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Irina: ¡Esta Villana No Se Dejará Matar!

Irina: ¡Esta Villana No Se Dejará Matar!

Status: Terminada
Genre:Escuela / Comedia / Brujas / Reencarnación / Mundo de fantasía / Completas
Popularitas:5k
Nilai: 5
nombre de autor: Stephanie_$77

Reencarné como la villana y el príncipe quiere matarme. Mi solución: volverme tan poderosa que nadie se atreva a intentarlo. El problema: la supuesta "heroína" es en realidad una manipuladora que controla las emociones de todos. Ahora, debo luchar contra mi destino y todo un reino que me odia por una mentira.

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La Suplica Calculada

La cena transcurría con la tranquilidad habitual de los Sokolov. La duquesa preguntaba por sus lecciones de etiqueta y el duque Viktor comentaba, con un ceño leve, los asuntos del reino.

"...tendré que viajar a los lindes con el Reino de Eldoria", dijo el duque, tomando un sorbo de vino. "Hay discrepancias en los registros comerciales, desfalcos que no cuadran. Algo huele mal, y debo ir personalmente a poner orden."

Un escalofrío recorrió la espalda de Irina. Eldoria. El viaje. La emboscada. La memoria del libro fue tan clara y dolorosa como si fuera suya: "El duque Viktor Sokolov, un hombre justo pero confiado, cayó en una emboscada de bandidos en el paso montañoso de Cuervo Negro. Su muerte sumió a su hija Irina en una amargura que endureció su corazón para siempre..."

El tenedor de Irina chocó contra el plato con un tintineo anormalmente fuerte. Ambos padres la miraron.

"¿Irina, cariño? ¿Te sientes bien?", preguntó su madre, preocupada.

Irina miró a su padre. A ese hombre corpulento de risa amplia que, en esta vida, la había cargado sobre sus hombros y secado sus (fingidas) lágrimas infantiles. No podía permitirlo. No solo por su supervivencia, sino porque, contra todo pronóstico, había empezado a quererlo.

"Papá..." comenzó, su voz sonó más pequeña y quebradiza de lo que pretendía. "¿Puedo... puedo ir contigo?"

La duquesa soltó una risa nerviosa. "¡Irina, qué disparate! Es un viaje largo y aburrido, para hombres serios."

El duque Viktor sonrió con condescendencia. "Tu madre tiene razón, pequeña nevada. No es lugar para una niña."

Aquí fue donde la actriz dentro de Irina, la que había engañado a príncipes y bibliotecarios, subió al escenario. Sus ojos azules se llenaron de lágrimas instantáneamente y perfectas. No era el llanto histérico de una niña mimada, sino el temblor silencioso de un miedo profundo y genuino.

"Pero... tengo un mal presentimiento", susurró, haciendo que su voz temblara. "Un sueño... una pesadilla horrible." Apretó el mantel con sus manitas. "Soñé que... que te ibas y no... no volvías." Una lágrima solitaria rodó por su mejilla con timing de actriz de Hollywood.

El rostro del duque se suavizó. "Irina, son solo sueños."

"¡No lo son!", insistió ella, con una fuerza que los sorprendió. "Por favor, papá. Prometo no ser una molestia. ¡Puedo ayudar! Sé leer mapas, sé sumar... ¡y puedo montar a Alba! No seré una carga, ¡lo prometo!"

Su mirada no suplicaba un juguete. Suplicaba por su vida.

El duque Viktor miró a su hija. La vio temblar. Vio el pánico auténtico en sus ojos, un pánico que iba más allá del capricho de una niña. Recordó sus comentarios sobre el comercio del hierro, su inexplicable habilidad con los caballos, su conversación serena con el príncipe. Esta no era la misma niña caprichosa de hace un año. Había una profundidad en ella que a veces le daba escalofríos.

"Viktor, es una locura", dijo la duquesa, firme.

El duque no le quitaba la vista de encima a Irina. "¿Un mal presentimiento, dices?", preguntó suavemente.

Irina asintió, conteniendo la respiración. "Sí. En el Paso del Cuervo Negro." Nombrar el lugar exacto fue un riesgo calculado. Una bomba de información.

El ceño del duque se frunció. No había mencionado la ruta específica a nadie. ¿Cómo...?

"Papá, por favor", volvió a suplicar Irina, con la voz cargada de una emoción que, por una vez, no era del todo fingida. "No quiero quedarme aquí... preguntándome si estás bien."

Hubo un largo silencio, roto solo por el crepitar del fuego en la chimenea. La lógica del adulto luchaba contra el instinto paterno y la inquietante certeza en la mirada de su hija.

Finalmente, el duque Viktor respiró hondo.

"Está bien."

"¡Viktor!", exclamó la duquesa.

"Está bien", repitió, con su tono de voz que no admitía réplica. "Irina vendrá conmigo. Con una escolta doble. Y tú, pequeña nevada", dijo, mirándola fijamente, "obedecerás cada una de mis órdenes sin cuestionarlas. ¿Entendido?"

Irina, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, asintió con solemnidad, secándose las lágrimas. "Sí, papá. Sin cuestionar."

Esa noche, en sus aposentos, Irina no sentía triunfo. Sentía el peso de la responsabilidad. Había cambiado la trama. Había salvado a su padre. O, al menos, lo intentaría.

