Nunca imaginé que una simple prueba de embarazo cambiaría mi vida para siempre. Mi nombre es Elizabeth, y hace unos meses, mi vida era completamente diferente. Trabajaba como asistente ejecutiva para Alexander, el CEO de una de las empresas más importantes del país. Alexander era todo lo que una mujer podría desear: inteligente, carismático y extremadamente atractivo. Nuestra relación comenzó de manera profesional, pero pronto se convirtió en algo más. Pasábamos largas horas juntos en la oficina, y poco a poco, la atracción entre nosotros se volvió innegable.Nuestra relación terminó abruptamente cuando Alexander decidió que era mejor para ambos si seguíamos caminos separados. Me dejó con el corazón roto y una promesa de no volver a cruzar nuestros caminos. Pero ahora, con un bebé en camino, mantener ese secreto se vuelve cada vez más difícil.Decidí no decirle nada a nadie, especialmente a él. No podía arriesgarme a que esta noticia se filtrara y arruinara su carrera.
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Capítulo 4
Elizabeth
La luz del sol de la mañana se dejaba entrever suavemente a través de las cortinas de mi acogedor y pequeño apartamento, inyectando en la habitación una calidez que resultaba reconfortante y placentera. Me incorporé con lentitud, sintiendo la carga del crecimiento de mi vientre, que se hacía cada vez más evidente. Era un recordatorio constante de la nueva vida que llevaba dentro de mí. Hoy era el día de mi chequeo médico, un momento que me llenaba de nerviosismo, pero también de una profunda emoción al pensar que tendría la oportunidad de ver a mi bebé una vez más.
Arrivé a la clínica y, tras ello, me registré en la recepción. La enfermera, con una amable sonrisa, me llevó a una sala de examen y me solicitó que me recostara en la camilla. Mientras esperaba la llegada del doctor, mi mente se llenó de pensamientos inquietantes y especulaciones. Un sinfín de posibles escenarios comenzaba a asediar mis pensamientos. ¿Estará todo bien con el bebé? ¿Existirá algún problema que no había podido anticipar? La incertidumbre me invadía, mientras intentaba calmarme y esperar pacientemente a que el médico llegara para disipar todas mis dudas.
El doctor hizo su entrada con una amplia sonrisa en el rostro y me saludó de manera cordial. —Buenos días, Elizabeth. ¿Cómo te encuentras el día de hoy?— me preguntó con un tono amable y reconfortante.
—Me siento un poco nerviosa, pero en general estoy bien— le respondí, esforzándome por transmitir tranquilidad a pesar de los nervios que me embargaban.
—Es absolutamente normal sentirse así —comentó el doctor, mientras organizaba cuidadosamente el equipo de ultrasonido a su alrededor—. Vamos a realizar un examen y asegurarnos de que todo se encuentre bien.
El gel frío que aplicó sobre mi abdomen me provocó un pequeño escalofrío, pero rápidamente desvió mi atención hacia la pantalla. El doctor comenzó a mover el transductor con destreza y, de repente, mi corazón dio un vuelco al vislumbrar la imagen de mi bebé. Sin embargo, había algo inusual en esta ocasión. En la pantalla no aparecía una sola figura, sino dos.
Elizabeth, tengo una maravillosa sorpresa que compartir contigo, comentó el doctor, mientras una amplia sonrisa iluminaba su rostro. Los resultados indican que estás esperando gemelos.
—¿Cómo es posible, doctor? —pregunté—. En los exámenes que me hicieron, los resultados indicaban que esperaba un bebé, no dos.
—Estos errores tienden a ocurrir con frecuencia, —comentó el doctor.
Mi corazón se detuvo por un instante, como si el tiempo se congelara a mi alrededor. —¿Gemelos? —repetí, incapaz de contener mi incredulidad.
—Así es —confirmó el doctor con una sonrisa cálida y segura—. Dos bebés saludables. ¡Felicidades!.
Las lágrimas empezaron a deslizarse por mis mejillas mientras mis ojos se fijaban en la pantalla. La incredulidad me invadía, y no podía dar crédito a lo que estaba viendo: dos bebés. Mi mente se vio inundada de una oleada de preguntas y sentimientos agitados. ¿Cómo iba a enfrentar esta nueva realidad? ¿De qué manera iba a ser capaz de cuidar de dos pequeños al mismo tiempo, y todo esto por mi cuenta? La incertidumbre y la responsabilidad comenzaban a pesarme en el corazón, abrumándome con la magnitud de lo que se avecinaba.
