Nunca imaginé que una simple prueba de embarazo cambiaría mi vida para siempre. Mi nombre es Elizabeth, y hace unos meses, mi vida era completamente diferente. Trabajaba como asistente ejecutiva para Alexander, el CEO de una de las empresas más importantes del país. Alexander era todo lo que una mujer podría desear: inteligente, carismático y extremadamente atractivo. Nuestra relación comenzó de manera profesional, pero pronto se convirtió en algo más. Pasábamos largas horas juntos en la oficina, y poco a poco, la atracción entre nosotros se volvió innegable.Nuestra relación terminó abruptamente cuando Alexander decidió que era mejor para ambos si seguíamos caminos separados. Me dejó con el corazón roto y una promesa de no volver a cruzar nuestros caminos. Pero ahora, con un bebé en camino, mantener ese secreto se vuelve cada vez más difícil.Decidí no decirle nada a nadie, especialmente a él. No podía arriesgarme a que esta noticia se filtrara y arruinara su carrera.
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Capítulo 5
Elizabeth
A partir de aquel día, Daniel y yo empezamos a reunirnos con mayor asiduidad. Cada vez que nos veíamos, él siempre tenía una palabra amable y una sonrisa cálida reservada para mí, lo cual me hacía sentir muy bien. Con el tiempo, nuestras charlas se volvieron algo habitual. Daniel me compartió detalles sobre su trabajo y su vida cotidiana, permitiéndome conocerlo mejor. A su vez, yo le hablé acerca de mi embarazo, de las emociones que me invadían y de los proyectos que tenía para el futuro, llenos de sueños y esperanzas. Así, nuestras conversaciones se convirtieron en un intercambio valioso, donde ambos compartíamos nuestros mundos y aspiraciones.
Daniel era una persona fascinante y cautivador. A pesar de que no conocía muchos detalles sobre su vida privada, valoraba enormemente su compañía y la manera en que me brindaba su apoyo incondicional. Con el paso de las semanas, nuestra amistad fue consolidándose y, sin darme cuenta, empecé a confiar en él más de lo que inicialmente había anticipado. Esta conexión creció de forma natural, llenando mis días de conversaciones amenas y momentos compartidos que profundizaban nuestro vínculo.
Era un día tranquilo y soleado, y estábamos sentados en la terraza de un café cercano, disfrutando de la brisa suave que acariciaba nuestros rostros. De repente, Daniel desvió su mirada hacia mí, su expresión se volvió seria, lo que me sorprendió un poco. Con voz firme y sincera, comenzó a hablar.
—Elizabeth, aunque nuestra amistad es reciente y no hemos compartido muchos momentos juntos, quiero que tengas claro algo muy importante. Estoy aquí para ti. Si en algún momento sientes que necesitas algo o si hay algo en lo que pueda ayudarte, no dudes en decírmelo. Me sentí conmovida por sus palabras, comprendiendo el significado detrás de su ofrecimiento.
Sentí una profunda oleada de gratitud y emoción que recorrió todo mi ser.
— Gracias, Daniel. Tus palabras significan muchísimo para mí. Este periodo de mi embarazo ha sido un camino solitario, y tu apoyo ha sido realmente inestimable en todo momento.
Él, con una sonrisa cálida en su rostro, respondió.
— Es lo menos que puedo hacer por ti — continuó —Eres una mujer increíblemente fuerte y valiente, y no tengo dudas de que serás una madre maravillosa.
Con el paso de los meses, Daniel se fue integrando de manera significativa en mi vida. Su presencia se hizo indispensable, ya que me acompañaba a mis citas médicas, un momento que a menudo generaba ansiedad en mí. No solo estaba a mi lado en esos momentos, sino que también me asistía en las compras, haciendo que esas tareas cotidianas fueran mucho más llevaderas y agradables. Su compañía y apoyo constante me brindaban un gran consuelo. Aunque aún enfrentaba momentos de incertidumbre y miedo, la certeza de que contaba con él me recordaba que no estaba sola en este camino. Su amistad se convirtió en un pilar fundamental en mi vida, proporcionándome una sensación de seguridad y esperanza.
—¡Uff! ¡Ya no puedo más, doctor! —exclamé, retorciéndome del dolor—. ¡Necesito que los saque ya! Quiero a mis niños, pero me están matando.
—Respira, Elizabeth, tranquila —respondió Daniel con voz serena.
—Es fácil decirlo —respondí, sintiendo que el dolor me invadía de nuevo—. ¡¡Aah!!
Al instante, Daniel también gritó, como si nuestro dolor se hubiera entrelazado en un mismo momento de angustia.
Finalmente, llegó el tan esperado día en que mis gemelos vieron la luz del mundo. Fue un instante colmado de alegría y emoción, un momento que había imaginado tantas veces y que, por fin, se hacía realidad. A pesar de que el camino hacia este acontecimiento había estado lleno de retos y dificultades, en mi corazón sabía que había tomado la decisión correcta al dar la bienvenida a mis hijos.
