Laura Díaz y Felipe Núñez parecen tenerlo todo: un matrimonio de cinco años, la riqueza y el prestigio que él ha construido como empresario. A los ojos de todos, son la pareja perfecta. Sin embargo, detrás de la fachada, su amor se tambalea. La incapacidad de Laura para quedar embarazada ha creado una fisura en su relación.
Felipe le asegura que no hay nada de qué preocuparse, que su sueño de ser padres se hará realidad. Pero mientras sus palabras intentan calmar, la tensión crece. El silencio de una cuna vacía amenaza con convertirse en el eco que destruya su matrimonio, revelando si su amor es tan sólido como creían o si solo era parte del perfecto decorado que han construido.
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Capitulo IX Matrimonio o Circo
Punto de vista de Damián
El primer paso de mi plan estaba en marcha. Laura se convertiría en mi esposa, una noticia que el mundo vería a través de las redes sociales. La ceremonia sería privada, solo una firma, pero una vez que el certificado estuviera en mis manos, se convertiría en la noticia más grande del año. El mundo sabría que la exesposa del poderoso Felipe Núñez era ahora la mujer de Damián Miller.
No me importaban las cámaras ni los reporteros. Lo único que me interesaba era el impacto que esta noticia tendría en la familia Núñez. Quería ver la humillación en la cara de Felipe, de su padre y de todos los que, en su momento, humillaron a Laura. Sería la humillación pública que ellos mismos merecían.
Laura aceptó mi propuesta sin dudar. No porque me amara, sino porque sabía que yo era su única salida. El destino de su familia, la salud de su padre, todo dependía de mí. Con esa mirada llena de tristeza, estaba dispuesta a sacrificar su libertad por ellos.
Y en medio de todo esto, una extraña sensación me invadió. Había algo en ella, en su forma de mirar, de hablar. Me sentí atraído por su vulnerabilidad y su fuerza. Sin darme cuenta, mi trofeo estaba empezando a convertirse en algo más.
Fui a su habitación. No había tiempo que perder. Toqué la puerta, con la leve sospecha de que podría haberse arrepentido, pero se abrió, revelando a una mujer de una belleza extrema. Aunque la tristeza llenaba sus ojos, su figura se veía como la de una reina.
—Te ves hermosa —dije, y mis palabras fueron sinceras.
—Gracias —respondió, y vi cómo luchaba por contener las lágrimas que amenazaban con salir.
Justo en ese momento, como un salvavidas, apareció Zoé, luciendo un hermoso vestido rosa, una verdadera princesa.
—¡Laura, te ves preciosa! ¡Pareces una princesa de cuentos de hadas! —comentó con su dulce voz. —¿Verdad, papi, que se ve hermosa?
Asentí con la cabeza. —Por supuesto. Laura se ve bellísima, al igual que tú, mi princesa.
Tomé sus manos y salimos rumbo al jardín, donde se llevaría a cabo la ceremonia. El trato había sido claro: solo nos uniríamos por el civil.
El evento fue íntimo, solo con mis padres y Alice. No podía invitar a nadie más; este lugar era un secreto para el mundo. Mi padre, Sergio, se acercó a mí, con la esperanza de persuadirme una última vez.
—Estás a tiempo de cancelar este circo.
—No hay nada que suspender, y esto no es un circo. Es mi boda con la mujer que elegí para ser mi esposa.
—Ella es la mujer del hijo de nuestro peor enemigo, ¿acaso perdiste la razón?
—Te corrijo, padre. Ella es ahora mi mujer. Si no te gusta, no vuelvas a esta casa.
No permitiría que nadie se interpusiera en mis planes.
—Prefieres defender a una mujer que acabas de conocer que a tu propio padre. Creo que te has enamorado de ella.
—Estás equivocado. No siento nada por ella. Laura es solo un peón en mi juego. Además, Zoé es feliz, y mientras eso sea así, esa mujer permanecerá a nuestro lado.
—Solo te aconsejo que tengas cuidado de no enamorarte. Es una mujer hermosa, y podrías sucumbir a sus encantos. —Mi padre se alejó, derrotado.
La ceremonia empezó. Todo salió bien. Nadie intentó interrumpir. La sonrisa de mi hija era enorme, un contraste con la de Laura, que parecía estar en un funeral. Su familia no fue invitada, ya que no había forma de explicarles por qué tenían que llegar con los ojos vendados a mi propiedad.
El juez habló sobre la santidad del matrimonio, pero sus palabras sonaban vacías en medio de la farsa. Ambos asentimos, firmamos, y un instante después, ya éramos marido y mujer. Laura se veía tan pálida que temí que se desplomara. La sujeté con firmeza por el brazo mientras mi padre, con un gesto de resignación, nos daba su bendición.
Una vez que el juez y el resto de la gente se fue, me quedé a solas con Laura. El aire se llenó de una tensión palpable. Yo tenía mi victoria, mi trofeo, pero ella se había convertido en la única persona triste y sin ánimo.
—El plan está en marcha —le dije, mi voz sonaba hueca incluso para mí.
Ella no respondió. Sus ojos estaban fijos en el horizonte, como si su alma estuviera a miles de kilómetros. Me acerqué a ella, pero no la toqué.
—Tu familia está a salvo. El dinero ha sido transferido. Y Felipe está a punto de enterarse de lo que se perdió.
En ese momento, vi una lágrima solitaria correr por su mejilla. Era una lágrima de tristeza, de alivio, de rabia. Me di cuenta de que ella no era solo un peón. Era una mujer con un alma rota, y yo, sin quererlo, me había convertido en el guardián de su dolor. Y de alguna manera, eso me hacía sentir más humano de lo que me había sentido en seis años.
—¿Ahora qué? — pregunto, sus ojos cristalizados.
—Esperar, tú obtendrás la venganza y yo obtendré algo mucho mayor. — respondí.
—No me interesa vengarme de nadie, la gente sola cae por su propio peso, con este matrimonio solo busqué ayudar a mi familia y estar cerca de Zoé.
—Como quieras, pero si en algún momento cambias de opinión solo debes decirme.
La dejé sola en el jardín y me dirigí a mi despacho, ahora solo quedaba esperar a que Felipe enloqueciera y se arrepintiera de haber dejado a su esposa, ademas tenia otra sorpresa para él una que pronto saldria a la luz.