Emma es una mujer que ha sufrido el infierno en carne viva gran parte de su vida a manos de una organización que explotaba niños, pero un día fue rescatada por un héroe. Este héroe no es como lo demás, es el líder de los Yakuza, un hombre terriblemente peligroso, pero que sin embargo, a Emma no le importa, lo ama y hará lo que sea por él, incluso si eso implica ir al infierno otra vez.
Renji es un hombre que no acepta un no como respuesta y no le tiembla la mano para impartir su castigo a los demás. Es un asesino frío y letal, que no se deja endulzar por nadie, mucho menos por una mujer.
Lo que no sabe es que todos caen ante el tipo correcto de dulce.
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El Lego de la discordia
Emma
–¿Va a estar ese señor, mami? –pregunta mi niño entusiasmado mientras vamos en el metro.
–Supongo, cariño.
–Yo quiero verlo de nuevo –dice casi saltando en su asiento.
–¿Por qué? –le pregunto mientras acaricio su cabello.
–Él y yo nos parecemos, mami. ¿Lo notas? –pregunta apuntando su rostro.
Niego con mi cabeza. –Tú eres mucho más hermoso, mi amor –digo–. ¿Qué torres vas a construir hoy? –pregunto para distraerlo.
–Nadie se parece a mí –dice mirando sus piececitos, que cuelgan del asiento–. ¿Por qué no me parezco a ti, mami? –pregunta y mi corazón se rompe en cientos de pedazos.
Sabía que este momento podía llegar, pero nunca esperé que notara las diferencias entre ambos tan pronto. Imagino que debí verlo venir, Dylan es un niño muy inteligente, otro rasgo que heredó del gruñón de su padre.
Casi me dio un ataque de pánico ayer cuando los vi actuar tan parecidos. Dylan es Renji y Renji es Dylan. Dos gotas de aguas. Mi pequeño es una plantilla de su padre, y se me revuelve el estómago al pensar que le estoy quitando la opción de crecer con un papá, que es tan parecido a él, pero luego, cuando recuerdo cómo Renji trató a mi pequeño, mi decisión vuelve a erigirse como la más apropiada.
No dejaré que lastime a mi pequeño.
–¿Por qué, mami? –insiste.
–Porque eres demasiado hermoso para parecerte a alguien tan corriente como yo, mi amor.
–Eres muy linda, mami. La mujer más linda de todo el universo –me asegura con una sonrisa.
Beso sus mejillas y luego ordeno su cabello.
–Tenemos que bajar, cielo.
Dylan salta, y se toma de mi mano mientras salimos del metro. Cuando vamos pasando por la tienda de legos, mi niño corre hacia la vitrina con los ojos brillando de emoción.
–¿Ves eso, mami? Es la torre de Pisa, y la torre Eiffel.
–Sí, cielo, las veo.
–¿Me las puedes comprar, mami?
Mi corazón duele cuando niego con la cabeza. El precio es exorbitantemente caro, y no puedo permitírmelo ahora mismo. Mi sueldo es bueno, quizá mejor de lo que merezco, pero el colegio de Dylan se lleva gran parte de él, y el arriendo se lleva la otra mitad. Apenas puedo ahorrar, y eso me tiene muy preocupada porque sé lo cara que es la matrícula en buenos colegios y universidades de esta ciudad, y quiero que mi hijo tenga acceso a lo mejor.
Y sé que tendrá lo mejor, aunque ahora deba romperle su corazón de niño.
–Mami no puede, cariño –digo y siento como mi corazón es apretado dentro de mi pecho cuando mi pequeño asiente tristemente.
–Está bien, mami.
–Quizá para navidad Santa pueda traerte alguno de ellos –agrego y sonrío cuando su rostro se ilumina nuevamente.
Supongo que gastar mi bono de navidad en esos legos valdrá la pena.
–Faltan seis meses para que venga Santa.
Sonrío. –Así es, eres un niño tan listo. No puedo creer que seas mi hijo –agrego cubriendo mi rostro, tratando de lucir sorprendida.
Mi pequeño ríe. –Soy tan listo como tú, mami.
Tomo su mano y seguimos caminando. Mi pequeño voltea a ver la vitrina hasta que doblamos en la esquina.
Cuando entramos al edificio todos nos saludan, sobre todo, a mi hijo, quien les sonríe tímidamente, como siempre lo hace.
Tomamos el ascensor y cuando se detiene en nuestra planta, Dylan corre hacia la oficina.
–¡Estás aquí! –dice feliz cuando ve a Renji, quien lo mira sin entender.
–¿Dónde más estaría? Trabajo aquí –devuelve hoscamente.
–Mami me dijo, pero quería verlo con mis propios ojos.
Me acerco a Dylan y le paso sus maletas con legos.
–Arma la torre Eiffel –le digo–. Apuesto que será más linda que la que tienen en esa tienda.
Dylan asiente entusiasmado y corre a dejar su sweater, en el colgador que está a su altura, antes de lanzarse al suelo.
Busco en internet una imagen de la dichosa torre y se la imprimo en colores.
Mi niño me sonríe cuando se la entrego.
–Gracias, mami, ahora será más fácil.
Renji tensa su mandíbula y sé que quiere decir algo.
–¿Qué? –espeto molesta.
–Estás gastando recursos de la empresa.
Me obligo a sonreír. –Imagino que una compañía multimillonaria sobrevivirá si yo imprimo una foto –digo harta de tener que escuchar sus quejas.
Todo lo que hago le molesta.