Con Daniel a mi lado, sintiendo su apoyo incondicional, y rodeada por la calidez y el respaldo de mis nuevos amigos, me sentía lista para enfrentar todo lo que el futuro me tenía reservado. Sabía que, con amor y esfuerzo, podría proporcionarles a mis pequeños la vida plena que merecían.
El sonido de los llantos de mis gemelos resonaba en el pequeño apartamento, generando una sinfonía caótica que únicamente una madre podría encontrar reconfortante. Habían transcurrido dos semanas desde su nacimiento y, a pesar de que las noches eran largas y agotadoras, cada día a su lado representaba un regalo invaluable. Mis hijos, Lucas y Sofía, constituían mi razón de ser, y cada sonrisa y balbuceo me recordaban la motivación que me llevó a emprender este nuevo capítulo en mi vida.
Una mañana, mientras le daba de comer a Lucas, escuché un golpe sutil en la puerta. Al abrirla, me encontré con Daniel, quien me recibió con su característica y cálida sonrisa, sosteniendo una bolsa de comestibles entre sus manos.
— ¡Buenos días, Elizabeth! — exclamó con alegría. —Pensé que quizás podrías necesitar algunas cosas — añadió, mientras ingresaba a la casa y dejaba la bolsa sobre la mesa de la cocina.
—Muchas gracias, Daniel. Eres un verdadero ángel — le respondí, mientras una profunda sensación de gratitud me inundaba. Desde la llegada de los gemelos al mundo, Daniel había estado a mi lado incondicionalmente, brindándome su apoyo incesante en cada momento que lo necesitaba. Siempre estaba dispuesto a echarme una mano, ya fuera cuidando a los pequeños por un rato, ayudando con las tareas del hogar o simplemente ofreciendo palabras de aliento. Su presencia ha sido un verdadero pilar en mi vida desde que los bebés llegaron, y no podía evitar sentirme profundamente agradecida por todo lo que ha hecho por nosotros.
—¿Cómo están los pequeños hoy? — preguntó con suavidad, acercándose con paso cuidadoso a la cuna donde Sofía yacía sumida en un sueño profundo y plácido. La luz suave que entraba por la ventana iluminaba su rostro sereno, haciendo que su piel pareciera aún más delicada.
—Todo está en orden, aunque esta mañana Lucas ha estado un poco inquieto —respondí mientras acariciaba con ternura la cabecita de mi hijo.
Daniel esbozó una sonrisa y se inclinó un poco hacia adelante para observar a Lucas más de cerca. —Es un auténtico luchador, igual que su madre — comentó con afecto.— ¿Hay algo más en lo que te gustaría que te ayude?
—En realidad, sí —respondí, sintiendo una punzada de nerviosismo. —Tengo una cita médica esta tarde y me vendría bien una mano con los bebés.
—Por supuesto, estaré encantado de ayudarte —dijo Daniel sin dudarlo—. ¿A qué hora es la cita?
—A las tres— respondí, sintiéndome aliviada de tener su apoyo. —Gracias, Daniel. No sé qué haría sin ti.
—Siempre estaré aquí para ti, Elizabeth — comentó con una sonrisa. —Ahora, ¿qué te parece si preparo algo de desayuno mientras tú terminas de alimentar a Lucas?
La tarde llegó rápidamente y, antes de darme cuenta, ya estábamos en la clínica para nuestra cita médica. Daniel me ayudó a llevar a los gemelos, y pronto nos encontramos en la sala de espera, rodeados de otras madres y sus pequeños. Sentí una mezcla de nervios y emoción mientras aguardaba a que nos llamaran.
Finalmente, la enfermera nos llevó a una sala de examen, donde el ambiente era tranquilo y organizado. Poco tiempo después, el doctor hizo su entrada, mostrando una cálida sonrisa que iluminaba su rostro.
—Hola, Elizabeth, —saludó con amabilidad—. ¿Cómo se encuentran los gemelos?
—Están bien, gracias, —respondí, sintiendo que la tensión que llevaba dentro comenzaba a disiparse un poco. Continué explicando —Lucas ha estado un poco inquieto últimamente, pero en lo demás, están saludables.
El doctor llevó a cabo un minucioso examen de los bebés, prestando atención a cada detalle para asegurarse de que su salud estuviera en óptimas condiciones.
— Ambos están creciendo adecuadamente y no presentan ninguna anomalía. Sin embargo,— añadió —Lucas parece estar experimentando un poco de cólico, pero es algo bastante común en los recién nacidos y no debe ser motivo de preocupación. Aparte de eso, están absolutamente perfectos.
Al escuchar las palabras del doctor, sentí una profunda oleada de alivio que me invadió. —Le agradezco mucho, doctor. Esto realmente es un gran alivio para mí.
Luego de la cita, Daniel y yo regresamos al apartamento con los gemelos. Mientras los colocaba cuidadosamente en sus cunas, una intensa ola de gratitud me invadió al pensar en la presencia de Daniel en mi vida. Su apoyo había sido constante y desinteresado en todo momento, y realmente no podía visualizar cómo habría enfrentado esta etapa sin su ayuda y compañía. Su presencia me daba fuerza y confianza, y en cada pequeño gesto, en cada mirada, me recordaba lo afortunada que era de tenerlo a mi lado.
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