Lo secuestró.
Lo odia.
Y, aun así, no puede dejar de pensar en él.
¿Qué tan lejos puede llegar una obsesión disfrazada de deseo?
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Capitulo 9: curva cerrada, lengua traviesa
El reloj marcaba casi las once de la mañana cuando Nathan terminó de repasar el último informe de producción. La sala de juntas estaba iluminada por la luz que entraba a raudales desde los ventanales, reflejándose en las pantallas donde se proyectaban gráficos y balances.
Frente a él, en la mesa, había dos directivos de logística que discutían los plazos de entrega con más entusiasmo del necesario. Nathan no los interrumpía, pero tampoco parecía del todo presente. Jugaba con el bolígrafo entre los dedos, dejando que el murmullo de voces se mezclara con el zumbido del aire acondicionado.
Alex, sentado a su derecha con la laptop abierta, tomaba notas rápidas y de vez en cuando intervenía con un comentario preciso que terminaba de callar a los demás. Sabía manejar a los socios igual que a los problemas técnicos: con un tono firme y una sonrisa controlada.
De pronto, en medio de la reunión, el celular de Nathan vibró contra la mesa. Nadie en la sala se atrevió a mirarlo, salvo Alex.
Nathan echó un vistazo a la pantalla.
No era un mensaje cualquiera. Era la alerta del sistema que supervisaba su flota de autos.
El Lamborghini negro.
En movimiento.
Sus labios se curvaron apenas.
Alex notó el gesto.
—¿Qué pasó? —preguntó en voz baja, sin interrumpir a los demás.
Nathan giró el teléfono hacia él. El mapa mostraba el punto rojo desplazándose a toda velocidad.
Alex dejó escapar una risa incrédula.
—No puede ser. ¿Escapó otra vez?
—Ya —dijo Nathan, tranquilo, como si hablara de un detalle menor en la agenda del día.
Alex se inclinó hacia él, bajando aún más la voz.
—¿Quieres que mande a alguien?
Nathan negó con un movimiento lento de cabeza, mientras se ponía de pie.
—No. Quiero verlo yo mismo.
La conversación en la mesa se interrumpió de golpe cuando los directivos notaron que Nathan recogía la chaqueta.
—¿Señor Liu? —preguntó uno de ellos, confundido—. Aún falta revisar el contrato…
Nathan los miró de manera breve, sin perder la calma.
—Sigan con Alex. Él tiene mi autorización.
Los socios intercambiaron miradas incómodas. Alex, sin inmutarse, cerró la laptop con un chasquido y sonrió.
—Tranquilos. Él delega, yo resuelvo. Sigamos.
Nathan ya no estaba escuchando. Caminaba hacia el ascensor privado, deslizando el pulgar sobre la pantalla del móvil. El punto rojo seguía moviéndose por la ciudad, directo hacia una zona que conocía bien.
Una carrera callejera.
Sonrió, ajustándose los puños de la camisa antes de que las puertas del ascensor se cerraran.
—Escapando otra vez, gatito.
Dylan apagó el cigarro en el suelo y se dejó caer sobre el capó del Lamborghini, con esa sonrisa que solo le salía después de correr. El rugido de los motores todavía retumbaba en el ambiente, y Luca apareció de inmediato, cerveza en mano, eufórico.
—¡Hermano, la reventaste! —dijo, dándole un manotazo en la espalda—. Parecía que no habías perdido práctica.
Eidan sonrió más discreto, con los brazos cruzados.
—Tengo que admitirlo, estuviste fino. Pensé que después de tres días desaparecido ibas a volver oxidado.
—Oxidado, mis cojones —replicó Dylan, echando el humo hacia arriba con aire de suficiencia.
Valeria se cruzó de brazos y se plantó frente a él.
—Ya, basta de fanfarrias. —Su tono era seco, cortante—. Dylan, ¿qué mierda estás haciendo?
Dylan arqueó una ceja.
—¿A qué te refieres? Estoy aquí, ¿no?
—¿“Aquí”? —repitió ella, molesta—. Tres días, Dylan. Tres. ¿Sabes cómo nos tenías?
—Exageras, Val.
—No exagero —insistió, clavándole la mirada—. Si lo que dijiste es cierto, si de verdad ese tipo te tiene “retenido” o lo que sea… no va a parar hasta encontrarte. Y si no es cierto, igual estás metido en un lío feo.
Dylan bufó, alzando las manos.
—Mira, no pienso volver a esa mansión. Punto. Estoy aquí con ustedes, y aquí me quedo.
Luca lo abrazó del cuello en tono burlón.
—¡Eso! Dylan volvió a las calles.
