Laura Díaz y Felipe Núñez parecen tenerlo todo: un matrimonio de cinco años, la riqueza y el prestigio que él ha construido como empresario. A los ojos de todos, son la pareja perfecta. Sin embargo, detrás de la fachada, su amor se tambalea. La incapacidad de Laura para quedar embarazada ha creado una fisura en su relación.
Felipe le asegura que no hay nada de qué preocuparse, que su sueño de ser padres se hará realidad. Pero mientras sus palabras intentan calmar, la tensión crece. El silencio de una cuna vacía amenaza con convertirse en el eco que destruya su matrimonio, revelando si su amor es tan sólido como creían o si solo era parte del perfecto decorado que han construido.
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Capitulo VII La propuesta
Punto de vista de Laura
Cuando Felipe se alejó, me separé de Damián. Las lágrimas que había estado conteniendo comenzaron a caer.
—Lo siento, no debí besarlo —dije, entre sollozos.
—Olvídalo. No debí dejar que ese imbécil te hablara así. —Damián estaba furioso, sus venas se marcaban en la frente. —Pero pagará caro haberte ofendido.
—¿Qué más da? Al final del día, nosotros no somos nada —le respondí, secándome las lágrimas. —Mejor volvamos a la mesa, el show debe continuar.
Damián tomó mi mano, con una suavidad que me sorprendió. Su voz era firme, con una determinación que no había escuchado antes. —Te tengo una propuesta. —Luego, sin más, me guio de vuelta al salón. Me dejó con la duda de saber que era eso que me iba a proponer.
El evento continuó. Damián hizo un donativo generoso, dejando a todos boquiabiertos. Yo me comporté como la pareja perfecta, sonriendo y saludando a quienes se nos acercaban. Todo iba bien hasta que mi exsuegra, con su habitual cara de desprecio, se acercó a nosotros.
—Señor Miller, es usted un hombre muy generoso —dijo la vieja bruja.
—Solo hago lo que deberíamos hacer todos los que podemos —respondió Damián. Luego, me miró con una sonrisa y me tomó la mano. —Ahora, si nos disculpa, quiero estar a solas con mi prometida.
Mi corazón dio un vuelco al escuchar su revelación. Débora se quedó muda por un segundo.
—Pensé que tenía mejores gustos —dijo, intentando recuperar la compostura. —Mi sobrina Camila, por ejemplo, es de buena familia y...
Damián golpeó la mesa, su paciencia se había agotado. —Señora, no le permito que hable mal de mi prometida. Y mucho menos que trate de meterme una mujerzuela por los ojos.
Débora dio un paso atrás, pálida. El silencio se apoderó del salón. El encargado del evento se acercó, aterrado.
—¿Sucede algo, señor Miller? — pregunto uno de los encargados del lugar.
—Saque a esta mujer de aquí —ordenó Damián, su voz gélida. —No quiero volver a verla.
Felipe se acercó, queriendo mostrar su poder. —¡¿Quién te crees para hablarle así a mi madre?! ¡Pídele perdón ahora mismo! —exigió.
—Ella fue quien vino a faltarle el respeto a mi prometida. La que debe disculparse es ella —la voz de Damián era clara y sin titubeos.
—¿Es eso cierto, madre? —preguntó Felipe, como si no conociera a su propia familia.
—Las cosas no fueron así. —Débora intentó mantener su dignidad.
El padre de Felipe, Federico, intervino para calmar la situación. —Felipe, Débora, vuelvan a sus puestos. Señor Miller, señora, por favor, disculpen la falta de mi familia.
—Para usted es la señora Miller —Damián lo interrumpió—. Que sea la última vez que le habla con tanta familiaridad.
Federico tragó saliva. —Perdón, señor Miller, señora Miller. Me disculpo por cualquier falta.
—Mantenga a esas personas lejos de mí y de mi señora, porque la próxima vez comerán polvo por donde ella pase.
Esta fue la primera vez que vi al poderoso Federico Núñez bajar la cabeza ante alguien. Entendí que Damián no era un hombre cualquiera.
Una vez que el evento terminó, Damián me ordenó que lo siguiera. Subimos en el ascensor hasta el último piso. Me guio por un pasillo elegante hasta una puerta, pero antes de abrirla, se detuvo.
