Entre Cicatrices Y Flores

Recuerdo bien la sensación de alivio al dejar la mansión de los Paranhos aquella noche. El ruido de la fiesta, las conversaciones ensayadas y las miradas de cálculo aún resonaban en mí cuando entramos en el coche. Nos quedamos en silencio hasta el hotel, y ya no aguantaba más contener la inquietud.

En cuanto llegamos, en la habitación, encaré a mis padres directamente:

—¿Qué tipo de acuerdo estaban haciendo con los padres de Júlia?

Mi padre no titubeó ni un segundo.

—Júlia será tu esposa en breve —dijo en voz alta, como si estuviera anunciando una verdad absoluta.

Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies.

—¿Cómo que esposa? No nos conocemos... ella es solo una niña.

Mi madre, calma y práctica como siempre, completó:

—No te preocupes por eso, hijo. Tendrán tiempo para conocerse bien. El matrimonio solo ocurrirá dentro de cinco años, cuando Júlia se gradúe en medicina.

Mi padre rió, como si quisiera tranquilizarme, pero sus palabras sonaron como un golpe:

—Por ahora, aprovecha para tener todas las mujeres que quieras.

La sangre me hirvió.

—No. No voy a aceptar un matrimonio arreglado —solté, firme, creyendo por un instante que mi voz tendría algún peso.

Mi padre me encaró con seriedad. La sonrisa desapareció.

—Nunca dije que tendrías elección, João Pedro. Nuestro legado exige eso de nosotros, y lo sabes.

En aquel instante, me callé. Sabía que discutir no serviría de nada. Tenía apenas veinticuatro años, recién graduado, completamente dependiente de ellos. Estaba apenas comenzando en la empresa, sin condiciones de mantenerme solo.

El silencio que siguió pesó sobre mí como una sentencia. No era dueño de mi destino, no aún. Y necesité tragar aquella verdad amarga, aunque me consumiera por dentro.

Desde el balcón, observé a Júlia en el jardín, ahora mujer, madre... tan diferente de la niña de mirada tímida que conocí aquella noche.

E, inevitablemente, otro recuerdo me vino a la mente: el día en que supe que la "novia prometida" había huido de casa.

Yo estaba en la oficina, en una reunión tediosa sobre inversiones, cuando mi padre recibió la llamada. Recuerdo que se quedó en silencio por algunos segundos, después colgó el teléfono con una calma ensayada demasiado. Solo más tarde, por la noche, mis padres me contaron.

—Júlia huyó —dijo mi madre, como quien comenta un escándalo—. Simplemente abandonó todo y se fue sin avisar.

Mi padre completó con frialdad:

—Los Paranhos no tienen más hija. La han desheredado oficialmente.

Recuerdo haberme quedado inmóvil, sin reacción. La imagen de aquella niña, presionada a ser perfecta, estudiosa, moldeada para cumplir un papel, me vino a la mente. Podía casi oír el grito que ella nunca soltó, sofocado por años de exigencias.

Y ahora ella había roto las cadenas... ¿pero a qué precio?

Mis padres hablaron de eso como si fuera apenas un fracaso social, una mancha para la familia Paranhos. Para mí, fue diferente. No conseguía dejar de pensar en la valentía que ella había tenido. Yo, que siempre acepté el legado y el peso de las obligaciones, no conseguí contestar a mis padres... pero ella, tan joven, enfrentó todo y se fue.

Aquel día, percibí que Júlia no era solo la niña prometida a mí. Era alguien que buscaba vivir a su propia manera, aunque el mundo entero la juzgara por eso.

Y ahora, años después, estaba allí en mi jardín, regando flores, con una hija que era el reflejo más puro de su elección.

Me apoyé en el barandal del balcón, la mirada fija en ella y en Lua. El recuerdo del anuncio frío de mis padres resonaba en la mente, junto con la noticia de su fuga.

¿Será que Júlia lo sabía?

¿Será que en algún momento sus padres llegaron a comentar sobre el acuerdo?

No había cómo tener certeza. En aquella época, ella era apenas una adolescente, sumisa a las órdenes de Getúlio y de la madre. Tal vez nunca haya sido informada de que ya estaba prometida a mí como parte de un arreglo entre familias. Tal vez haya huido justamente porque sentía, de alguna forma, la prisión que intentaban imponer sobre su vida.

El hecho es que, años después, yo la veía allí, descalza en la grama mojada, riendo bajito cuando Lua tropezaba en su propia carrera detrás de la mariposa. No había en aquellos ojos la misma sumisión que conocí en aquella fiesta. Ahora, había marcas de dolor, sí, pero también una fuerza que me desarmaba.

Y, de repente, me pregunté:

¿Qué pasaría si ella lo descubriera?

¿Si supiera que, en el pasado, nuestros padres quisieron decidir su futuro... y el mío?

Sacudí la cabeza, alejando el pensamiento. Júlia ya había pasado por demasiado. El peso que cargaba no necesitaba ser aún mayor.

Pero, dentro de mí, había una certeza incómoda: de todas las personas que conocí, ella fue la única que osó romper cadenas. Yo... no tuve la misma valentía.