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El Chico del CEO

El Chico del CEO

Status: Terminada
Genre:Romance / Yaoi / CEO / Romance de oficina / Completas
Popularitas:0
Nilai: 5
nombre de autor: Syl Gonsalves

César es un CEO poderoso, acostumbrado a tener todo lo que desea, cuando lo desea.

Adrian es un joven dulce y desesperado, que necesita dinero a cualquier costo.

De la necesidad de uno y el poder del otro nace una relación marcada por la dominación y la entrega, que poco a poco amenaza con ir más allá de los acuerdos y transformarse en algo más intenso e inesperado.

NovelToon tiene autorización de Syl Gonsalves para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 7

Todo lo que Adrian quería era borrar lo ocurrido de su mente. Se duchó, se cepilló los dientes unas cuatro veces e intentó no pensar más en ello. Se acostó y deseó dormirse pronto. Sin embargo, el sueño tardó en llegar, y cuando lo hizo fue ligero, inquieto, poblado de recuerdos que él quería olvidar.

Lo bueno era que no necesitaba preocuparse por tener que levantarse temprano, pues era sábado. Los sábados debían trabajar hasta el mediodía, sin embargo, hacían algunas horas más durante la semana para no tener que ir a trabajar los sábados.

Adrian se despertó pasado el mediodía. El cuerpo pesado como si no hubiera dormido un solo segundo en los últimos dieciocho años. Se estiró despacio, miró al techo y respiró hondo antes de finalmente levantarse.

Se tomó otra ducha demorada, como si el agua pudiera lavar lo que aún insistía en pegarse en la memoria. Se puso una ropa sencilla, cogió la mochila y salió.

El aire caliente y bochornoso de la calle lo envolvió, pero él caminó sin prisa, dejando los auriculares colgados en el cuello, sin coraje para poner música. Necesitaba oír sus propios pasos, el ruido de la ciudad, cualquier cosa que lo mantuviera en el presente, sin hacerle revivir lo que había hecho la noche anterior.

Siguió a pie por las calles conocidas hasta llegar al edificio que estaba acostumbrado con su presencia casi diaria. Adrian se paró por un instante antes de entrar. Ajustó la correa de la mochila en el hombro, respiró hondo y, finalmente, atravesó la puerta de vidrio. Siguió por el pasillo, saludó distraídamente a la chica de la recepción, mostrando la credencial de visitante y entró en el ascensor.

Allí dentro, apretó el botón del quinto piso.

Mientras el ascensor subía, se apoyó en la pared fría y cerró los ojos por un instante. Estaba cansado, sí, pero sabía que no podía dejar de venir.

Cuando las puertas se abrieron, Adrian caminó por un pasillo más iluminado de lo normal hasta parar delante de la puerta ya tan familiar. Llamó levemente antes de entrar.

—Estás peor que yo —dijo una chica acostada en la cama blanca, con un pañuelo colorido en la cabeza que desentonaba del tono pálido de su piel.

Adrian sonrió sin gracia, intentando disimular el cansancio y la vergüenza que sentía de sí mismo estampados en el rostro. Se acercó a la cama, dejó la mochila en la silla al lado y se inclinó para darle un beso leve en la frente de ella.

—Dormí tarde, solo eso. —dijo, acomodándose en la silla.

La chica lo miró con una mezcla de cariño y preocupación.

—No necesitas fingir para mí, Adrian. —murmuró ella, arreglando la manta sobre las piernas—. Se nota que andas matándote a trabajar.

Él desvió la mirada, fijando el suero que descendía lentamente por el tubo transparente.

—Está todo bajo control. —respondió bajo.

Ella rió flojo, pero había una amargura en esa risada.

—No es justo que te sacrifiques por mi causa. No es justo perder tu vida, tu juventud, solo para pagar esas cuentas absurdas.

Adrian respiró hondo, apretando las manos una contra la otra.

—Está todo bien, no te preocupes por eso.

La chica pasó la mano por el brazo de él, como quien quería transmitir un poco de fuerza.

—Yo preferiría mil veces que estuvieras estudiando, saliendo con amigos, saliendo con alguien... viviendo. —su voz falló.

Adrian tragó saliva, desviando nuevamente la mirada. Y cuando la miró, estaba sonriendo. No era una sonrisa de felicidad, pero él se esforzaba para parecer que lo era.

—Ey, no te preocupes. Soy grandecito y está todo bien.

Ella hizo una caricia suave en la mejilla de él.

—Deberías estar en la facultad, Adrian. —dijo mirándolo con firmeza, a pesar de la voz débil—. Eres inteligente...

—Por eso que trabajo en la mayor holding tecnológica del país… —intentó bromear él.

—Aún así... Sabes que sin graduación es difícil conseguir otro puesto o mantenerse por mucho tiempo. —ella hizo una pausa—. No es justo. —repitió, apretando la mano de él.

Adrian bajó la cabeza, mirando sus propios pies. Un silencio pesado se apoderó de la habitación por algunos segundos.

—Ya conversamos sobre eso y ya te dije que está todo bien. —dijo por fin, en voz baja—. Ya has hecho mucho por mí, ahora es mi turno.

