Emma es una mujer que ha sufrido el infierno en carne viva gran parte de su vida a manos de una organización que explotaba niños, pero un día fue rescatada por un héroe. Este héroe no es como lo demás, es el líder de los Yakuza, un hombre terriblemente peligroso, pero que sin embargo, a Emma no le importa, lo ama y hará lo que sea por él, incluso si eso implica ir al infierno otra vez.
Renji es un hombre que no acepta un no como respuesta y no le tiembla la mano para impartir su castigo a los demás. Es un asesino frío y letal, que no se deja endulzar por nadie, mucho menos por una mujer.
Lo que no sabe es que todos caen ante el tipo correcto de dulce.
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Orden
Renji
–¿Terminaste? –pregunto irritado con Conor, quién no ha hecho más que gritarme desde que le contesté la llamada.
–Eres un hijo de puta sin sentimientos –sisea–. Mi mujer está furiosa contigo.
Lucho contra la tentación de colgar y dejarlo hablando solo.
–Esta es mi oficina, no tengo que trabajar con un niño molesto todo el puto día. Además, te estoy haciendo un favor.
–Eso lo tengo claro, pero nunca pensé que serías tan cruel con un niño.
–Sí, bueno, quizá lo hubieses pensado antes de mandarme a una puta guardería –devuelvo molesto–. No sabía que Emma era la asistente de Mel, y mucho menos que el mocoso que quise lanzar por la ventana era su hijo, pero eso no cambia lo que siento.
–Dylan es un niño super tranquilo –defiende al mocoso–. Se concentra en lo que hace y no molesta. Llega a ser retraído a veces, en eso se parece a ti.
–Se parece mucho a mí. Es mitad japonés.
–Sí, y está eso. Aun no he podido encontrar quién es el padre, pero cuando lo haga, juro por mis hijos, que lo mataré.
–¿Cómo va tu búsqueda de todos los que abusaron de Emma? –pregunto intrigado.
–Bien. Son muchos hijos de puta. Cientos.
–¿Cientos de enfermos abusaron de esa niña?
–No sé si todos abusaron de ella, pero si lo hicieron de los niños que les facilitaba Nowak. Emma no ha querido darme una lista, y la entiendo, recordar eso debe ser una mierda.
Miro por los ventanales a la ciudad de Nueva York, tan acelerada como siempre. Se parece a Tokio, y me hace sentir como en casa.
–Emma no ha superado lo que le pasó. La acabo de ver teniendo una crisis. Pensé que se desmayaría, no respiraba bien, y su pulso estaba muy acelerado.
–Mierda.
–El niño logró calmarla.
–¿Dónde están ahora?
–Fueron a almorzar, aunque creo que era una excusa para alejarse de mí. Alejar a su preciado niño de mí –digo mientras algo desagradable se retuerce en mi estómago. Quizá fui yo el culpable de su crisis.
–Recuérdame nunca dejarte con mis hijos –devuelve molesto–. Sé que no tienes buenos referentes, Renji, pero no puedes tratar a los hijos de otras personas como si fueran basura. Dylan es lo más importante para Emma.
Hago una muesca de asco. –No sé cómo puede amar al hijo de un enfermo que la lastimó de esa manera.
–Eso no es nuestro problema. Dylan le hace bien a Emma.
–Lo sé –digo al recordar cómo salió de la crisis cuando escuchó a su hijo llamarla–. Si necesitas ayuda para ubicar a esos hijos de puta, házmelo saber. Envíame un archivo con los datos que tengas y yo haré mi magia –agrego ansioso por poner mis manos sobre esos enfermos.
No solo se me da bien construir edificios, también soy un excelente hacker, habilidad que podría usar ahora mismo para ayudar a Conor en su cruzada.
–Lo haré. Y, por favor, deja que Dylan se quede en la oficina. Te juro que ni siquiera lo notarás.
–Lo dudo, pero no te preocupes. En Recursos Humanos me dejaron claro que Dylan está autorizado a estar aquí, aunque no me guste. Incumplir el contrato de Emma le ocasionaría a la compañía una perdida millonaria.
Conor ríe. –Mi mujer redactó su contrato. ¿No es maravillosa?
–Si tú lo dices. Debo irme –digo y cuelgo cuando escucho las voces de Emma y Dylan acercándose.
Levanto una ceja cuando veo al niño con una odiosa cajita feliz.
–¿No crees que deberías alimentarlo de mejor manera?
–Es viernes –dice Dylan mostrándome su caja, amistosamente–. Es día de papitas.
Emma sonríe y besa a su hijo antes de dejarlo en el suelo.
–¿Quieres dibujar? –le pregunta.
–Quiero armas torres –le responde antes de comenzar a jugar con sus legos.
–No deberías tomarlo en brazos, ya no es un bebé –le digo cuando se sienta en el escritorio frente a mí.
–No he pedido tu opinión. Yo decido cómo criar a mi hijo.