Mientras enciendo el computador busco en mi corazón ese sentimiento que tenía hacia Renji, pero no hay nada. Esa tonta admiración y enamoramiento que tenía por él se desvaneció con los años, o quizá, cuando lo vi tratar a mi hijo, de la forma en que lo hizo, acabó con la última gota de cariño que tenía por él.
Una de las secretarias entra a la oficina y deja una enorme torre de carpetas en mi escritorio.
–Tienen que estar revisados antes del corte que hace prensa hoy –dice sonriendo nerviosamente–. Lo siento.
–No es tu culpa. Gracias –le digo cuando se va.
–¿Por qué te envían tanto trabajo? –pregunta Renji.
Suspiro mientras reviso las carpetas. –Hay muchos editores de vacaciones. Generalmente nos dividimos el trabajo, pero ahora… –callo y comienzo a revisar las carpetas.
Abro el programa de edición y busco el folio que aparece impreso en la carpeta, y abro el enlace para leer lo que envió el reportero, la redacción y el material que acompaña su nota.
Tengo que decidir si vale la pena pasarlo en el noticiero de la noche.
Estaré aquí hasta que anochezca.
Corrijo rápidamente la redacción y luego lo clasifico según la tabla que me dio Mel antes de irse, ya que ella era la que decidía qué noticia iba y cuál no.
–Mami, no creo que pueda hacer la torre –se queja Dylan mirando la foto y los legos que tiene en el suelo–. Necesito legos de distintos tamaños y éstos son todos iguales.
–Lo siento, cielo. Mami no puede ayudarte ahora –digo concentrada en la siguiente noticia que estoy revisando.
Trabajo y avanzo lo más pronto posible, sin despegar mis ojos de la pantalla. Ocasionalmente miro en dirección a Dylan, quien sigue claramente frustrado.
–¿No vas a ir a almorzar?
Levanto la mirada de la pantalla y me recibe la visión de Renji de pie, cruzado de brazos.
–No, hoy no.
–Tienes derecho a un descanso.
–No si quiero irme antes de las diez de la noche.
–Es sábado –discute.
–Por lo mismo, quiero salir de aquí a una hora razonable y mañana podré descansar todo lo que quiera.
–Dylan necesita comer –devuelve.
–Cielo, ¿tienes hambre? –le pregunto.
Asiente con el ceño fruncido, todavía molesto porque no puede hacer la torre que quiere.
–En tu mochila te dejé tu comida favorita.
–¿Papitas? –pregunta ilusionado.
Sonrío. –Tu otra comida favorita –le aseguro–. Estaremos bien –le digo a Renji, quien asiente y sale de la oficina, seguramente a quitarle la alegría a alguien más.
–¡Arroz y huevo! –grita mi hijo feliz, olvidando momentáneamente su cabreo con los legos.
–Y jugo de durazno.
–Gracias, mami –dice con una enorme sonrisa mientras disfruta de su comida.
Vuelvo al trabajo y comienzo a despachar las correcciones y cargarlas en el programa lo más rápido que puedo.
Siento el cansancio en mis hombros y espalda. Duele como el demonio, pero sigo adelante. No quiero que mi hijo esté en la oficina hasta tan tarde. No es justo para él.
Miro a mi niño, quien guarda todo en su mochila cuando termina de comer y vuelve a intentar armar la torre Eiffel. Quisiera ayudarlo o al menos compartir su frustración, pero ahora no tengo tiempo.
Después de un rato me detengo cuando un calambre en mi muñeca me obliga a tomarme unos segundos y estirar los dedos. Una vez que el dolor remite vuelvo al trabajo. Ya me falta menos.
–¿Para mí?
Levanto mi mirada al escuchar la ilusión en la voz de mi hijo.
–No veo a nadie más aquí –devuelve Renji y luego le pasa una caja de legos con la imagen de la torre Eiffel.
Mi hijo le sonríe, y luego se lanza a sus piernas y lo abraza.
Me levanto de inmediato y lo alejo de él, asustada de que Renji pueda lastimarlo de nuevo.
–No muerdo –declara, cruzándose de brazos.
–No estoy tan segura de ello –digo molesta–. Mi amor, espera aquí, yo y el señor Yamaguchi tenemos que hablar.
Salgo de la oficina y camino hasta la pequeña bodega donde almacenamos artículos de oficina.
Me giro cuando estamos solos y lo enfrento. –No tenías que comprarle nada a Dylan –espeto furiosa–. Y mucho menos sin hablarlo conmigo antes.
Levanta una ceja y luego sus labios se elevan en una media sonrisa.
–Nunca le he pedido a nadie permiso para hacer lo que quiero, Emma, y ciertamente no empezaré ahora.
–Es mi hijo. Yo soy quien toma las decisiones respecto a él.
–Comprarle un juguete no es una gran decisión.
–Lo es cuando hace unas horas me pidió que le comprara ese set de legos y tuve que decirle que no.
–¿Por qué?
–Porque no puedo costearlo. No cuando tengo gastos más importantes que hacer y necesito que Dylan entienda eso.
Se cruza de brazos. –Yo creo que Dylan debería entender que puede tener todo lo que quiera.
Me rio sin humor. –¿Me vas a dar clases de cuidado parental? ¿Tú? La misma persona que armó un berrinche porque no quería que un niño estuviera en su oficina, ¿en serio?
–Me equivoqué –dice furioso–. ¿Feliz? Dylan es un niño tranquilo, y le debía una disculpa así que pensé…
–Que podrías comprar su perdón –termino por él–. No quiero que vuelvas a involucrarte, Renji. Nunca más.
–Emma…
–Es mi hijo. Mío –digo y salgo rápidamente de la bodega.
Si él piensa que puede aparecer un día y robarme el cariño de mi hijo, con regalos lujosos, está muy equivocado.