Abrió su escondite secreto. Revisó sus pociones, su puñal, las monedas. Todo iba en el viaje. También empacó el libro de magia prohibida, bien escondido entre su ropa.

Miró por la ventana hacia el cielo estrellado. Este no era un juego de masmorras ni una venta en el mercado. Esto era real. Su primera intervención directa y crucial en el destino de un personaje principal.

"Lo siento, trama", murmuró para sí misma, con una determinación fría como el hielo de su tierra natal. "Pero ese hombre no va a morir. Y esta villana no va a tener su corazón roto. No esta vez."

El viaje a Eldoria ya no era una misión comercial. Era una misión de rescate. Y la salvadora, irónicamente, sería la misma niña que en otra vida fue destruida por él.

El viaje hacia Eldoria estuvo marcado por un silencio denso y contemplativo. La caravana, con el doble de guardias, avanzaba con cautela entre las montañas escarpadas. Irina, sentada en el carruaje con alba al lado del el, junto a su padre, no era la niña parloteadora de siempre. Su mirada, fija en el horizonte, escudriñaba cada roca, cada recodo del camino con una intensidad que no era infantil.

El duque Viktor la observaba de reojo. Veía la postura recta, las manos firmes, la serenidad en su rostro. No había rastro del capricho o el miedo que mostró en la cena. Esto era otra cosa. Esto era la determinación fría de un veterano antes de la batalla. La inquietud en su pecho crecía. ¿Quién eres, hija mía?

Cuando llegaron al Paso del Cuervo Negro, un desfiladero angosto flanqueado por paredes de piedra gris, el aire se enrareció. El viento silbaba con un sonido agorero. Irina tensó los hombros.

"Es aquí", murmuró para sí, tan bajo que solo Alba pudo oírlo.

Y entonces, como en el peor de sus recuerdos prestados, la emboscada se desató. Desde lo alto de las paredes del cañón, decenas de figuras harapientas pero armadas con arcos y espadas surgieron como aves carroñeras. No eran simples bandidos; su coordinación era militar.

"¡Formación defensiva! ¡Protejan a la duquesa!", rugió el capitán de la guardia.

El caos estalló. Los guardias Sokolov, aunque superados en número, lucharon con la ferocidad de los lobos del norte. El duque Viktor, con su espada larga, era un torbellino de acero, derribando a cualquiera que se acercara al carruaje donde Irina estaba.

"Irina, ¡quédate aquí! ¡No salgas!", le gritó su padre, su voz un mando entrecortado por el esfuerzo.

Irina lo miró. Vio la desesperación en sus ojos. Y por primera vez, desobedeció una orden directa no por estrategia, sino por instinto.

Abrió la puerta del carruaje. En sus pequeñas manos, la espada de acero que encontró en la masmorra parecía un juguete siniestro. Sus ojos azules, usualmente llenos de picardía o cálculo, ahora ardían con una luz gélida.

Un bandido, viendo a la niña sola, se abalanzó sobre ella con una daga, una sonrisa cruel en su rostro. "¡Una rehén bonita!"

Irina no se inmutó. Se agachó, esquivando el ataque con una fluidez que no debería ser posible, y con un movimiento rápido y brutal, clavó su espada en la pierna del hombre. No fue un golpe para matar, fue para incapacitar. El bandido cayó gritando.

Pero no se detuvo allí. Se adentró en la refriega. No era el molinillo loco y cómico de sus peleas con Alexander. Esto era eficiencia pura, teñida de una furia desesperada. Su espada, aunque pequeña, encontraba tendones, manos que empuñaban armas, cualquier punto vulnerable.

Y entonces, usó la magia. No los elementales básicos. Del polvo del suelo, hizo surgir un muro de tierra bajo para desviar una flecha. Del aire, extrajo un vórtice de viento helado que cegó y ralentizó a dos atacantes que se acercaban a su padre por la espalda. No eran hechizos de los libros de la biblioteca familiar. Eran... otros. Más directos. Más peligrosos.

En un breve respiro de la lucha, el duque Viktor giró y la vio.

La vio con la espada manchada de rojo, parada sobre un bandido caído. La vio con la mano extendida, sus dedos rodeados de un resplandor violeta que hacía retorcerse de dolor a otro asaltante que intentaba levantarse. El viento agitaba su pelo blanco, y en ese momento, no parecía una niña de cinco años.

Parecía un espectro. Una diosa de la batalla en miniatura. Hermosa y aterradora.

La pregunta que lo había atormentado durante meses estalló en su mente con la fuerza de un trueno: ¿De dónde saca ese poder? ¿Qué clase de niña pelea y usa magia así? ¿Qué clase de hija tengo?

Sus ojos se encontraron con los de ella. En los de Irina, él no vio triunfo ni miedo. Vio una determinación absoluta, antigua, y un destello de algo que parecía... pena. En ese instante, supo que el mal presentimiento de su hija, su súplica desesperada, todo, tenía una raíz más profunda y oscura de lo que jamás hubiera imaginado.

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Nita S.R
Ya quiero leer la nueva temporada.
está historia me hizo recordar los procesos que muchos pasamos 😭😭
Monica Defalco
excelente!!!!!
Maria Phia
Me encantó! Ahora espero ansiosa la segunda temporada!! 💪
Alejandra Gonzalez
me gusto mucho, espero que luego salga la segunda temporada, felicitaciones al autor, mucho éxito en todo
Tania Sierra Galindo
Necesito esa temporada
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