El nuevo Capo de la Camorra ha quedado viudo y no tiene intención de hacerse cargo de su hija, ya que su mayor ambición es conquistar el territorio de La Cosa Nostra. Por eso contrata una niñera para desligarse de la pequeña que solo estorba en sus planes. Lo que él no sabe es que la dulzura de su nueva niñera tiene el poder de derretir hasta el corazón más frío, el de sus enemigos e incluso el suyo.
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No bajes a la cocina sola
Sofía
Subo corriendo con tres biberones hoy. Me he divertido mucho este último mes testeando leche de fórmula.
Mía cada semana tiene una nueve leche favorita, a veces coincidimos y a veces no. A pesar de que la pequeña aún no tiene nombre, gracias al energúmeno de su padre, decidí que no pasaría todo el tiempo diciéndole bebé, así que escogí un nombre para ella. Cuando por fin decidan un nombre, la llamaré como ellos digan, pero por ahora es Mía.
–Hoy tengo tres nuevas recetas, Mía –le digo y la pequeña mueve los brazos ansiosamente en su cuna.
La tomo en brazos y beso sus mejillas que por fin comienzan a verse más regordetas. Ha sido un proceso difícil al principio cuando desconfiaba de cada biberón, pero creo que ahora entiende qué estamos haciendo.
Me siento en el sillón color crema, junto a la pared que tiene enormes girasoles y mariposas. Yo misma la pinté y llevé a Mía a dormir conmigo hasta asegurarme de que su habitación estuviera libre de químicos.
–La primera –digo.
La pruebo primero y mantengo la leche en mi boca para saborearla.
–Algo dulce, pero creo que me gustó más la que sabía a vainilla, ¿la recuerdas?
La pequeña hace una burbuja en su boca con su saliva, y considero que eso es un sí.
Le doy a probar y toma un poco antes de escupir el chupete.
–Sí, pensé que no te gustaría.
Pruebo la otra y hago un gesto de asco, es tan mala que ni siquiera le doy a probar a Mía, sabe peor que su primera leche de fórmula. Finalmente pruebo la tercera y sonrío sorprendida.
–Creo que tenemos una nueva ganadora.
Le doy a probar a Mía y comienza a succionar con fuerza, y entiendo que también es su favorita. Aprieta sus puñitos con deleite. Amo verla así de feliz. No entiendo como su papá no ha venido a verla. La pequeña tiene más de un mes y ni siquiera ha llamado para preguntar por ella. Anna dice que su Capo es así, pero yo pienso que su Capo es un imbécil sin remedio.
Si se diera el tiempo de conocerla, se enamoraría de Mía, casi tanto como yo lo estoy. Es una bebé tan dulce y curiosa, cada día a su lado es un regalo para mí.
Definitivamente tengo el mejor trabajo del mundo.
Acaricio su cabello rubio fuera de su frente mientras la pequeña termina con avidez su biberón.
–Muy bien, Mía, así se hace. Eres la niña más hermosa de este mundo, cielo.
Sus ojos verdes claro se fijan en los míos y hace una adorable mueca con su boca. Sin poder evitarlo beso sus mejillas, su frente y su barriguita.
Sonríe, aunque según su pediatra, al que estoy comenzando a odiar, ese gesto no es una sonrisa, sino una señal de que tiene gases.
Otro imbécil.
La tomo y la recuesto sobre mi pecho y comienza a suspirar de inmediato. Acaricio su espalda con suavidad, y disfruto de los adorables sonidos que hace. Beso la cima de su cabeza y a los pocos minutos comienza a cerrar sus hermosos ojos.
Mía tiene sueño.
Comienzo a tararear la canción Seven de Taylor Swift, que Mía y yo amamos, y antes de que termine la canción está completamente dormida.
Disfruto unos minutos más de tener a esta preciosura en mis brazos, y mientras lo hago pienso en su madre. Es una pena que no haya podido disfrutar de su hermosa pequeñita.
–Te juro, cielo, que te mostraré videos y fotos de tu mamá todos los días, como papá lo hizo conmigo. E iremos juntas al cementerio a verla en cuánto el estúpido de tu pediatra nos autorice a poder sacarte fuera de esta casa.
Miro la hora y arrugo el ceño, ya son casi la una de la mañana. Tengo que acostarla para que duerma tranquila antes de su próxima comida. Beso una de sus mejillas y camino con ella hacia su nueva cuna. La recuesto y enciendo la luz de uno de los peluches que le compré, que la ayuda a dormir mejor.
Cubro su cuerpecito con su nueva manta hipoalergénica y acaricio su barriguita unos minutos más antes de alejarme.
También necesito dormir. He pasado muchas noches despierta cuando Mía ha tenido un mal día o ha sufrido de cólicos, que por suerte ya no sucede tan a menudo.
Salgo de la habitación con el monitor en mi mano, que me avisará cuando despierte.
A pesar del sueño que tengo bajo a la cocina. Tengo hambre, no he comido desde el almuerzo.
Abro el refrigerador y saco una caja de leche y un sándwich que me preparó la señora Anna, pero que no tuve tiempo para comerlo. Busco un vaso y lo lleno con leche.
Tomo mi celular y pongo a reproducir mi lista favorita de Spotify y mientras como comienzo a bailar en mi puesto. Papá siempre me decía que nunca podía estarme quieta y tenía razón. Odio estar sentada sin hacer nada, solo disfruto esos momentos de tranquilidad cuando tengo a Mía en mis brazos.
Tomo mi vaso de leche y comienzo a dar vueltas alrededor de la enorme isla, con mis brazos en el aire. Disfrutando de este tiempo en soledad.
Escucho un ruido y luego una enorme mano me coge desde mi vientre y mis pies se elevan del suelo y luego siento una pistola al costado de mi cabeza.
–¿Quién mierda eres? –pregunta una voz ronca a mi espalda que logra que todos los vellos de mi nuca se ericen.
–Yo… yo…–callo cuando descubro que mi boca se niega a cooperar.
Suelto el vaso de leche y siento como algunos pequeños trozos de vidrio de clavan en mi pantorrilla y pies.
Su enorme mano, que cubre todo mi vientre sube por mi cuerpo, pasando por mis pechos y luego se posa en mi cuello, apretando con brusquedad.
–No me hagas volver a repetir la pregunta –reclama la voz en mi nuca.
Mi cuerpo antes paralizado comienza a calentarse, pero no sé si es por miedo, rabia u alguna otra cosa. Lo único que sé es que me gusta el cosquilleo que hace en mi cuello la respiración del desconocido, y lo más perturbarte de todo es que su mano en mi cuello se siente demasiado bien.
Demasiado, demasiado bien.
Me presiona más fuerte y un gemido mitad suspiro sale de mis labios sin poder detenerlo.
–Maldita sea, estás disfrutando esto –masculla la voz en mi nuca nuevamente, y tengo que luchar para no soltar más sonidos. Su nariz acaricia levemente mi cuello y tengo que cerrar mis piernas con fuerza al sentir un cosquilleo que baja desde mi vientre hacia otras partes de mi cuerpo–. ¿Quién eres, preciosa? –vuelve a preguntar, pero no consigo hablar–. Por favor, dime que no eres la puta niñera.
–Lo soy –respondo con una voz débil y necesitada, que no reconozco como mía.
¿Qué está pasando conmigo?
–Santa mierda –suelta la voz en un gruñido y sin poder evitarlo suelto otro gemido.
¡Qué vergüenza!