Valentina Rossi. Lo tiene todo: belleza, fortuna y un apellido que pesa más que el oro. heredera de un imperio empresarial, su vida parece más bien un cuento de hadas.
hasta que las amenazas en contra de su familia la obligan a aceptar algo que jamás imaginó: un guardaespalda personal que la siga a todas partes.
El es Gabriel Duarte, un hombre frío, reservado con un pasado que prefiere mantener en silencio. Su deber es protegerla, mantenerla a distancia y no involucrarse. Pero el carácter rebelde de Valentina, sus intentos de sacarlo de control, un chispa peligrosa que surge cada vez que se miran, lo hace que la línea entre la seguridad y el deseo comience a desmoronarse.
Entre lujos, intrigas familiares y enemigos ocultos que acechan en la sombra, Valentina descubrirá que el peligro siempre la asecha.
¿Podrá un guardaespalda endurecido por la vida, y resistir la tentación de enamorarse de la qué juró proteger? ¿O cederá, aunque eso signifique arriesgarlo todo?
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Deseando romper la distancia
Gabriel frunció el ceño, como sí quisiera discutir, pero se contuvo. Valentina aprovechó ese silencio, para acercarse aún más.
-- ¿Alguna vez estuviste enamorado, Gabriel? --
La pregunta lo tomo por sorpresa. Sus ojos endurecieron, y la línea de sus labios se tensó. -- No es una pregunta adecuada. --
-- No pregunté si era adecuada. -- insistió Valentina. -- Te pregunté si alguna vez lo estuviste. --
Gabriel desvió la mirada. Durante largos segundos no dijo nada. Cuando por fin habló, su voz sonaba más grave que nunca. -- Lo estuve. Hace mucho tiempo. Y lo perdí todo. --
Valentina sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Había un peso en esas palabras, un dolor tan profundo que incluso él, tan controlador siempre, no lo pudo ocultar del todo.
-- ¿Murió? -- se aventuró Valentina con cautela.
Gabriel no contestó. El silencio fue la confirmación más brutal que pudo recibir.
Valentina bajó la vista, sintiéndose de pronto intrusa en una herida demasiado abierta. Pero al mismo tiempo, algo dentro de ella se encendió: el deseo de comprenderlo, de ser la primera en mucho tiempo que cruzara ese muro.
-- No tienes por qué cargar solo con ese dolor. -- Dijo nada más en un susurro. -- No conmigo tan cerca. --
Gabriela miró. Y por un instante Valentina creyó ver un destello de vulnerabilidad en sus ojos. No era. El guardaespaldas inquebrantable, sino un hombre marcado por pérdidas, que lo hacía mantenerse erguido solo obligado por el deber.
Pero al instante se desvaneció tan rápido como había llegado. Gabriel enderezó la espalda, endureció la expresión y volvió a erguir el muro.
-- No puedes permitírtelo, Valentina. Tú eres el blanco de demasiados enemigos. Y mi vida personal no tiene lugar en la tuya. --
Valentina lo observó con una mezcla de frustración y ternura. -- Siempre encuentras una excusa, para mantenerme lejos de ti. --
-- No es una excusa. Es una realidad. --
La noche. Se fue deslizando mientras la conversación continuaba. Su comida favorita, sí tenía algún hobby. Si alguna vez pensó en dejar ese trabajo, Gabriel respondía con frases breves, siempre midiendo lo que revelaba.
Pero poco a poco, entre rendijas, Valentina fue descubriendo fragmentos de humanidad: qué disfrutaba del boxeo no por violencia, sino por disciplina; qué prefería el café amargo porque le recordaba las madrugadas en su barrio; que, a pesar de todo, encontraba paz en los silencios, de buenas noches sin palabras.
Valentina lo escuchaba como si esas pequeñas confesiones fueran tesoros. Cada detalle, la cercanía más a él, aunque él siguiera empeñado en marcar distancia. Finalmente, cuándo el amanecer comenzó a teñir él cielo en tonos rosados, Valentina lo miró fijamente a los ojos.
