

Christian se aleja de mí en dirección a su auto. Veo cómo se aproxima al vehículo, Gilberto le abre la puerta.

—Así que él es el jefe de esta compañía —dice Dario.

Ni siquiera note cuando llego, fue muy sigiloso.

—Sí. Es él.

Me ofrece un chicloso.

—¿Quieres ir al cine conmigo? —Propone.

—¿Justo ahora? —Destapo el chicloso y lo meto en mi boca.

Asiente. Y de pronto, empieza a llover. ¿Por qué ahora? ¡Ni siquiera es época de lluvia!

—Sí. Aunque, mejor, vamos a correr bajo la lluvia.

Me toma de la mano, no entiendo su gesto y el agua del cielo comienza a acariciarnos. ¿Cuando fue la última vez que hice esto? ¡Me sentí muy feliz! Era como si todo mi mundo se detuviera.

—¿Qué te parece disfrutar de la lluvia así? —Me pregunta Dario.

El sabor del chicloso se expande en mi boca.

—¡Se siente bien!

Nuestros demás compañeros de trabajo nos observan desde la entrada principal, Dario y yo parecemos niños chiquitos. No me da pena disfrutar de algo tan simple como una lluvia.

Después de una hora, cruzamos la puerta de la florería.

—¿Y ahora? ¿Les agarró el agua? —Raúl está fumando.

—Sí.

—Hola Raúl.

—Hola Dario. ¡Qué milagro! Ya no te había visto.

—Lo mismo digo.

Ellos intercambian saludo.

—¿Por qué estás fumando aquí? Toda la tienda apesta a tabaco —me quejo.

—Cálmate Juls, ya compre la pizza para la cena —me sorprende que use el apodo que Christian usa para llamarme.

—¿También compraste cerveza? —Dario tiene antojo de alcohol.

—Sí.

En la mesa de trabajo están dos cajas de pizza. Un six de latas de cerveza y un cenicero. Comer con mis amigos después de la jornada laboral es algo reconfortante.

—¿Y por qué te cambiaste a la compañía donde está Juls? —Quiere averiguar Raul.

—Es que, en la empresa donde yo estaba no me ponían a hacer cosas para las que estudié. ¿Qué tiene que ver manejar una base de datos con arreglar un auto? ¡Yo no estudié mecánica!

Asentí.

—No pensé que eso pudiera pasar. ¡Que bueno que te cambiaste! —Le hago saber.

—Y me gusta. Apenas llevo tres días y creo que el ambiente de la oficina es agradable.

Sonrio. Muerdo mi rebanada de pizza.

—Bueno, eso sí. Julen ya lleva un mes y le está yendo bastante bien. ¿Verdad Juls? —Raul mueve sus cejas y acerca una lata de cerveza a su boca.

—Sí. Aunque al principio, no me fue como esperaba.

—¿Por qué? —Dario tiene curiosidad.

—Entré como administrador de base de datos y terminé siendo el secretario del director de la empresa —admití.

—¿De verdad?

—Y ahora nuestro querido Juls tiene un romance de oficina gracias a ese cambio inesperado —añade Raúl.

—¿Un romance en la oficina? ¿Con quien? —Dario quiere saber, me doy cuenta de su necesidad.

—Con el director de la empresa. Con Christian —Raul no tiene pelos en la lengua.

—¡¿El jefe es gay?! —Dario está súper impactado—. Julen, ¿lo que dice Raul es cierto?

Bebo unos tragos de cerveza, no me sorprende la reacción de Dario.

—Bueno, en parte tiene razón, pero…

—Juls podría convertirse en la próxima directora de la empresa. Gracias a su posición como amante de Christian —Raul está muy embobado con mi situación emocional.

—¡Eso no es verdad! Ya lo estás exagerando —reprendo a Raul.

—¿Y cuál es la verdad? —Dario cuestiona.

Hacemos contacto visual, muerdo mi pizza, mastico, saboreo y trago. Medito en la respuesta. Bebo cerveza.

—Christian no es gay y yo no me convertiré en su amante.

—¡¿Qué?! Pero si tú me dijiste que te gusta tu jefe —Raul estaba siendo demasiado informativo.

—Sí. Yo dije eso. Pero no es lo mismo gustar que amar. No es lo mismo sentirte atraído a alguien, que estar completamente dispuesto a darle todo tu corazón a ese alguien. ¡Por eso no seré su amante!

Ambos se quedaron procesando mis palabras. Seguí comiendo.

—Pero el amor puede nacer de gustar de alguien si tú permites que así sea. Frecuentarlo, convivir y platicar con esa persona, puede hacer que el gustar cambie a un amor completo —dice Dario.

Su ideal me pareció bueno.

—¿Y crees que la otra parte pueda sentir lo mismo por mí? —No me dio miedo cuestionar—. Supongo que esto será algo pasajero. Lo he meditado estos días y así lo he llegado a ver. ¡No puedo cruzar la línea con mi jefe!

Raul no parecía estar de acuerdo.

—¿Y si a tu jefe también le gustas? Dijiste que él se comporta diferente cuando está contigo y eso conmueve a tu corazón —Raul me hace recordar.

—Bueno, sí, pero…

—Si Christian siente lo mismo que tú, creo que no tiene nada de malo intentar convertir un gusto en un amor profundo, ¿no te parece?

Tantas cuestiones románticas me hicieron sentir nervioso. Sin dudar, agarro mi lata de cerveza y me la empino a la boca. ¡Bebo todo el contenido!

—Mi objetivo es poder terminar mi pasantía y lograr conseguir mi diploma de especialidad. ¡El amor sale sobrando ahorita! —Pronuncio con mucha convicción.

—¿Y que pasará después de que termines tu pasantía? ¿Qué harás si te ofrecen un puesto fijo? —Dario cuestiona.

—Creo que ya es demasiado. Déjenme comer pizza a gusto. Lo que tenga que pasar, pasará y lo que no, la vida seguirá su curso —les digo.

...🍬🍬🍬...

Son casi las doce de la tarde. Termino de ingresar algunos datos en la computadora y siento malestar en mi cuerpo. El clima está encendido y yo siento frío. ¿Qué me está pasando?

El teléfono de mi escritorio empieza a sonar. Contesto la llamada.

—¿Puedes entrar a mi oficina? Necesito preguntarte algo.

—Enseguida.

Acomodo el teléfono en su lugar. Me levanto de la silla y siento una pesadez enorme. ¡Mis ojos se sienten cansados! Tocó la puerta y abro después. Me acerco hasta su escritorio.

—¿Qué necesitas preguntarme?

Hacemos contacto visual, trato de sonreír. ¡Christian parece sorprendido!

—¿Te sientes bien Juls?

—Sí, yo…

—No te ves para nada bien.

—Estoy bien. Solo me siento un poco cansado.

Se levanta de su silla, camina hasta detenerse frente a mí. Sube su mano a mi rostro y palpa mi frente, mis mejillas.

—¡Estas ardiendo! —Exclama preocupado.