—Te tengo una propuesta. Puedo darte apoyo, seguridad y protección. También puedo sacar a tus padres de la quiebra inminente, y ayudarte a vengarte de la gente que tanto te desprecia. Solo tienes que entrar a esta habitación y aceptar ser mi esposa y la madre de mi hija.
Me entregó un teléfono para que viera la situación de mi familia. Dudé por un momento, pero me armé de valor y llamé a mi madre.
—Hola, mamá —dije con la voz entrecortada.
—¡Hija, ¿eres tú de verdad?! —Mi madre sollozó.
—Sí, mamá. Perdona por no llamar antes.
—No te preocupes. Lo importante es que llamaste. He estado tan preocupada… —su voz temblaba. —Además… las cosas se han puesto difíciles. Desde tu divorcio, los Núñez retiraron su inversión. Estamos en la bancarrota. Tu padre está muy enfermo. Temo que no supere otro golpe.
Las lágrimas de mi madre me rompieron el corazón. Tenía que solucionar esto.
—No te preocupes, mamá. Hoy mismo soluciono el problema de la familia.
Colgué. Con el corazón roto, me armé de valor y abrí la puerta. Estaba cavando mi propia tumba, pero al menos sería la madre de Zoé, mi sueño.
—Tomaste la mejor decisión —dijo Damián, acorralándome contra la pared.
—No tengo más opción.
—Lo dices como si fuera tan malo estar a mi lado.
—Tú y yo sabemos que solo me quieres exhibir como un trofeo. Ganaste el premio, felicidades.
—De ahora en adelante, me perteneces. Y si me haces feliz, cumpliré todos tus caprichos.
Damián se adueñó de mi boca. Aunque me gustaba, no quería que las cosas pasaran de esta manera. Se separó, y el alivio me inundó.
—Tenemos que irnos —dijo.
—Creí que… —comencé.
—No soy un abusador de mujeres. Cuando estés lista, tú misma entrarás en mi cama.
—Entonces, ¿por qué quieres casarte conmigo?
—Eres la madre perfecta para mi hija, y como dijiste antes, eres mi trofeo ante Felipe.
Damián salió de la habitación dejándome confundida, ese hombre tenía serios problemas de personalidad, pero como tampoco quería descubrir su lado más malo decidí salir corriendo de aquel lugar. Lo alcancé en el ascensor jadeando por correr detrás de él.
—Mañana iremos al registro civil, registraremos nuestro matrimonio y luego si quieres podemos hacer una recepción.
—¿Tan pronto?, — pregunté sorprendida.
—Empece a ayudar a tu familia, ahora es tu turno de cumplir. — dijo distante.
—Está bien, mañana registraremos el matrimonio. Y lo de la recepción no es necesario. Podemos solo ir a cenar. — dije tranquilamente.
Lo escuché respirar profundo, pensé que se había molestado, sin embargo, solo se recostó en la pared del elevador con los ojos cerrados.
—¿Te sientes bien?— pregunté notando lo pálido que se veía.
—Sí, es solo que estoy cansado. — respondió, aunque sentía que estaba mintiendo.
—Cuando lleguemos a la casa le prepararé un té que es bueno para relajarse y puedas dormir tranquilo.
Damián abrió los ojos mirándome con intensidad, volvió a acorralarme contra la pared mirándome de manera extraña.
—Solo me relajo cuando duermo con una mujer a mi lado, ¿te gustaría compartir la cama con tu futuro esposo?.
Su pregunta me tomo por sorpresa, no supe que contestar, ya que hace rato me aseguro que no me haría nada que yo no quisiera.
—Seré tu esposa y hay ciertos deberes que una esposa debe cumplir. — mi voz salió resignada.
Las puertas del ascensor se abrieron finalmente, caminamos tomados de las manos hacia la salida donde los paparazzi nos estaban esperando, esa gente era difícil de esquivar.
Damián volvió a cubrir mis ojos para así evitar ver hacia donde íbamos, me quedé inmóvil contando los segundos que tardaríamos en llegar a la casa, pero cuando iba por una hora perdí la cuenta.