Ella siempre supo que no encajaba en esa mansión. No era querida, no era esperada, y cada día se lo recordaban. Criada entre lujos que no le pertenecían, sobrevivió a las humillaciones de su madre y a la indiferencia de su hermanastra. Pero nada la preparó para el día en que su madre decidió venderla… como si fuera una propiedad más. Él no creía en el amor. Sólo en el control, el poder y los acuerdos. Hasta que la compró. Por capricho. Por venganza. O tal vez por algo que ni él mismo entendía. Ahora ella pertenece a él. Y él… jamás permitirá que escape.
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El amante
Capítulo 7
Thalía apenas terminaba de quitarse los zapatos cuando escuchó la puerta principal cerrarse con fuerza. Un portazo. Instintivamente bajó las escaleras, con el corazón encogiéndose. Adrián estaba ahí, borracho, con la chaqueta medio caída y los ojos nublados por algo más que alcohol.
—¿Dónde está Amelia? —preguntó ella de inmediato, sin acercarse.
—Con mi madre —respondió él, secamente—. No podía tenerla aquí… mientras tú andas por ahí dando espectáculos con tu amiguito.
Thalía frunció el ceño.
—¿Qué estás diciendo?
Adrián se acercó, tambaleándose, pero con la mirada clavada en ella.
—Estoy diciendo —escupió, arrastrando las palabras— que no puedes andar revolcándote con cualquier idiota mientras llevas mi apellido.
—¡Aún no me he casado contigo! —exclamó ella, indignada— Y aunque así fuera, tú no me respetas. ¿Desde cuándo te importa lo que hago?
—Desde que eres una Muñoz —replicó él, apretando la mandíbula—. Desde que te convertiste en mi responsabilidad.
Ella soltó una carcajada amarga.
—¿Tu responsabilidad? ¿Eso soy para ti? ¿Un objeto más del que puedes disponer como quieras?
Adrián la miró en silencio por unos segundos… luego caminó hacia ella con pasos lentos, tensos. Thalía retrocedió instintivamente, pero él fue más rápido.
La acorraló contra la pared. Su cuerpo, su aliento cargado de alcohol, lo sintió demasiado cerca. Sus manos se apoyaron a los lados de su cabeza, impidiéndole moverse.
—¿Sabes qué es lo peor? —murmuró él, en un tono bajo, rasposo— Que tú te haces la santa, la buena, pero en el fondo… estás esperando que te mire como a una de esas mujeres. Que te toque. Que te desee.
—Estás borracho —susurró ella, sin poder moverse.
—No me hagas hablar de lo que quieres, Thalía… porque puede que lo obtengas.
La mano de Adrián bajó, rozando su cintura. Thalía intentó empujarlo, con fuerza. Él solo la sostuvo más firme. Durante un instante, sus labios estuvieron cerca de su cuello, y la respiración de ambos era rápida, descontrolada.
Pero justo cuando parecía que cruzaría la línea, Adrián se congeló.
Como si se hubiera dado cuenta de lo que estaba haciendo. Como si el abismo al que se estaba asomando fuera más oscuro de lo que esperaba.
Soltó su brazo y retrocedió, dándose vuelta rápidamente.
—Vete —dijo con la voz rota—. Vete, Thalía. Antes de que cometa una estupidez más grande que todas las que ya he hecho.
Ella no esperó otra palabra. Salió corriendo, con el corazón desbocado, las lágrimas cayendo sin control. Sus dedos apretaban el celular como si fuera un salvavidas. Finalmente, con manos temblorosas, marcó.
—¿Thalía? —la voz de Joshua sonó al segundo tono—. ¿Estás bien?
Ella tardó unos segundos en responder.
—¿Puedes venir por mí?
—Claro que sí. ¿Dónde estás?
Pasaron menos de quince minutos. Joshua llegó con el auto a toda velocidad, estacionando justo frente a la banca. Se bajó sin apagar el motor y corrió hacia ella.
—Thalía… —se agachó frente a ella, tomándole el rostro entre las manos—. ¿Qué pasó? ¿Estás herida?
—No… —susurró, bajando la mirada—. Solo… no podía quedarme ahí.
