Keren Lombardi, un hombre apuesto, rico y poderoso, cuya vida cambia drásticamente cuando es abandonado en el altar por su prometida. Traicionado y con el corazón endurecido, Keren jura no volver a creer en el amor. Su único objetivo ahora es satisfacer el último deseo de su abuelo moribundo: encontrar una esposa y asegurar el legado de la familia Lombardi.
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capítulo 8Desiciones de vida o muerte
El ambiente en la sala de espera del hospital era frío y opresivo. Emma y Paula no podían dejar de mirarse, con el temor reflejado en sus ojos, mientras esperaban noticias sobre su madre. Los minutos se sentían como horas, y el miedo a lo desconocido crecía en el pecho de ambas.
Finalmente, el sonido de una puerta abriéndose hizo que ambas giraran la cabeza. Un médico con rostro serio y cansado salió de la sala donde habían llevado a su madre.
—¿Familiares de la señora Morales? —preguntó el doctor, y tanto Emma como Paula se pusieron de pie rápidamente.
—Somos sus hijas —respondió Emma con voz temblorosa—. ¿Cómo está nuestra madre? ¿Va a estar bien?
El médico suspiró y se acercó a ellas con una expresión grave.
—Lamentablemente, la situación es complicada —dijo, mirándolas con una mezcla de profesionalismo y compasión—. Su madre ha sufrido un ataque cardíaco severo, y su estado es crítico. Necesitamos operarla de urgencia para salvarle la vida.
Las palabras golpearon a Emma como un martillazo. Su respiración se cortó, y miró a Paula, quien también parecía en shock.
—¿Operarla? —preguntó Paula, tratando de entender la magnitud de lo que acababa de escuchar—. ¿Es tan grave?
—Sí —respondió el doctor con firmeza—. Sin una cirugía inmediata, no sobrevivirá. Necesitamos hacer una intervención cardíaca muy delicada.
El aire se volvió denso. Emma sentía que el suelo bajo sus pies desaparecía. Su madre… Su roca, la persona que siempre había estado ahí para ella y su hija, ahora estaba luchando por su vida.
—¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó Emma, tratando de mantenerse fuerte, aunque su voz apenas era un susurro.
—No mucho —respondió el doctor—. Deben hacer los trámites cuanto antes. Vayan a la taquilla para arreglar los papeles del seguro y autorizar la operación. Necesitamos empezar en cuanto todo esté en orden.
Paula asintió, aunque sus ojos estaban llenos de lágrimas. Emma tomó su mano, sintiendo que ambas se sostenían mutuamente en ese momento tan difícil.
—Gracias, doctor —murmuró Emma antes de que él se retirara apresurado.
Las dos hermanas caminaron hacia la taquilla, aún temblorosas, y Emma intentaba no perder el control. Tenían que ser fuertes, por su madre.
Al llegar a la ventanilla, un hombre de aspecto burocrático las atendió sin mucho interés.
—Venimos a autorizar una cirugía para nuestra madre —dijo Paula, tratando de sonar firme, aunque su voz temblaba.
El hombre las miró sin mucho entusiasmo y comenzó a teclear en su computadora.
—Nombre del paciente —dijo, sin levantar la vista.
—Dolores Morales —respondió Emma.
Él continuó tecleando, luego miró la pantalla y frunció el ceño.
—Lo siento —dijo finalmente—, pero el seguro de su madre no cubre el costo total de esta operación.
Emma y Paula se miraron con incredulidad.
—¿Cómo que no lo cubre? —preguntó Emma, sintiendo que el pánico volvía a apoderarse de ella—. ¿De cuánto estamos hablando?
El hombre tecleó de nuevo y luego leyó los números en la pantalla con frialdad.
—Estamos hablando de una cirugía cardíaca de alta complejidad —dijo, mirando a las hermanas por encima de sus gafas—. El costo es de… —hizo una pausa para revisar los detalles—, quinientos mil. El seguro cubre solo una pequeña parte. Tendrían que pagar doscientos mil por adelantado para proceder con la operación.
—¿Qué? —exclamó Paula, incapaz de creer lo que estaba oyendo—. ¿Doscientos mil? ¡No podemos pagar esa cantidad!
Emma sintió que el mundo se le venía abajo. No tenían esa cantidad de dinero. Ni siquiera estaban cerca. La desesperación la embargó, y sus ojos se llenaron de lágrimas mientras intentaba contener un sollozo.
—Por favor… —dijo Emma, su voz, apenas un susurro—. Necesitamos esa operación. ¿No hay otra manera? No tenemos ese dinero.
El hombre las miró con indiferencia, sin mostrar ninguna empatía.
—Lamento mucho la situación —dijo con tono monótono—, pero las políticas del hospital son claras. Si no pueden cubrir el costo, no podemos proceder.
Paula se derrumbó en la silla cercana, sollozando abiertamente. Emma, por su parte, sintió que sus piernas se debilitaban y apenas pudo mantenerse en pie. No sabían qué hacer. Su madre necesitaba esa operación para vivir, pero el costo era abrumador.
Mientras ambas trataban de asimilar la cruda realidad, Emma sintió una presencia a su lado. Al girar la cabeza, vio a Keren Lombardi de pie junto a ellas, con su expresión fría pero decidida.
—Escuché lo que dijeron —murmuró Keren, sin quitarles la vista de encima—. ¿Doscientos mil? Eso no es un problema.
Emma lo miró, confundida y desconcertada. Keren sacó su billetera y con la misma frialdad que siempre lo caracterizaba, caminó hacia la ventanilla.
—Voy a cubrir todos los gastos —dijo con firmeza, dejando caer su tarjeta de crédito sobre el mostrador.
El hombre en la taquilla lo miró, sorprendido por un segundo, pero rápidamente asintió y comenzó a procesar el pago.
—Pero… —balbuceó Emma, tratando de entender lo que estaba sucediendo—. Señor Keren, no puedes…
—Ya está hecho —dijo Keren sin mirarla, manteniendo la vista fija en el encargado—. Tu madre será operada. No quiero que vuelvas a mencionarlo.
Emma lo observó, incapaz de creer lo que estaba pasando. Keren Lombardi, el hombre que solo horas antes le había hecho una oferta de matrimonio por conveniencia, ahora estaba salvando la vida de su madre.
—¿Por qué haces esto? —preguntó finalmente, cuando pudo encontrar su voz.
Keren giró la cabeza y la miró con una mezcla de determinación y algo más que Emma no pudo descifrar.
—Porque puedo —respondió en un tono seco—. No te confundas. No estoy haciendo esto por caridad.
Emma quiso responder, pero en ese momento el encargado les entregó los papeles aprobados.
—Todo listo. La operación puede proceder de inmediato —dijo el hombre con más amabilidad de la que había mostrado antes.
Emma miró a Keren una vez más, aún aturdida por lo que acababa de suceder.
—Gracias… —murmuró, aunque las palabras parecían insuficientes para expresar lo que sentía en ese momento.
Keren solo asintió con la cabeza.
—No me des las gracias —dijo, dándole la espalda—. Asegúrate de tomar una decisión pronto, Emma.
Y con esas palabras, se alejó, dejándola con la mezcla de alivio, confusión y deuda moral que ahora la envolvía.