Valeria Intriago y Esteban Miller son una pareja que parece perfecta, pero todo se derrumba cuando ella descubre que él la engaña con su mejor amiga, Camila García. Devastada, Valeria decide vengarse y comienza un juego peligroso de seducción con el hermano de Esteban, quien también tiene sus propios secretos oscuros.
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La fachada perfecta.
El sol matinal penetraba entre las cortinas de gasa, reflejando líneas doradas en las sábanas desorganizadas. Valeria parpadeó de forma gradual, experimentando el calor de un brazo sólido que envolvía su cintura. Volteo su cabeza y observo que Esteban todavía dormido, su respiración serena, su expresión tranquila. Había algo en la forma en que la luz acariciaba su rostro, resaltando la pequeña cicatriz en su barbilla, que siempre le había parecido intrigante.
No pudo evitar sonreír.
—Buenos días, amor murmuró él sin abrir los ojos, su voz rasposa por el sueño.
—Buenos días respondió ella, acercándose para rozar sus labios en un beso suave.
Esteban la atrajo hacia él con un movimiento perezoso, su risa vibrando contra su piel.
—¿Soñaste conmigo? preguntó Valeria en tono juguetón.
—Siempre dijo él con una sonrisa cómplice, antes de estirarse y despeinar aún más su cabello.
Valeria se levanto lentamente, experimentando la suavidad de la alfombra bajo sus pies desnudos. La estancia, repleta de luz, representaba su vida en conjunto: imágenes enmarcadas embellecían la pared, los libros se encogían en la estantería con un orden acogedor, y un jarrón con flores frescas, su adorno preferido de cada semana, proporcionaba un matiz de color. Era su hogar, su refugio. Todo parecía perfecto.
Pero la perfección, lo sabía bien, a veces era solo una ilusión.
Se dirigió a la cocina y puso a calentar el café mientras recordaba la noche en que conoció a Esteban. Era el cumpleaños de un amigo en común. Él había llegado tarde, con un traje que parecía hecho para él, y desde el momento en que sus miradas se cruzaron, supo que su vida no volvería a ser la misma. No era solo su apariencia lo que la atrapó, sino la intensidad con la que la miró, como si fuera la única persona en la habitación.
Desde entonces, todo había sido así: intenso, apasionado, irremediable.
—¿En qué piensas? preguntó Esteban, entrando en la cocina con la camisa desabotonada y el cabello aún revuelto.
Valeria sonrió y le tendió una taza de café.
—En nosotros respondió ella, observándolo con atención. En cómo todo parece tan... perfecto.
Él sostuvo su mirada un segundo más de lo habitual antes de rodearla con los brazos, apoyando la barbilla en su hombro.
—Lo es susurró contra su piel. Porque estamos juntos.
Valeria cerró los ojos y se dejó envolver por su calor. Sin embargo, algo dentro de ella se removió con inquietud. Una sensación vaga, como si algo se moviera en la sombra de su conciencia. No tenía pruebas ni razones, solo un presentimiento.
Lo ignoró. Como había hecho tantas veces antes.
El desayuno transcurrió con la misma calma de siempre. Hablaron de sus planes para el día mientras el aroma a café recién hecho llenaba el aire.
—¿Vas a ver a Camila hoy? preguntó Esteban, untando mantequilla en su tostada sin levantar la mirada.
—Sí, quedamos para almorzar dijo Valeria, observándolo con disimulo. Dice que tiene algo importante que contarme.
Fue un detalle sutil, casi imperceptible, pero ella lo notó. La rigidez en sus hombros, el instante en que su mano se detuvo antes de volver a moverse con aparente normalidad.
—¿Todo bien? preguntó, inclinándose ligeramente hacia él.
Esteban levantó la vista y sonrió con naturalidad, pero algo en sus ojos no terminaba de encajar.
—Claro respondió. Solo estoy pensando en la reunión de hoy. Es un cliente complicado.
Valeria asintió, pero la sensación de inquietud persistió, como un eco silencioso.
Desde hacía semanas, había notado que Esteban a veces se perdía en pensamientos, que su mirada se volvía distante sin razón aparente. Cada vez que preguntaba, él esquivaba el tema con una sonrisa y cambiaba de conversación. Y ella, queriendo aferrarse a la estabilidad de su relación, fingía que no lo notaba.
Pero ahora, después de esa mínima tensión al mencionar a Camila, su mejor amiga, no pudo evitar preguntarse si había algo más.
Camila siempre había sido parte de su vida, su confidente desde la universidad. Habían compartido risas, lágrimas y secretos. Y cuando Valeria comenzó a salir con Esteban, fue la primera en conocerlo. Todo parecía encajar perfectamente entre los tres, tanto que a veces bromeaban diciendo que Camila era la "tercera en la relación".
Pero últimamente... algo había cambiado.
Tal vez eran sus comentarios ambiguos sobre Esteban, sus miradas prolongadas o aquel día en que Valeria llegó a casa y los encontró riendo juntos en el sofá. No había pasado nada inapropiado, pero la forma en que sus ojos se encontraron antes de que ella entrara en la habitación la había dejado con una sensación extraña, como si hubiera interrumpido algo.
Esa tarde, Valeria llegó al café donde se encontraría con Camila. Su amiga llegó unos minutos tarde, como de costumbre, pero su sonrisa no alcanzó sus ojos.
—Lo siento, el tráfico estaba horrible dijo, acomodándose frente a ella.
—No te preocupes respondió Valeria, removiendo distraídamente su café. ¿Qué era tan importante que querías contarme?
Camila jugó con el borde de su taza, evitando su mirada.
—Es sobre Esteban dijo finalmente.
Valeria sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Qué pasa con él?
Camila tragó saliva y se inclinó un poco sobre la mesa, como si las palabras que estaba a punto de decir no debieran ser escuchadas por nadie más.
—Creo que te está ocultando algo.
El café se volvió un ruido de fondo lejano. Valeria parpadeó, tratando de asimilar la frase, pero su mente parecía negarse a procesarla.
—¿Qué dices? murmuró, sintiendo su propia voz distante.
Camila desvió la mirada.
—No sé cómo decírtelo, pero... hay cosas que no cuadran. Yo…
Se detuvo, dudando, y Valeria sintió que el suelo se volvía inestable bajo sus pies.
Salió del café con la cabeza llena de preguntas. Camila no había dado muchos detalles, solo insinuaciones, frases a medias y miradas incómodas. Pero el solo hecho de que su mejor amiga dudara de Esteban era suficiente para hacer tambalear todo en lo que creía.
El viento de la tarde le acarició el rostro mientras caminaba sin rumbo fijo. La duda comenzaba a enredarse en su pecho, como un nudo imposible de deshacer.
Necesitaba respuestas. Y estaba dispuesta a encontrarlas, sin importar el precio.