Mi nombre es Isabel del Castillo y, a la edad de dieciocho años, mi vida experimentó un cambio radical. Me vi obligada a contraer matrimonio con Alejandro Williams , un hombre enigmático y de gran poder, lo que me llevó a quedar atrapada en una relación desprovista de amor, llena de secretos y sombras. Alejandro, quien quedó paralítico debido a un accidente automovilístico, es reconocido por su frialdad y su aguda inteligencia. Sin embargo, tras esa fachada aparentemente impenetrable, descubrí a un hombre que lucha con sus propios demonios.
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¡Hija ingrata!
༺Narra : Leopoldo ༻
Cuando Ignacio se marchó, la atmósfera en la sala se volvió tensa. Mi esposa, Carmen, se giró hacia mí, reflejando una profunda preocupación.
—¿Y ahora qué haremos? —preguntó, su voz temblorosa—. ¿Y con los invitados? ¿Qué les diré?
Antes de que pudiera responder, Giselle intentó intervenir.
—Papá, yo...
No permití que concluyera. Me acerqué a ella, con la ira acumulándose en mi interior, y le propiné una fuerte bofetada. El sonido resonó en la habitación, haciendo que su rostro se girara bruscamente debido a la fuerza del golpe.
Carmen, visiblemente preocupada, se acercó rápidamente a mí y me tomó del brazo con firmeza.
—¡Leopoldo, no vas a solucionar nada de esta manera! —exclamó, esforzándose por calmarme—. No puedes seguir agrediéndola así.
—¿¡Cómo se te ocurre cometer semejante estupidez!? —grité, dejando que mi furia se desbordara—. ¿Acaso tienes cerebro? ¿¡Sabes realmente cómo utilizarlo!?
Giselle, con los ojos llenos de lágrimas, mostró su verdadero rostro. La vi transformarse ante mí, y lo que emergió de sus labios me dejó completamente helado.
—¡Solo por intentar mantener la empresa a flote, has decidido vender a tu propia hija a un total lisiado! —exclamó, su voz impregnada de desprecio—. ¡Nunca te dije que quería casarme, ni siquiera siento atracción por él, papá!
Sus palabras fueron como un puñetazo directo. La incredulidad me invadió, y en cuestión de instantes, sentí cómo la rabia se convertía en profunda desesperación.
—¿Es así como percibes la situación, Giselle? Este compromiso no es únicamente una transacción comercial. Se trata de nuestra familia, de nuestra reputación. ¿De verdad no te importa nada de eso?
—¡No! —exclamó, desafiándome—. Nunca afirmé que me importara.
Carmen, aun sujetandome, intentó intervenir.
—Giselle, este no es el momento adecuado. Tu padre está muy alterado.
—¡No decías nada acerca de eso en aquel entonces, cuando anhelabas que él invirtiera en ti, ya fuera en prendas de vestir, en joyas brillantes o en automóviles lujosos!.
—Dado que no es útil para satisfacer mis necesidades sexuales, al menos debería aprovecharlo en algún otro aspecto, ¿no crees? —comenta ella con una actitud franca y atrevida. — ¿ Qué esperabas, papá? ¿Que lo aceptara simplemente por las buenas?.
—Espero que no te arrepientas de tu decisión, Giselle —exclamé.
Ella me miró con firmeza, su mirada llena de desafío.
—Te aseguro que no lo haré, papá. Pero si tanto deseas que alguien se case con ese inútil, ¿Entonces? Cásate tú con él.
La incredulidad se apoderó de mí en ese momento, y una frenética oleada de rabia invadió mi ser.
—¡Eres una ingrata! —grité con desdén—. Pero, en realidad, todo esto es culpa mía. No debí haberte consentido tanto, ni dejar que hicieras lo que quisieras.
Giselle, en cambio, soltó una risa cargada de sarcasmo.
—¿Consentirme? Ja, ja... Sabes muy bien que no soy tu pequeña mimada, papá... Y creo que lo entiendes perfectamente. He tomado una decisión y no permitiré que me manipules a tu antojo.
—¿Manipularte? —exclamé, sintiendo cómo la frustración empezaba a transformarse en desesperación—. Solo deseo lo mejor para ti. Este matrimonio podría brindarte oportunidades, darte la estabilidad que necesitas.
—¿Estabilidad? —respondió ella, su voz impregnada de sarcasmo—. Preferiría casarme con un gigoló que con un paralítico.
Las palabras que pronunció fueron como baldes de agua fría, de repente, la rabia se apoderó de mí, haciendo que me sintiera un poco aturdido. Al percatarse de mi estado, mi esposa se acercó rápidamente y me tomó del brazo, preocupada por mi reacción.
—¡Cállate de una vez! —gritó enfurecida —. ¿Acaso no te das cuenta de que tu padre está lidiando con problemas de salud? ¡No quiero verte aquí! ¡Lárgate!
Con ternura, rozé mi pecho, sintiendo la carga emocional que se había acumulado en mi interior.
—Tú fuiste quien deseaba casarse con él desde el principio. Te lo advertí y te dije que no era lo mejor, pero tú no hiciste más que insistir. Me esforcé al máximo para apoyarte y para que pudieras estar a su lado... Sin embargo, desde que sufrió ese trágico accidente y ahora está en esa silla de ruedas, ahora dices que ya no lo amas.
Ella inclinó un poco la cabeza, tomando un instante para reflexionar antes de responder.
—Tú lo dijiste, papá. Eso era antes... Ahora no deseo estar junto a alguien que está destinado a permanecer en una silla de ruedas el resto de su vida. Soy joven y aún me queda mucho por vivir.
Con esas palabras, giró sobre sus talones y se marchó.
—Tranquilo, cariño —me dijo con voz suave y calmada—. Tómate un momento y respira profundamente.
Con cuidado, me ayudó a acomodarme en el sillón, tratando de hacerme sentir más cómodo.
—Tu hija va a enfurecerse conmigo, te lo aseguro —le comenté, sintiendo cómo la tensión y el peso de la situación se posaban sobre mis hombros.
Ella no dijo nada de inmediato, pero se sentó a mi lado, transmitiéndome una sensación de compañía que era reconfortante. Justo en ese instante, el teléfono sonó, rompiendo el silencio que nos rodeaba.
Con un suspiro de resignación, tomé el teléfono y atendí la llamada.
—¿Sí?
—Señor... La señorita ha regresado.
Sentí una profunda sorpresa y rápidamente me levanté de donde estaba.
—¿Cómo es eso posible? ¿Dónde se encuentran? —pregunté, con una mezcla de ansiedad e intriga en mi voz.
—Estamos saliendo del aeropuerto. Ya estamos en camino hacia allá —me respondió la persona del otro lado de la línea.
—Está bien, por favor, regresen con cuidado —le pedí, tratando de mantener la calma.
—Sí, señor —contestó con firmeza.
Después de colgar la llamada, noté que mi esposa me observaba con curiosidad, sus ojos llenos de interrogantes.
—¿Qué ha pasado? —inquirió mientras se ponía de pie, evidentemente interesada en la información que había recibido.
—Al parecer, nuestra hija ha regresado —respondí, experimentando una mezcla de alivio y alegría.
—Espera... ¿¡mi pequeña está de vuelta! ? —exclamó, visiblemente emocionada, con una sonrisa que iluminó su rostro.— Ni siquiera nos avisó que volvería; no tengo nada preparado para recibirla —agregó con nerviosismo.
—Tranquila, querida; estoy tan emocionado como tú. Esto es inesperado, pero es una noticia positiva en medio de este caos.
de la que ocurrirá con esta historia