El doctor me brindó una explicación detallada y con mucha paciencia. Se tomó el tiempo necesario para responder todas mis preguntas, asegurándome en todo momento que todo estaba en orden. Además, me ofreció varios consejos útiles sobre cómo cuidar de mi salud y de la de los bebés durante el transcurso del embarazo. También hizo hincapié en la relevancia de asistir a las consultas médicas de manera regular, recordándome que estas visitas son esenciales para garantizar el bienestar tanto mío como de los pequeños que llevo en mi vientre.
Salí del consultorio con una intensa mezcla de emociones que se agolpaban en mi interior. Por un lado, sentía una gran felicidad que me llenaba de optimismo; por otro lado, la incertidumbre me provocaba miedo y ansiedad. A cada paso que daba rumbo a casa, intentaba asimilar la noticia que había recibido, tratando de poner en orden mis pensamientos, que parecían desbordarse. Era evidente que tendría que modificar varios de mis planes a futuro, lo cual me generaba una sensación de abrumamiento. Sin embargo, en medio de esa confusión, tenía la certeza de que estaba preparada para afrontar este nuevo desafío que se presentaba en mi vida.
Estaba tan concentrada en mis pensamientos que no presté atención por dónde caminaba y, de repente, choqué con alguien. Era un hombre al que había visto anteriormente en esta clínica; supongo que tiene esposa, ya que siempre se presenta con trajes elegantes que reflejan un aura de riqueza y sofisticación.
—Lo siento mucho, hoy estoy especialmente torpe —le dije, sintiendo un poco de vergüenza por el incidente. Sin embargo, él me dedicó una sonrisa amable y comprensiva.
—No te preocupes, yo también iba distraído, así que no tienes por qué disculparte —respondió él con una cálida sonrisa, lo que me hizo sentir un poco más a gusto ante la situación.
—¿Cuántos meses llevas de embarazo? —preguntó él, mostrando un notable interés en su respuesta.
Algo sorprendida por la sinceridad de su pregunta, contesté —Estoy de cinco meses.
—¡Felicidades! —exclamó él, esbozando una cálida sonrisa que iluminó su rostro. —Seguramente será un bebé hermoso, especialmente porque la madre lo es.
Sonreí, sintiéndome un poco halagada por el cumplido que acababa de recibir.
—Gracias — respondí con una sonrisa. —En realidad, son dos bebés. Acabo de descubrirlo hoy.
—¡Vaya, gemelos! Eso es maravilloso —exclamó con entusiasmo, sus ojos brillando de emoción—. Soy Daniel, por cierto.
—Es un placer conocerte, Daniel. Mi nombre es Elizabeth —respondí, mientras estrechaba su mano con firmeza y una sonrisa amistosa en el rostro.
— ¿Estás aquí por tu esposa o tal vez por una novia? —pregunté curiosamente.
— Oh, no... no tengo esposa, y mucho menos una novia. ¿Quién querría a un viejo como yo? —respondió con un tono de desánimo.
— Vaya, yo pensé que sí. Y de todos modos, no estás tan viejo —comenté, tratando de animarlo.
— Jajaja, bueno, gracias. Me siento halagado de que una mujer tan hermosa piense que soy joven —dijo, sonriendo. — Pero en realidad, estoy aquí visitando a un amigo que es doctor.
—¡Oh! Daniel ¿qué haces aquí? —preguntó el doctor, acercándose a nosotros con una expresión de sorpresa y alegría.
—¡Víctor, amigo mío! He venido a saludar a un viejo amigo, ¿no tengo derecho a hacerlo? —dijo Daniel mientras le ofrecía un fuerte abrazo al doctor.
—Por supuesto que sí, siempre eres bienvenido —respondió Víctor con una sonrisa.
—Parece que ya has tenido la oportunidad de conocer a Elizabeth.
—Si realmente muy hermosa y amigable —dijo, mientras me miraba fijamente, lo que me provocaba un leve nerviosismo.
—Usted también Daniel —respondí, intentando mantener la compostura.
—Bueno, los dejo ahora, debo retirarme —dije—. Fue un placer conocerte, Daniel. Doctor, hasta la próxima semana.
—Está bien, cuídate mucho, Elizabeth —respondió el doctor—. Recuerda no hacer demasiado esfuerzo, especialmente considerando tu condición.
—Sí, doctor —respondí, esbozando una sonrisa.
Estaba a punto de marcharme cuando de repente Daniel me detuvo. Con una mezcla de nerviosismo y determinación, me dijo:
—Me gustaría mantener el contacto contigo, ¿te importaría darme tu número?
Asentí con una sonrisa y respondí.
—Claro que sí. Toma tu teléfono y anota mi número— Le ofrecí mi teléfono y, mientras lo hacía, sonreí, sintiéndome feliz por el intercambio.
—Aquí lo tienes —dije al final—. ¡Nos vemos!— Con una sonrisa en el rostro, nos despedimos.
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