Me encojo de hombros. –Haz lo que quieras, pero después no quiero escuchar cómo te quejas.
–¿Por qué me quejaría contigo? –pregunta mirándome fijamente–. Tu opinión es una de las cosas que menos me importa en esta vida.
–Soy tu jefe, Emma –devuelvo molesto–. Mi opinión debería importarte si quieres conservar tu trabajo.
–¿Me estás amenazando? –pregunta enojada, no asustada como esperaba.
–Es una advertencia.
Lanza veneno a través de sus preciosos ojos verdes y luego vuelve a enfocarse en la pantalla de su computador.
–Dylan puede quedarse en la oficina –digo a modo de bandera blanca.
–Vaya, gracias –contesta despectivamente–. Tengo la autorización del Dios del Olimpo.
Tenso mi mandíbula por su falta de respeto, pero resisto la tentación de ponerla en su lugar, ha pasado por mucho hoy.
Me concentro en el trabajo, al igual que Emma lo hace. Por lo menos puedo decir que se compromete con el trabajo, al igual que yo.
*****
Cuando vuelvo a levantar la vista, el sol ya comienza a ocultarse. Miro la hora y me sorprendo gratamente al darme cuenta de que he tenido cinco horas de trabajo ininterrumpidas. Imagino que Conor tiene razón y el niño es realmente tranquilo.
Emma estira sus brazos y mueve su torso a un lado y luego hacia el otro, llamando mi atención. Mis ojos van de inmediato a sus pechos envueltos en una blusa de seda roja.
Me pateo en las bolas mentalmente cuando me doy cuenta de lo que estaba haciendo. Conor me cortaría la polla si supiera que miré a su niña protegida de la manera en que lo hice.
Emma se levanta y se inclina al lado de su hijo, quien empieza a decirle todo lo que hizo.
El niño explica con entusiasmo cómo creó todas las torres, detallando cada proceso y técnica que usó en cada una de ellas, mientras su madre lo escucha atentamente y le hace preguntas.
Un recuerdo amargo de mi infancia decide este momento para colarse.
Estoy sentado en el suelo armando edificios, como Dylan lo estaba haciendo hace unos minutos. Mis padres entran a la sala y corro hacia ellos para contarles todo lo que hice.
Mi papá cómo siempre lo hacía, me gritaba un insulto y luego decía que parecía una niña jugando con muñecas todo el día. Pero yo no hacía eso, no jugaba con muñecas, jugaba con bloques y construía cosas.
Luego caminé hacia mi mamá, esperando que ella pudiera ofrecerme consuelo, pero me dio una bofetada, que juro, todavía puedo sentir en mi rostro, y luego me obligó a deshacerme de mis bloques.
Mis preciados bloques.
Tenía la misma edad de Dylan, y ni siquiera entonces mis padres pudieron mostrarme afecto, imagino que no es sorprendente, que luego, cuando crecí, su desprecio por mí aumentó.
–¡Eres el mejor arquitecto de este mundo! –dice Emma, volviéndome al ahora–. Mamá está tan orgullosa de ti, cariño –agrega mientras lo vuelve a tomar en brazos y besa su mejilla.
El niño resplandece ante el amor que le da su madre, como una flor recibiendo el primer rocío de la mañana.
Es una imagen que me provoca un sabor amargo en la boca.
–Mami, tengo que recoger mis legos –le dice y Emma lo deja en el suelo.
El niño comienza a desarmar sus preciadas torres y luego clasifica los legos en colores y tamaños antes de finalmente guardarlos en dos maletas plásticas que tiene a su lado.
Apago el notebook y ordeno mi escritorio, dejando todo perfectamente acomodado. Supongo que al niño y a mí nos gusta el orden.
Ordeno los lápices, dejándolos perfectamente alineados. Cuando levanto la mirada Emma está mirándome, pálida de nuevo.
–¿Estás bien? –pregunto asustado de que pueda perder su cabeza de nuevo.
Asiente rápidamente y apura a su hijo, quien corre a su lado, después de haber dejado las maletas perfectamente ordenadas en uno de los muebles. Le entrega el sweater a su madre, quién se apresura a ponérselo.
Emma sale sin darme una mirada, pero su hijo se detiene y voltea a verme con una sonrisa.
–Que tenga un buen día, señor –dice antes de seguir su camino, dejándome impresionado. Al parecer no guarda rencor en mi contra, cosa que no puedo decir de su bella madre.
Cuando se van camino hacia el mueble y abro una de las maletas de Dylan. Tomo un lego en mi mano y siento ese cosquilleo por crear algo, pero lo contengo y vuelvo a dejarlo en la maleta, preocupándome de dejarlo tal cuál él lo dejó.
Apago las luces y salgo de la oficina. Para ser el primer día no fue tan mal como lo esperaba. Le daré una oportunidad a Dylan. Creo que lo juzgué muy precipitadamente, como mis padres lo hacían conmigo, y él no merecía eso.
Supongo que yo tampoco lo merecía.