Mónica es una joven de veintidós años, fuerte y decidida. Tiene una pequeña de cuatro años por la cual lucha día a día.
Leonardo es un exitoso empresario de unos cuarenta y cinco años. Diferentes circunstancias llevan a Mónica y Leonardo a pasar tiempo juntos y comienzan a sentirse atraídos uno por el otro.
Esta es una historia sobre un amor inesperado, segundas oportunidades, y la aceptación de lo que el corazón realmente desea.
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Una noche caótica
La llegada de Sofía había revolucionado la vida de todos en la casa. Con su cabello oscuro y los ojos que parecían ser del mismo color que los de Mónica, la pequeña se había convertido en el centro de atención. No era difícil notar que Mónica, quien no tenía familia, ahora había encontrado en esa casa una abuela y muchos tíos y tías para su hija. La niña era la novedad y nunca dejaría de serlo.
Sin embargo, los primeros días de Sofía no fueron fáciles para nadie. Todos estaban adaptándose a la rutina con un recién nacido, y las noches eran particularmente difíciles.
Esa primera noche en la casa fue especialmente complicada. Eran casi las tres de la mañana, y Sofía lloraba sin parar. Mónica, agotada y frustrada, la acunaba en sus brazos, caminando de un lado a otro dentro de su habitación. Su respiración era entrecortada, la angustia comenzaba a superarla, las lágrimas de impotencia por no saber que hacer amenazaban con escapar de sus ojos. No sabía qué hacer para calmarla. De pronto una de las chicas tocó la puerta y entró...
-No sé qué le pasa- confesó Mónica entre sollozos, su voz quebrada por la desesperación- He intentado de todo y no deja de llorar.
Los demás, que habían escuchado el llanto desde sus habitaciones, comenzaron a llegar uno por uno. Primero fue Cintia, que entró con una expresión de preocupación.
-¿Está bien? ¿Qué tiene la bebé?- preguntó mientras miraba a la pequeña, pero al igual que Mónica, no sabía qué más hacer.
Mónica negó con la cabeza, sin poder encontrar una respuesta. Sofía seguía llorando, y el ambiente en la habitación se llenaba de tensión. Aunque todos querían ayudar, ninguno de los chicos se atrevía a tomar a la bebé en brazos.
Justo en ese momento, Inés apareció en la puerta. Sin decir una palabra, se acercó a Mónica y extendió los brazos, pidiéndole que le entregara a Sofía.
-Déjame intentarlo, querida- dijo Inés con una sonrisa tranquila- A lo mejor necesita algo de cariño de abuela.
Mónica, al borde de las lágrimas, se la entregó, esperando que el llanto se detuviera. Inés meció a la pequeña en sus brazos, susurrando palabras cariñosas como si Sofía fuera su verdadera nieta. Pero el llanto de la bebé no cesaba.
Entonces, de repente, la puerta se abrió de golpe, y Diego entró casi corriendo. Había llegado tarde del trabajo, ya que le tocó cubrir un turno extra, y al oír el llanto desde el pasillo, no pudo evitar apresurarse a la habitación.
-¿Qué está pasando? ¿Qué tiene Sofi? - preguntó abruptamente, sin controlar el tono de su voz- ¿Por qué está llorando así?
Los demás se quedaron en silencio, dispuestos a regañarlo por su falta de delicadeza. Pero antes de que alguien pudiera decir alguna palabra, ocurrió algo inesperado: el llanto de Sofía se volvió más suave.
-¿Qué…?- comenzó a decir Cintia, con una expresión de sorpresa en su rostro- ¿Por qué Sofía ha dejado de llorar?
Inés observó a Diego por un momento, con una sonrisa cómplice en su rostro, y luego se dirigió a los demás.
-Creo que ya sé lo que pasa- dijo, divertida- Esta niña está apegada a la voz de Diego.
- ¿Cómo dices?- preguntó Samuel, frunciendo el ceño sin entender del todo.
-Piénsenlo bien- explicó Inés- Los últimos meses del embarazo de Mónica, Diego dormía con ellas casi todas las noches. La bebé escuchaba su voz constantemente, y parece que se ha acostumbrado a ella.
Diego se quedó inmóvil, mirando a la pequeña Sofía en brazos de Inés, que ahora apenas emitía pequeños sollozos. Todos los ojos en la habitación se volvieron hacia él, con una mezcla de asombro y expectación.
-¿Entonces…?- comenzó a decir Diego, nervioso- ¿Qué quiere decir eso?
Inés, con una sonrisa juguetona, levantó una ceja.
-Diego, creo que vas a tener que mudarte nuevamente a la habitación de Mónica- dijo, con un tono que no dejaba lugar a dudas.
El silencio que siguió fue roto por las risas ahogadas de los demás. Diego se pasó una mano por el cabello, claramente desconcertado, pero luego dejó escapar una risa.
-¿Qué? No puedo dormir aquí para siempre, ¿verdad?- preguntó en tono de broma- ¿Qué pasará cuando Sofía tenga cinco años? ¿Voy a seguir durmiendo aquí?
-No te preocupes- respondió Inés, con una mirada comprensiva- Ya encontraremos la manera de que Sofía no necesite tu presencia tanto tiempo. Solo será por un tiempo hasta que se adapte a la casa y los sonidos en general.
Diego, resignado pero divertido, asintió con la cabeza. Todos comenzaron a salir de la habitación, dejando a Diego, Mónica y la pequeña Sofía solos. La habitación quedó en silencio nuevamente, y Diego se dejó caer en la cama con un suspiro.
-Bueno, cariño- dijo en tono de broma, mirando a Mónica- parece que vamos a tener que seguir durmiendo juntos un poco más.
Mónica, aunque cansada, no pudo evitar sonreír. Había pasado mucho en los últimos meses, pero si había alguien en quien confiaba, era en Diego.
-Gracias, Diego- murmuró mientras acomodaba a Sofía entre ambos- No sé qué haría sin ti.
Diego la miró con cariño, sabiendo que esas palabras eran sinceras.
-No tienes que agradecerme nada- respondió suavemente, acomodándose a su lado- Siempre estaré aquí para ti… y para Sofía.
Ambos se quedaron en silencio, observando a la pequeña que ahora dormía plácidamente entre ellos. La calma duró unas horas, hasta que cerca de las seis de la mañana, Sofía comenzó a moverse, anunciando que tenía hambre.
-¡Ya es hora otra vez!- dijo Diego, con una sonrisa somnolienta.
Mónica se incorporó lentamente, tomando a Sofía en brazos.
-No importa cuántas veces se despierte- dijo mientras comenzaba a amamantar a la bebé- Todo esto vale la pena.
Diego, aún medio dormido, sonrió y se acomodó en la cama.
-Sí, lo vale. Y cada vez que llore, aquí estaré.
Con esas palabras, la noche finalmente llegó a su fin. Aunque la primera noche con Sofía no había sido fácil, todos en la casa sabían que harían lo que fuera necesario para adaptarse. Y mientras Sofía se acomodaba en su nueva vida, la pequeña familia que se había formado a su alrededor estaba más unida que nunca.