Un Amor Inesperado

El beso fue lento. Diferente no tenía la urgencia del primero, ni el vértigo de lo prohibido. Era suave. Silencioso. Como si nos estuviéramos aprendiendo. Mis manos encontraron su cintura, y ella apoyó una sobre mi pecho justo donde el corazón me golpeaba con fuerza. No dijimos nada. No hacía falta. Se separó un poco, solo lo justo para mirarme a los ojos.

—Esto es una locura —susurró con la voz temblorosa

—Lo sé —le dije, acariciándole el rostro con los nudillos—. Pero no quiero parar

Ella bajó la mirada. Sus dedos jugaron con el borde de mi camiseta, como si intentara decidir si era valiente o no

—Ni yo —admitió por fin—. Pero no sé cuánto tiempo vamos a poder con esto

—Mientras dure, vale la pena —le respondí sin dudar

Nos quedamos así, abrazados en la penumbra. No hubo más besos. Solo el calor de su cuerpo contra el mío, el silencio cómodo, y la certeza de que, en ese cuarto oscuro, estábamos a salvo de todo por un momento . Después de un rato, Sarah se sentó en el borde de la cama

—Debería irme antes de que alguien se despierte —murmuró, sin moverse

—Quédate conmigo por favor —le pedí—. Ella giró el rostro hacia mí. Me miró con esos ojos que me leían completo

—Y si nos pillan —dijo, sonriendo apenas, mientras volvía a recostarse a mi lado

--- Seremos cuidadosos - La abracé, sintiendo cómo encajábamos. Como si siempre hubiéramos sido esto y solo ahora nos estuviéramos encontrando.Ella estaba acostada a mi lado , esta vez no hubo prisa. Ni reloj, ni cinco minutos. Solo ella buscando acomodo en mi pecho, y mi brazo rodeándola como si estuviera hecho para eso

—No deberíamos —murmuró, pero ya estaba cerrando los ojos

—Lo sé —le susurré sobre el cabello— pero quiero quedarme contigo esta noche

Sentí cómo exhalaba despacio, como si en ese suspiro soltara toda la tensión del mundo. Se pegó un poco más a mí, y su mano se enredó con la mía bajo la sábana. No pasó nada más. Ningún exceso, ninguna línea cruzada. Solo piel contra piel, en la quietud de una madrugada que se sentía sagrada. Dormir con ella no era una conquista. Era un descanso. Un hogar

La escuché quedarse dormida antes que yo. Su respiración se volvió profunda, tranquila. De vez en cuando murmuraba algo entre sueños, y yo bajaba la cabeza para besar su frente, sin hacer ruido. No sé cuánto tiempo pasé despierto, mirándola, repasando cada detalle de su cara con la poca luz que entraba por la ventana. Pero eventualmente, el sueño me venció también. Y por primera vez en mucho tiempo, dormí en paz. Con ella en mis brazos

Desperté antes que ella. Lo supe por la forma en que respiraba, aún profunda, aún en ese ritmo sereno que solo el sueño permite. La luz del amanecer entraba tímida por las rendijas de la cortina, pintando su rostro con tonos suaves.

Seguía abrazada a mí. Una pierna suya cruzaba la mía, y su rostro estaba escondido contra mi cuello. Me quedé quieto. No quería romper el momento. Pensé en todo lo que habíamos hecho. O, mejor dicho, en lo que habíamos decidido permitirnos. No se trataba solo del beso, ni del roce de cuerpos. Era algo más. Algo que no se podía explicar con palabras. Era ella, durmiendo en mi cama, y yo con el corazón más lleno que nunca. Me moví un poco para verla mejor, y entonces abrió los ojos. Parpadeó lento, desorientada, hasta que se encontró conmigo tan cerca .Sonrió

—Buenos días —dijo con voz ronca, de esas que todavía arrastran el sueño

—Los mejores —le respondí sin pensarlo

Se estiró apenas y dejó un beso suave en mi pecho, justo donde mi corazón volvió a correr

—Qué hora es —preguntó, con los ojos medio cerrados

—Temprano. Todos siguen dormidos

—Cómo lo sabes

—Porque el mundo aún se siente en silencio. Y eso solo pasa cuando nadie ha despertado a arruinarlo.