Eidan negó, pero sonreía de lado.
—Solo espero que sepas lo que dices, porque si ese tal Nathan existe de verdad… vas a tener problemas.
Dylan sonrió, orgulloso.
—Problemas siempre tengo. Pero de aquí no me muevo.
Valeria lo miró como si no le creyera una palabra, pero no dijo más.
De pronto escuchó el rugido de un Mustang rojo llegando a la zona. La música bajó un poco y varias cabezas voltearon. No era un extraño: todos lo conocían.
Era Razor, un corredor de barrio que se había hecho fama en base a contactos con gente que apostaba fuerte y no siempre limpia. No era mafioso, pero se movía con los que controlaban parte del negocio en la zona. Dylan lo conocía de vista. Nunca se habían llevado bien.
Razor bajó del coche con su chaqueta de cuero y una sonrisa. Se acercó entre la gente, directo hacia Dylan.
—Mira tú… —dijo en voz alta, para que todos escucharan—. El niño prodigio volvió de entre los muertos.
Dylan soltó el humo despacio, sin inmutarse.
—¿Quieres una foto o qué?
Algunos se rieron. Razor dio un paso más cerca, ladeando la cabeza.
—¿Dónde te habías metido, Lara? Tres días desaparecido… y apareces con un Lamborghini. Suena a que le vendiste el culo a alguien.
Luca se metió rápido, con ese humor que siempre usaba para descomprimir.
—Ya, ya, que no es programa de chismes. Si quiere correr, corra, y si no, váyase a otro lado.
Razor lo ignoró y empujó a Dylan con un dedo en el pecho.
—¿Y bien? ¿Vienes a correr o solo a presumir coche prestado?
Dylan le agarró la mano al vuelo, serio.
—Si quieres correr, corre. Pero no me toques.
La tensión subió en el círculo. Aidan dio un paso, preparado a meterse si hacía falta, mientras Valeria bufaba, fastidiada.
—Dylan, no armes lío. No vinimos a esto.
Pero Razor empujó otra vez, más fuerte.
—Anda, demuéstrales que todavía sabes manejar.
Dylan estaba por responderle de frente cuando una voz cortó el aire.
—Suficiente.
Todos se giraron. Nathan estaba ahí, de pie entre la multitud. No había gritado, no necesitó hacerlo. Su sola presencia bastó para que la gente se abriera.
Dylan se tensó.
—No… jodas.
Nathan se acercó con calma, sin mirar a Razor, solo a Dylan. Le tomó el brazo con firmeza.
—Vámonos.
Dylan intentó zafarse.
—Suéltame, coño.
Nathan no subió el tono, ni se inmutó.
—No pienso discutir contigo aquí.
La gente murmuraba alrededor, algunos grabando con sus móviles. Luca se quedó con la boca abierta, Aidan apretó los labios y Valeria lo miraba con una mezcla de “te lo advertí” y “ya lo veía venir”.
—¡No me voy contigo! —soltó Dylan, intentando apartarse.
Nathan lo sostuvo más fuerte, inclinándose apenas para hablarle al oído.
—Sí, sí te vas.
Dylan forcejeaba como si de verdad se lo estuvieran secuestrando.
—¡Que no, coño! ¡Suéltame! —le soltaba empujones, insultos, todo, mientras medio barrio los miraba.
Nathan ni se molestó en discutir. Simplemente lo alzó de golpe, como quien carga un saco de papas, echándoselo al hombro. Dylan pataleaba, insultando, golpeándole la espalda con los puños.
—¡Bájame! ¡Voy a correr, todavía ni empezó la carrera! ¡Suéltame o te reviento la cara aquí mismo!
Las carcajadas no tardaron en estallar entre la gente. Luca estaba doblado de risa, Valeria se llevó la mano a la cara y Aidan solo negó con la cabeza.
Lo raro era que ni Luca, ni Valeria, ni Aidan movieron un dedo. Solo lo veían irse cargado como costal.
Valeria cruzó los brazos y murmuró:
—Yo no vi nada.
Aidan le siguió el juego:
—Ni yo. Estoy ciego, sordo y mudo.
Luca apenas levantó las manos.
—Si preguntan, yo ni estaba aquí.
Las risas se mezclaban con los murmullos, mientras Nathan abría la puerta del Lamborghini. Dylan aún trató de soltar un último insulto, pero Nathan, cansado, lo bajó de golpe y le plantó un beso que lo dejó seco, calladito, sin aire.
Nathan se apartó sin perder la calma, y con voz seca, dijo lo primero que a cualquiera le sonaría como un chiste… o no tanto:
—Ya ves… funciona mejor que cinta adhesiva.