Mariana siempre fue una joven independiente, determinada y llena de sueños. Trabajaba en una cafetería durante el día y estudiaba arquitectura por las noches, y se las arreglaba sola en una rutina dura, viviendo con sus tíos desde que sus padres se mudaron al extranjero.
Sin embargo, su mundo se derrumba cuando decide revelar un secreto que había guardado por años: los constantes abusos que sufría por parte de su propio tío. Al intentar protegerse, es expulsada de la casa y, ese mismo día, pierde su trabajo al reaccionar ante un acoso.
Sola, hambrienta y desesperada por las calles de Río de Janeiro, se desmaya en los brazos de Gabriel Ferraz, un millonario reservado que, por un capricho del destino, estaba buscando una madre subrogada. Al ver en Mariana a la mujer perfecta para ese papel —y notar la desesperación en sus ojos—, le hace una propuesta audaz.
Sin hogar, sin trabajo y sin salida, Mariana acepta… sin imaginar que, al decir “sí”, estaba a punto de cambiar para siempre su propia vida —y la de él también.
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Capítulo 10
Capítulo 10 – Nuevos Vientos, Viejas Sensaciones
La primera semana de vuelta a la facultad parecía un soplo de vida nueva para Mariana.
Se despertaba temprano, desayunaba mirando el mar desde el balcón del apartamento y, incluso con el peso de todo lo que había vivido recientemente, se sentía ligera por primera vez en mucho tiempo.
Gabriel había cumplido su promesa: saldó las mensualidades atrasadas de la universidad, le compró un nuevo notebook y se aseguró de que tuviera todo lo que necesitaba para estudiar con tranquilidad.
Pero fue allí, entre libros de arquitectura y cafés en los intervalos, donde Mariana conoció a Lucas y Maya — dos compañeros de clase que se convirtieron rápidamente en su nueva base.
Lucas era alto, con el cabello castaño desordenado y un aire despreocupado de quien sabía conquistar a cualquiera con una sonrisa torcida. Maya, por su parte, era divertida, sincera y dulce, con una carcajada contagiosa y una curiosidad natural por todo.
El viernes por la tarde, después de la última clase del día, los tres decidieron ir a un café cercano a la playa, un lugar acogedor con mesitas de madera y luces colgantes. Mariana reía a carcajadas, relajada, mientras Maya se quejaba de un profesor y Lucas jugaba distraídamente con el cabello de ella.
— Deberías dejar que ese cabello se rice de una vez, Mari — dijo Lucas, enrollando un mechón entre los dedos. — Te queda muy bien.
— Ah, basta — respondió ella, riendo, quitando la mano de él con suavidad. — Dentro de poco vas a querer ser mi estilista.
Ni siquiera se dieron cuenta de que, a pocas mesas de distancia, Gabriel observaba todo. Sentado con dos empresarios, discutiendo fusiones y porcentajes de mercado, no escuchó nada más de la conversación cuando vio a Lucas tocando el cabello de Mariana.
Su cuerpo se tensó y los ojos se fijaron en la escena.
Ella está riendo.
Ella está cómoda.
Ella lo está dejando.
La taza de café temblaba ligeramente en su mano. La mirada fija, casi fría.
No entendía bien lo que sentía — pero dolía.
Una molestia desconocida e insoportable.
— ¿Gabriel? — llamó uno de los socios. — ¿Escuchaste la última propuesta?
— ¿Hm? — parpadeó él, volviendo a la realidad. — Sí. Claro. Sólo estaba… distraído.
Intentó concentrarse. Intentó ignorar.
Pero los ojos volvieron una vez más hacia ella.
Aceptaste el contrato. Dijiste que no podías apegarte. Ni a mí. Ni al bebé.
Entonces, ¿por qué esto me está molestando tanto?
—
Cuando Mariana llegó al apartamento más tarde, el sol ya se estaba poniendo. Se quitó los zapatos en la puerta y fue directo a tomar una ducha.
Tan pronto como salió, envuelta en la toalla, el celular vibró.
Mensaje de Gabriel:
— ¿Cómo fue tu día en la facultad?
— ¿Quiénes eran los dos contigo en el café?
Ella frunció el ceño, sorprendida.
Mariana:
— Eran sólo amigos de la facultad. Lucas y Maya. ¿Por qué?
— ¿Los viste?
Gabriel:
— Yo estaba en una reunión allí. Sólo vi de lejos.
— Lucas parece… íntimo.
Ella se mordió el labio, incómoda.
Mariana:
— Él es agradable. Sólo eso. No necesitas preocuparte.
Tardó algunos minutos en llegar la respuesta.
Gabriel:
— No estoy preocupado. Sólo curioso.
— Y tal vez un poco protector. Después de todo, llevarás a mi hijo pronto.
Ella cerró los ojos. Aquello la conmovió más de lo que debería.
¿"Protector"? ¿O "celoso"?
Ella no lo sabía. Pero tampoco sabía cómo lidiar con eso.
Cogió una camiseta de él — que dormía siempre al lado de la cama — y se acostó con ella.
Respiró hondo.
Había algo naciendo allí.
Algo que no formaba parte del contrato.
Algo que nadie estaba listo para enfrentar.