--No importa cuántos secretos quieras guardar, Gabriel. Yo no me rendiré. Seguiré conociéndote, aunque sea pedazo a pedazo. --
Él no respondió. Solo sostuvo su mirada unos segundos antes de girarse de nuevo hacia la ventana. Pero Valentina lo supo: aunque no lo admitiera, él ya había dejado que ella cruzara un umbral que nadie más había alcanzado.
El amanecer marcó un antes y un después. Valentina, aún con el dolor de la muerte de su padre y las intrigas de su madre, encontró en Gabriel no solo al protector impenetrable, sino al hombre con cicatrices que merecía ser escuchado.
Y aunque Gabriel luchara por mantenerse al margen, no pudo evitar reconocer que esa joven obstinada había comenzado a desarmar las murallas que había construido toda su vida.
Mientras que en la mansión Rossi, con sus altos ventanales de cristal emplomado y los candelabros de cristal colgando como constelaciones detenidas en el aire, estaba sumergido en un silencio que pesaba como plomo. El eco de los pasos de Valentina resonaba en el mármol frío del vestíbulo, mientras avanzaba hacia el salón principal. Su figura, envuelta en un vestido sobrio color marfil, irradiaba con calma engañosa; por dentro, la sangre le hervía con cada recuerdo de las artimañas de Catherine, su madre, y ese compromiso que había intentado forzar con Adrien Beuamont como si su vida fuera un tablero de ajedrez.
El reloj de péndulo marcaba a las 8:30. Catherine estaba esperándola, reclinada en el diván de terciopelo verde botella, un cigarro Delgado en los dedos y esa sonrisa calculadora que tantas veces había desarmado a sus enemigos. Sus ojos, de un gris metálico, se elevaron hacia Valentina con la misma mezcla de orgullo y control que siempre había tenido.
-- Llegas tarde. -- murmuró Catherine, dejando escapar una Estela de humo que se serpenteó como un presagio entre ambas.
Valentina se mantuvo a unos metros, erguida con la barbilla en alto. Ya no era la muchachita insegura que durante años había vivido bajo la sombra de su madre. Había aprendido a ver más allá de los gestos amables, de las promesas envueltas de dulzura, de los sacrificios que Catherine aseguraba haber, hecho por ella.
-- No vine a perder el tiempo, madre. Vine a dejar las cosas claras. --
El tono cortante de Valentina heló la estancia. Catherine arqueó una ceja. Cómo si presintiera que aquel encuentro tendría más filo que los anteriores.
-- Habla entonces. Escucho. --
Valentina dio un paso más cerca, y la luz de las lámparas reflejó su mirada una furia contenida.
-- Quiero que olvides esa falsa de compromiso con Adrien. Quiero que lo entierres, que lo arranques de tu lista de intrigas. Porque si insistes en manipular mi vida, te aseguro que el mundo entero conocerá la verdadera Catherine viuda Rossi.
El silencio posterior fue casi insoportable. Catherine dejó el cigarro en el cenicero de plata, sus dedos permanecieron unos segundos más sobre el filtro como si quisiera prolongar ese instante de control.
-- Me estás amenazando, Valentina. -- Preguntó al fin con un media sonrisa de burla en su rostro.
-- No. Te estoy advirtiendo. -- respondió Valentina, tajante. -- si no desistes, si intentas arrastrarme a un matrimonio que no deseo, hablaré. Y créeme que la prensa estará ansiosa por escucharme. --
La mención de la prensa hizo que Catherine entre cerrara los ojos. Durante décadas había construido una imagen impecable: la mujer elegante, benefactora, respetada en las altas esferas sociales. Nadie sabía lo que sucedía a puerta cerrada: los chantajes, las alianzas turbias, los secretos enterrados bajo alfombras carísimas. Valentina, sin embargo, sabía todo.
-- ¿Qué piensas decir? -- La voz de Catherine era un susurro venenoso. -- ¿Qué pruebas tienes, para arruinar a tu propia madre? --
Valentina esbozó una sonrisa amarga.
pero esa cancelación debe ser un hecho en la prensa directa
ahora valentina debe tener mucho más cuidado
con ese loco de Adrien
Entonces dale dónde más le duele a Gabriel 🤣 en el Orgullo. ☺️