— Mami, estás viva. — Sus ojos verdes igual a los míos me hacen sobre saltarme, imposible. No puede ser, esté niño es...
— Byron. — Podría reconocer esa voz en cualquier lugar. La tengo gravaba en mi memoria cómo si fuera mi maldita canción favorita.
— Papi, encontré a mamá. — Estaba a unos metros del hombre que ame por más de una década, el hombre de 1.87, cabello negro, ojos grises azulados, hombros anchos, labios sexis y rostro apuesto. El era la definición de perfección.
¿Alguna vez le han regalado flores a un hombre? Yo si. Es el que está frente a mí en éste momento.
Lo recuerdo de niño, ¿cómo no me dí cuenta antes? Quizás por qué has estado luchando por olvidar todo de el. Así que no notaste que el pequeño aquí es su viva imagen. Contestó mi voz interior.
— Aléjate de mi. — Ordene a al mocoso. Mi voz antes normal se volvió fría.
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Yo puedo sola
Luke.
Me rio sin ganas. Está no era la Lidia que conocí, no era siquiera la sombra de lo que fue. Su carácter frío la hace más atractiva, admito que se ha puesto más hermosa. No lo suficiente para enamorarme. Pero si lo suficiente para tentarme.
No debería estar sintiendo ésto. No debería desear a la hermana de mi esposa. Es repulsivo.
Lidia.
Estoy acostumbrada a que todos me vean cómo un bicho raro. Pero la mirada de ahora es diferente. Es cómo si me admirarán por algo. ¿Descubrieron que soy la pintora? No. Imposible, no es tan imposible si ponen atención en los detalles de la firma. Sin embargo. Hay miles de Lidias en el mundo, podría ser cualquiera.
— ¿Por qué no me dijiste?
— ¿Decirte que?
— Qué eres novia de Joseph.
— ¿De dónde sacaste esa información errónea?
¿Yo? ¿Novia del más popular y deseado? Me vi en la ventana, soy Lidia, no Layla, mi hermana era capaz de tener a cualquier hombre a sus pies, pero yo no, yo nunca tuve un galán, en está universidad si, pero no me interesaba tener una relación, mi corazón está roto, dudo mucho que alguien quiera tomarse el tiempo para repararlo.
— Joseph lo dijo anoche, estaba borracho y dijo que tú eres su novia. — El hombre apareció frente a mi, nos vimos sin decir una sola palabra.
— Yo...
— Estabas borracho. No tienes que aclarar nada. — Dije y me aleje, no tenía ganas de entrar en un problema. Enamorarme de él sería un gran problema.
— No espera. — Sujetó mi brazo. — Tu me gustas.
— ¿Yo? — Mis ojos se dilataron. No lo podía creer, no podía creer cómo le gustaba al más deseado, ni en mis fantasias más descabelladas imaginé eso. Tal cómo en la tienda, las alarmas se encendieron. Algo en mi interior me decía que darle una oportunidad no era una buena idea. Ya una vez me había destruido un mujeriego, no quería pasar por lo mismo con otro. — ¿Por qué? — No lograba entenderlo. El era cómo un príncipe, mientras yo era apenas una plebeya del pueblo.
— Eres una chica extraordinaria, eres diferente al resto. Me encanta tu estilo, me encantan tus ojos, me encanta tu sonrisa, y sólo deseó una oportunidad para conquistarte.
— No. — Me aleje de su cuerpo. — Lo siento, no puedo.
— ¿Tienes novio? ¿Es eso?
— No puedo. — Dar explicaciones no es lo mío. Sierra ha sido mi amiga más de un año, pero ni ella sabe todo lo que pase, ¿por qué se lo confiaría a un extraño? Me aleje de nuevo. Mi corazón no está listo para amar, ame a dos hombres en mi vida, y los dos eligieron a la misma mujer, los dos me destruyeron, los dos me dejaron echa trizas. No he podido sanar esos malos recuerdos. Abrir mi corazón ahora sería un gran error.
— No me voy a rendir contigo Lidia. — Sus brazos me envolvieron, su cabeza bajo la altura de mi rostro y me beso. Mi primer beso. Así no es cómo lo había imaginado, mucho menos con quién me lo había imaginando, el clic de una cámara me hizo apartarme de él. Había gente presenciando la escena, cómo si se tratara de una novela, cubrí mi rostro y me aleje. Lo último que vi fue una sonrisa en el rostro de ese chico que me robó mi primer beso.
Tomé un taxi fuera del campus, llegué a mi casa y puse todo pasas arriba. ¿Alguien puede explicarme lo que pasó?
¿Qué brujería le hicieron a Joseph para que se fijará en mi?
Me vi en el espejo, mi cuerpo no es extraordinario, mi rostro no es angelical, mi sonrisa no es linda. Sólo dijo mentiras. Yo no le gusto, imposible.
Mi mente era un lío, lo que menos necesitaba era a Luke y su hijo en la puerta. Abrí y el pequeño se vino a mis brazos. Los dejé pasar y se sentaron en mi pequeño comedor.
— Mami, ¿tienes galletas?
— No. Pero si quieres podemos hacer algunas el viernes.
— Hoy. Por favor.
— No tengo los ingredientes. — Ni la cabeza en el lugar correcto.
— Papá puede pedir que lo traigan. — Rayos, ese niño es demasiado inteligente para su edad. Debe estar por cumplir los cuatro años, y ya sabe que si su padre da una orden se cumple.
— Claro. — Luke envío un mensaje, en minutos todo lo que necesitaba llegó a la puerta, nos pusimos manos a la obra. Cocinar con el niño me relajo. Su sonrisa me dió un poco de la vida que creía muerta. — Eres un ángel del cielo.
— Gracias mami. También eres un ángel. Eres muy hermosa.
— Me halagas jovencito. — Reí mientras ponía las galletas en el horno. — A esperar.
— Ya quiero comerlas.
— ¿Te cuento un secreto? — Asintió. — Yo también. — Reímos. Por un segundo quise que el fuera mi hijo, mío y no de Layla. Todas las cosas buenas le pasan a ella. Seguro que yo fui alguien terrible en mi vida pasada.
— Mami creó que ya estan. — Había pasado un rato, yo estaba demasiado perdida en mis pensamientos, si el no me regresa me hubiera quedado ahí por horas. Abrí la tapa del horno y mierda, me olvidé los guantes. Mi mano dolía. Luke la tomo y me llevo al lavabo, el agua fría relajó un poco mi piel, no lo suficiente para que el ardor y dolor se fueran. — Mami, ¿estás bien?
— Si. — Su voz me devolvió a la realidad una segunda vez, al ver la mano de ese tipo sosteniendo la mía me aparte. — No me toques nunca más. — Le dije con desdén. Busqué la caja de primeros auxilios y saqué una pomada.
— Papi ayuda a mami. — Le dije al pequeño que estaba bien, yo podía sola, el sin embargo insistió. Luke aplicó la pomada por mi. — Papá te va curar. Cómo siempre. — Imaginar a Luke y Layla cómo estamos Luke y yo ahora fue un golpe muy duro. Lo aleje de nuevo.
— Te dije que no me toques. — Susurré con resentimiento. — Yo puedo sola. — He podido sola todos estos años, no necesito que nadie me cuide. Tomé la pomada y me la aplique en la herida. Ahora me sentí mejor y coloque los guantes en mis manos, saque las galletas y las puse a enfriar.
— Mami. ¿Cuándo vendrás a vivir con nosotros? — Nunca.