Emma es una mujer que ha sufrido el infierno en carne viva gran parte de su vida a manos de una organización que explotaba niños, pero un día fue rescatada por un héroe. Este héroe no es como lo demás, es el líder de los Yakuza, un hombre terriblemente peligroso, pero que sin embargo, a Emma no le importa, lo ama y hará lo que sea por él, incluso si eso implica ir al infierno otra vez.
Renji es un hombre que no acepta un no como respuesta y no le tiembla la mano para impartir su castigo a los demás. Es un asesino frío y letal, que no se deja endulzar por nadie, mucho menos por una mujer.
Lo que no sabe es que todos caen ante el tipo correcto de dulce.
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Mi hijo
Renji
–¡Guau! –exclama Dylan cuando la impresora termina con su trabajo y nos da una réplica perfecta del Empire State–. ¿Puedo tocarlo? –pregunta inquieto.
Tomo el pequeño edificio, para revisar su temperatura, y luego se lo paso a Dylan.
Sus ojos se abren, sorprendidos.
–Tiene todos los detalles. Tiene cada ventana, y la antena es idéntica, cada moldura lo es.
Miro a mi hijo sorprendido. Sé que tiene cuatro años, pero claramente no se comunica como un niño de cuatro años. Se parece más a mí de lo que creía.
La inteligencia que veía mi padre en mis ojos fue lo que lo empujaba a lastimarme. No podía soportar que su hijo fuera más listo que él.
–Eres un niño muy inteligente, Dylan –digo orgulloso, porque así es como se debe sentir un padre de su hijo.
Mira el suelo, tímido. –Gracias. Mi mami siempre me dice lo mismo –susurra y mira la oficina en busca de su madre–. ¿Dónde está mi mami?
Acaricio su cabello para calmar el miedo que veo en sus ojos. –Tuvo que salir con tu tío Conor.
–¿Mi tío Conor está aquí? –pregunta entusiasmado–. Él siempre me compra legos –agrega y comienza a saltar emocionado.
–¿Tu mami no te compra legos? –pregunto sentándome en el suelo para estar a su altura.
Asiente de inmediato. –Mi mami me compró mis primeros legos, todavía los tengo en mi casa. Para mi cumpleaños también me regala muchos legos. Tengo un montón. Si quieres puedo invitarte a mi casa a jugar –dice tímidamente mirando el suelo.
–Me encantaría –digo y mi hijo me mira con una sonrisa en su rostro.
Se sienta en el suelo y mira sus pequeños dedos, antes de hablar: –¿Por qué ayer dijo que soy su hijo?
Suspiro. –Tendrás que preguntarle a tu mamá, Dylan. Hay cosas que todavía no puedo conversar contigo.
–Pero, ¿es verdad? –pregunta mirándome esta vez.
–¿Tú que crees? –le devuelvo la pregunta.
Mira mi rostro y luego mira su reflejo en los ventanales. –Nos parecemos –declara–. Y nos gustan los legos. Yo creo que usted es mi padre –concluye.
Lo abrazo y lo pego a mi lado.
–Como dije, eres un niño muy inteligente, pero primero tienes que hablar con Emma. No quiero tener problemas con ella.
–Si tú eres mi papi, eso quiere decir que tú y mamá están casados, como mi tía Mel y mi tío Conor, ¿verdad? –pregunta tuteándome por primera vez.
Sonrío y beso la cima de su cabello. –No estamos casados.
Me mira arrugando su ceño. –Pero mi mami es muy linda. ¿No te gustaría casarte con ella?
–Tú dijiste que tu mami no tenía permiso para tener novio –le recuerdo golpeando su nariz con mi dedo índice, sacándole una sonrisa.
–No puede tener novio, pero puede tener un esposo, como mi tía Mel –me asegura.
Suspiro. –No soy la persona favorita para tu mami en este momento, me temo.
–Mami ama a todo el mundo –contradice–. Me ama mucho a mí, me lo dice todos los días
Sonrío ante sus palabras y entiendo que tendré que abordar este tema con Emma de otra manera. No quiero que nada de lo que hagamos dañe la inocencia de nuestro hijo.
–Lo solucionaré –digo y luego reculo–. Al menos lo intentaré –termino, porque no quiero mentirle a mi hijo, y si Emma se vuelve intransigente tendré que tomar otras medidas, pero espero no llegar a eso, por Dylan.
Sus ojos vuelven a la impresora. –Cuando sea grande quiero ganar dinero para comprarme una de estas.
–Es tuya, la compré para ti.
–¡¿Para mí?! –pregunta impresionado–. ¿Estás seguro?
Asiento y vuelvo a acariciar su cabello. –Por supuesto que sí, Dylan. Tienes derecho a tener todo lo que te haga feliz.
–Gracias –susurra escondiendo su rostro en mi pecho–. Ya quiero decirle a mami.
Suspiro cuando recuerdo como rompió mi cheque. Tendré que pedirle a Recursos Humanos que me envíen su cuenta bancaria para transferirle el dinero. De esa manera no podrá rechazarlo.
–¿Quieres acompañarme a comprar algunas cosas? –le pregunto a mi hijo–. Podemos ir a almorzar a tu lugar favorito.
Asiente con una sonrisa. –Sé que no es viernes, pero me gustaría comer papitas –pide titubeante–. ¿Puedo?
–Por supuesto –le respondo de inmediato, porque sé que ver una sonrisa en su pequeño rostro me hace sentir más ligero, como si todas las cosas que he vivido por fin tuvieran una razón.
Nos levantamos y lo ayudo a ponerse el sweater porque todavía tiene un poco de tos.
Dylan me da su pequeña manito y yo me preparo para pasar una tarde con mi hijo por primera vez.
*****
Cuando volvemos a la oficina, Dylan viene feliz con todas las cosas que le compré. Pasamos por tiendas de ropa, de zapatos y la tienda de legos, la cual, ahora sé, es su fascinación.
Entre ambos estamos cargando al menos una docena de bolsas. Dylan lleva las más pequeñas y livianas.
Antes de entrar al despacho lo llevo hasta un enorme ventanal que da hacia el oeste.
–Ese edificio lo construí yo –le digo y sus ojos se pegan a la ventana.
–¿Lo hiciste tú?
–Sí, es lo que hago –le explico, arrodillándome a su lado y apuntando el edificio–. Me encanta construir edificios, casi tanto como a ti.
–Es tan lindo –dice mirando y absorbiendo todos los detalles–. Cuando sea grande también quiero construir edificios.
Acaricio su cabello. –Lo harás. Podrás hacer lo que quieras, me encargaré de ello.
Me abraza y quedo congelado ante su entrega de cariño. Sin contar a mis amigos, este es el segundo abrazo que he recibo en mi vida, el primero me lo dio Dylan, cuando le entregué el set de legos de la torre Eiffel, pero este se siente diferente. Más importante.
Cuando se aleja revuelvo su cabello, sacándole una sonrisa preciosa.
–Te pareces a tu mami también –digo cuando me incorporo.
–No nos parecemos –devuelve sin poder ocultar la tristeza que ello le ocasiona.
–Si lo hacen –discuto cuando recuerdo como se sintió tener a Emma en mis brazos, dibujando la pequeña E sobre mi corazón–. Ambos me hacen sentir que merezco más.
–¿Más? –pregunta confundido y sonrío. Imagino que hay cosas que un niño no puede entender.
Cuando entramos a la oficina ambos nos paralizamos al ver a Emma llorando desesperada en los brazos de Conor.
–¿Mami? –la llama Dylan.
Emma levanta su cabeza y puedo ver el terror absoluto marcado en su rostro.
Mierda. La cagué.