El nuevo Capo de la Camorra ha quedado viudo y no tiene intención de hacerse cargo de su hija, ya que su mayor ambición es conquistar el territorio de La Cosa Nostra. Por eso contrata una niñera para desligarse de la pequeña que solo estorba en sus planes. Lo que él no sabe es que la dulzura de su nueva niñera tiene el poder de derretir hasta el corazón más frío, el de sus enemigos e incluso el suyo.
NovelToon tiene autorización de Yesenia Stefany Bello González para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
El amigo
Sofía
–¿Y este quién es?
Antes de que el imbécil me responda, el otro tipo se acerca y coge mi mano ensangrentada, aún con guantes.
–Dante Messina, estoy a sus órdenes –dice besando el dorso de mi mano, insisto sin importarle la sangre. Sé que son hombres de la mafia, pero aun así, ¡qué asco!
–Sofía Palermo –devuelvo–. Niñera de Mía.
–Mi amigo, no sabía que habías bautizado a tu hija.
–No lo hice –masculla el Capo, sin dejar de ver mi mano que sigue atrapada en la enorme mano de Dante.
Sé que soy pequeña, pero estos hombres son unos gigantes.
El llanto de Mía me da la excusa para separarme de estos titanes. Me deshago de los guantes y lavo mis manos antes de ver qué necesita la pequeñita.
Ya a su lado acaricio su mejilla y le hablo con palabras dulces hasta que deja de llorar. Como falta una hora para su comida, y se tomó todo su biberón, debe necesitar un cambio de pañal.
Busco lo que necesito y coloco una manta protectora bajo ella, ya que aprendí que a veces es mala idea cambiarla sobre su cuna.
Comienzo a cambiarle su pañal tarareando para que se concentre en mi voz y no en la incomodidad del frescor de la toalla húmeda sobre su piel.
–Lo haces muy bien –dice Dante, observando a la pequeña–. Es una niña preciosa. Felicitaciones, mi amigo.
Me giro para ver al Capo afirmado en una de las paredes que está más alejada de la cuna y de su hija.
–Si tú lo dices –responde cortante.
Mi corazón duele por Mía. ¿Cómo no puede ver lo especial que es esta hermosa muñequita?
Furiosa, termino de cambiar el pañal. Cojo a Mía en brazos y camino hacia él.
–Eres un idiota –espeto pasándole a su hija–. Tengo que prepararle el biberón.
–¡Es tu trabajo! –dice cogiéndola como si fuera una bolsa de basura, alejándola lo más posible de su cuerpo.
–¡Es el tuyo también! –devuelvo y salgo hecha una furia.
–Amigo, así me gustan las mujeres, con carácter. –Escucho que dice Dante, pero lo ignoro y bajo a la cocina.
Mientras preparo la leche a Mía, espero que ésta le vomite encima al imbécil. Pero también espero que él la mire tan solo unos segundos sin ese gesto de asco en su estúpida cara y se enamore de ella.
Me duele el corazón al saber que Mía no tiene a nadie en el mundo que la ame, a excepción de mí, pero soy solo su niñera. Basta una pataleta del energúmeno y estoy fuera.
Mientras la leche se enfría recojo los trozos de vidrios y quito los pequeños trocitos que saltaron en la piel de mis piernas y pies.
Tomo una toalla de papel y la mojo un poco con agua tibia. Luego subo mi pie a una de las sillas que rodean la isla y limpio cuidadosamente mientras pienso en lo que pasó hace unos minutos en este mismo lugar.
Estuve cerca de dejarme llevar por ese calor que sentí. Poderoso. Abrumador. Tanto, que volvió mi cerebro papilla, no podía pensar ni razonar ni… Maldita sea, no podía negarme a nada.
Fue aterrador, devastador, y maravilloso, acepto a regañadientes.
Por suerte mi cerebro reaccionó en cuánto supo que se trataba del papá de Mía, y sé que nunca estaría con un hombre así, ni aunque fuera el único hombre del mundo.
Aunque no debo negar que es atractivo. Quizá demasiado. Es alto, tiene un cabello castaño desordenado y sexy, y unos ojos verde claro como los de su hija. Tan preciosos. Además, tiene una fuerte mandíbula, nariz alargada, rasgos que cualquier artista quisiera retratar. Y su cuerpo… me obligo a dejar de pensar en él en cuanto recuerdo su duro cuerpo contra el mío.
–Un dólar por tus pensamientos –dice Dante, sobresaltándome de tal manera, que por la posición de mi cuerpo, comienzo a caer hacia atrás, pero por suerte alcanza a sostenerme–. Te tengo, preciosa.
–¿Mía?
–Con su orgulloso padre –responde con ironía.
Me apresuro en coger el biberón, pero antes de poder avanzar, Dante se interpone en mi camino con una sonrisa enorme y unos ojos grises risueños.
–Dime, ¿qué tendría que hacer para tenerte? –pregunta.
Decido hacerme la tonta. Ya tuve más que suficiente de testosterona por un día.
–¿Tienes hijos? –pregunto con una sonrisa.
–No, pero podría conseguirme un niño si eso te lleva a mi casa.
Aunque sus palabras son algo irrespetuosas, la diversión en sus ojos me dice que está jugando.
–Mis servicios son caros.
–Oh, cielo, créeme que podría pagar lo que pidas.
Me rio. –Sí sabes que solo estoy entrenada para darte biberón y cambiarte pañales, ¿verdad?
–Y darme un baño de tina –agrega guiñándome un ojo–. Estoy seguro que harías un mejor trabajo que yo limpiándome.
–Eso seguro –devuelvo antes de reírme–. Pero no creo que sea el trabajo adecuado para una mujer de diecinueve años –molesto.
–Diecinueve años y andas ofreciéndote como una puta –dice el imbécil a mi espalda, haciéndome saltar–. ¿Qué diría tu padre si te escuchara?
Me giro para responder y lo primero que hago es quitarle a Mía, ya que solo la sostenía desde la ropa, boca abajo. Maldito insensible.
–Si soy o no una puta es mi maldito problema, y no vuelvas a mencionar a mi padre o no respondo –siseo.
–Estás cuidando a una niña, claro que me importa qué clase de mujer eres.
–La clase que nunca conocerás –devuelvo.
–¿Quieres apostar? –pregunta con ojos oscuros, furiosos y hambrientos.
–Amigo, estábamos bromeando.
–Tú cállate, luego hablaré contigo. No me gusta que bromees con la servidumbre de mi casa. Con las personas que me pertenecen.
Me rio. –No le pertenezco a nadie.
–Soy tu Capo.
–¿Sí? Pues díselo a alguien que le importe. –Me coge furioso del brazo–. Suéltame o te demandaré por acoso y abuso laboral –ladro.
Nadie puede tocarme sin mi consentimiento, ni siquiera él. Papá siempre me enseñó a proteger mi cuerpo y mi mente.
–Inténtalo, no llegarás viva a ninguna parte.
–Deja tus amenazas para los soldados de La Cosa Nostra, apuesto que tendrás más suerte con ellos –digo soltándome de su agarre y sonriéndole con malicia–. Ha sido un gusto, Dante. Llámame si encuentras un niño alguna vez.
–Lo haré –devuelve con humor mirando a su amigo.
–Pero qué … –comienza a gruñir, pero me alejo sin dejarlo terminar lo que quería decir.
Ya tuve demasiada diversión por un día. Debo volver al trabajo.