Joshua la observó en silencio. Luego se quitó la chaqueta y la envolvió con ella.
—Vamos. Te llevo a donde tú quieras, aunque sea al fin del mundo.
Ella no dijo nada, solo asintió y se dejó guiar hasta el auto. En el camino, Joshua no la presionó. Solo puso música suave y le lanzó miradas discretas cada tanto.
Cuando se detuvieron frente a su departamento, él apagó el motor y se giró hacia ella.
—No voy a hacer preguntas —dijo con seriedad—. Pero si alguna vez necesitas hablar, gritar o incluso romper cosas… yo estoy.
Thalía lo miró, con los ojos enrojecidos. Permitió que una lágrima cayera sin miedo.
—Gracias, Joshua.
—No tienes que agradecerme por cuidarte —respondió él, rozando su mano con delicadeza—. Siempre lo haré.
Thalía se quedó mirándolo unos segundos. La dulzura en sus ojos, la calidez de su gesto… y por un momento, le dieron ganas de quedarse ahí, de huir de todo lo demás.
Pero no podía. No aún.
—Solo… ¿puedo quedarme esta noche aquí?
—Claro. Mi casa es tuya.
A la mañana siguiente, el sol entraba tímidamente por la ventana del departamento de Joshua, proyectando líneas cálidas sobre el sofá donde Thalía se había quedado dormida. Despertó con una manta sobre ella y el vago olor a café flotando en el aire.
Joshua apareció desde la cocina, con una taza entre las manos. Tenía el cabello algo desordenado y los ojos cansados, pero le sonrió apenas la vio abrir los ojos.
—Te preparé café —dijo con voz suave, como si temiera romperme con solo hablar—. Y también tostadas, por si tenías hambre.
Thalía se incorporó lentamente.
—Gracias… por todo.
Joshua caminó hasta ella y le ofreció la taza. Cuando sus dedos se rozaron, Thalía sintió una chispa.
—No tienes que darme las gracias —repitió él, mirándola con esa ternura tan desarmante—. Pero sí me gustaría que dejaras de disculparte por existir. Ya es suficiente con lo que has aguantado.
Thalía bajó la mirada, sosteniendo la taza con ambas manos.
—No es tan fácil. Llevo años sintiéndome como una sombra en una casa en donde nunca me quisieron. Y ahora… estoy por casarme con un hombre que me recuerda todos los días que no soy suficiente. Ni siquiera me ve.
Joshua apretó los labios, como si le costara contener lo que quería decir.
—Thalía… mírame.
Ella alzó el rostro.
—Tú eres más que suficiente —dijo con fuerza—. Eres valiente, inteligente, dulce. Y sí, has pasado por mucha mierda tu sola. Pero sigues aquí. De pie. Y eso te hace más fuerte que cualquiera de los que te hicieron daño.
Hubo un silencio cargado entre los dos. La intensidad en sus ojos era casi insoportable.
—¿Por qué estás haciendo todo esto por mí? —preguntó Thalía en voz baja.
Joshua se acercó un poco más, hasta sentarse en el borde del sofá frente a ella. Sus rostros estaban peligrosamente cerca.
—Porque nunca te olvidé —admitió—. Y porque no podría perdonarme si te vuelves a romper frente a mí y no hago nada.
El corazón de Thalía latía tan fuerte que temía que él lo escuchara.
—No estoy lista, Joshua —susurró, como si le doliera decirlo.
—Lo sé —dijo él con una sonrisa triste—. No te estoy pidiendo nada. Solo… déjame estar. Hasta que puedas respirar sin dolor. Hasta que puedas recordar quién eras antes de que ellos te hicieran creer que eras invisible.
Thalía tragó saliva. Quiso abrazarlo. Quiso llorar. Pero en vez de eso, solo apoyó su frente en la de él, cerrando los ojos.
Tiago ya eres grande para dejarte envolver como niño creo q los padres q te dio la vida te han enseñado valores ojalá no te corrompas con esa persona q dice ser tu padre , Thalía y Joshua hicieron mal al no decirte la verdad por cuidar tu ntegidad , ahora quien sabe lo. Q te espera al lado de este demonio