Ella respiró hondo, los ojos aguados.

—Yo cuidé de ti porque era mi deber y porque te amo, Adrian. Yo soy tu hermana mayor, era lo que tenía que hacer. —sonrió con ternura—. Pero no quiero que pienses que necesitas devolverme cualquier cosa. Quiero que vivas tu vida es para eso que te crié, ¡chico! —intentó bromear.

Él cerró los ojos por un instante. Los recuerdos de la noche anterior volvieron como una sombra, y el estómago se revolvió.

—Yo también te amo y voy a hacer de todo para verte bien. Necesito a alguien para cocinar para mí, no tengo talento culinario. —los dos rieron.

—Ay Dios, tú cocinando. Pobres de los alimentos.

Los dos rieron un poco más, aunque Amanda supiera que el hermano no estaba siendo totalmente sincero.

—Yo solo quería que fueras feliz. —dijo, con sinceridad dolorosa—. Incluso si eso significa… perderme. Y sabes que tienes esa posibilidad...

—No si depende de mí...

—Adrian... escucha, todo lo que tenía, prácticamente acabó y no hubo regresión de mi estado. Sabes que si no pago la cuenta de aquí, tengo que irme a casa y, tal vez, sea lo mejor...

Adrian sintió el pecho apretar. Apretó la mano de ella con fuerza, como si pudiera sostenerla en el mundo solo con ese gesto.

—No digas eso. —pidió, la voz embargada—. Voy a encontrar una solución.

Amanda suspiró, cerrando los ojos por algunos segundos, cansada. Pero aún había una pequeña sonrisa en sus labios.

—Siempre has sido demasiado terco.

Adrian rió bajito, a pesar del nudo en la garganta, y permaneció al lado de ella en silencio, sosteniendo la mano de la hermana como si fuera la única cosa que lo mantenía de pie.

—Hablando de terco, ¿cómo conseguiste el dinero para completar el valor que faltaba para pagar mi permanencia aquí?

—Hice algunas horas extras y hubo un reajuste en el valor que yo ganaba. ¿Ves? Todo bajo control.

Antes de que Amanda dijera cualquier otra cosa, la puerta se abrió suavemente, interrumpiendo a los dos. Un hombre de bata blanca entró, trayendo una planilla en las manos y una sonrisa educada.

—Buenas tardes, Amanda. —saludó, lanzando una breve mirada a Adrian—. ¿Cómo te estás sintiendo hoy?

—Cansada, pero nada que sea novedad. —ella respondió, con un humor forzado.

El médico hizo algunas anotaciones rápidas y después se acercó al soporte de suero, ajustando el equipo. Adrian observaba atento, como siempre hacía, intentando descifrar cualquier detalle que pudiera anticipar noticias. Debe ser algún mecanismo de nuestro cerebro que cree que puede anticipar todo con base en pequeños detalles.

—Los exámenes de ayer confirmaron lo que ya esperábamos. —dijo el médico, mirando de reojo a Amanda antes de volverse a Adrian—. Hubo una progresión en el estadio del cáncer, una que no esperábamos que viniera tan rápido... Necesitamos intentar refrenar ese avance.

—¿Y cómo hace eso? —preguntó Adrian, sintiendo el corazón apretar.

—Hay un tratamiento que están usando en casos semejantes al de tu hermana y ha mostrado buenos pronósticos. —el médico respondió, midiendo las palabras—. Pero ustedes saben que esos tratamientos, bueno, él es… costoso.

El médico entregó una hoja a Adrian con valores e informaciones técnicas que él mal consiguió leer. Los números parecían borrosos, distantes, pero lo suficiente para hacer su estómago revolverse.

Adrian, por su parte, apenas dijo para el médico proveer todo. El hombre asintió y salió de la habitación.

Amanda cerró los ojos por un instante, como si ya estuviera acostumbrada con esa conversación.

—Adrian, basta —dijo de forma firme—. Se acabó, estás prohibido de pagar ese tratamiento. Déjame ver eso.

Pero Adrian apartó el papel de las manos de ella y guardó en la mochila.

—Ni es tan caro así, consigo pagar tranquilamente, ese médico que es exagerado —dijo él intentando sonar despreocupado.

Amanda lo observaba con ojos aguados.

—Adrian… —comenzó, pero él no dejó.

—No digas nada. —pidió, guardando la hoja en la mochila—. Solo descansa. Por cierto, necesito irme, mañana vuelvo.

Amanda se durmió y Adrian salió del edificio con el corazón pesado y la mente hirviendo. ¿Cómo él iba a conseguir todo ese dinero? Doce mil, solo para el comienzo y después el valor iba aumentando, hasta una cantidad absurda de números antes de la coma. ¿Cómo era posible desarrollar algo que podía salvar la vida de las personas, pero lo hacía prácticamente inaccesible? Aquello era tan cruel.

Adrian hizo el trayecto de vuelta a la casa con los ojos empañados por las lágrimas. Llegó a casa, se tiró en la cama y lloró.

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