Patricia Álvarez siempre ha creído que con trabajo duro y esfuerzo podría darle a su madre la vida digna que tanto merece. Esta joven soñadora y la hija menor más responsable de su familia no se imaginaba que un encuentro inesperado con un hombre misterioso, tan diferente a ella, pondría su mundo de cabeza. Lo que comienza como un simple encuentro se convierte en un laberinto de secretos que la llevará a un mundo que jamás imaginó.
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El enfrentamiento
Punto de vista de Patricia
Cuando vi la clínica a donde Alejandro había traído a mi madre me sentí perdida. Este lugar era carísimo y ni en dos vidas, con mi sueldo de mesera, podría pagarlo. Una leve sensación de mareo se apoderó de mí, mientras el miedo se calaba hasta mis huesos. Sabía que esto no sería gratis y que él se cobraría de alguna manera, pero ¿qué más podía darle si mi cuerpo ya había sido suyo?
Por otro lado, estaban Alicia y Richard, esos dos no se cansaban de molestar. Entiendo que mi hermana estuviera en este lugar, ya que, al final de cuentas, Miranda también es su madre, pero ¿cuál era el afán de que ese hombre anduviera rondando cerca de mí?
Al llegar a la sala de espera me senté en una de las sillas, pero inmediatamente Alejandro se acercó.
—Vamos a una sala privada, ahí puedes descansar mejor —dijo, tendiéndome la mano.
—No es necesario, aquí me informarán directamente qué está pasando con mi madre.
—Por eso no te preocupes, los médicos tienen instrucciones de darte información solo a ti, así que te buscarán donde estés.
Estaba sorprendida con el poder que tenía Alejandro. Sabía que la familia de Daniela era muy influyente, pero nunca imaginé que a este nivel. Para no hacerle un desprecio, tomé su mano y caminé con él por un pasillo que llevaba a unas habitaciones privadas. Él abrió una de las puertas para mí, como todo un caballero. En el pequeño espacio había una cama de una plaza y un sillón. Era el lugar perfecto para que dos personas descansaran.
—Recuéstate un rato, necesitas descansar —me dijo.
—Prefiero el sillón, no quiero dormir hasta saber de mi madre.
—Necesitas tener fuerzas para cuando ella salga de cirugía. Sabes que es una operación larga y no te hace bien hacerte la fuerte.
Alejandro me guio hasta la cama, ayudándome a subir. Estar tan cerca de él me daba una tranquilidad que no sabía cómo explicar.
Después de acostarme, sentí cómo él se acostaba a mi lado. Me sorprendió su acción, pero no me atreví a mover ni un músculo.
—Relájate, no pienso hacerte nada —Su voz ronca llegó a mis oídos, haciéndome estremecer.
—Tu cuerpo sabe quién soy y no me rechaza —comentó con descaro.
Me mantuve en silencio hasta que me quedé dormida entre sus brazos. Al final, él tenía razón y necesitaba descansar.
En medio de mi sueño, imágenes de las últimas horas llegaron a mi mente, haciendo que mi descanso se volviera una pesadilla. Desperté de repente con la respiración agitada y los ojos llenos de lágrimas. Alejandro se sentó rápidamente en la cama. En su cara se dibujaba la preocupación, pero con un toque de frialdad.
—¿Estás bien? ¿Qué tienes? —me preguntó.
—No es nada —dije entre sollozos.
—Debes aprender a confiar en mí, ahora eres mi pareja y quiero estar siempre para apoyarte.
Sonreí ante sus palabras y no porque me sintiera feliz, sino porque él nunca me había pedido ser algo de él.
Estaba por contestar cuando alguien llamó a la puerta. Me levanté rápidamente y fui a abrir. Me encontré de frente a Richard.
—¿Qué haces aquí con ese hombre? —preguntó reclamando.
Lo miré con enojo. —Déjame en paz. Lárgate de aquí o busca a mi hermana y los dos se van al infierno, pero ya deja de perseguirme.
Esta vez perdí el control. Yo solo quería unos minutos de paz, sin embargo, el imbécil de Richard arruinó eso.
Una sonrisa amarga se dibujo de la boca de Richard.
—¿Crees que puedes esconderte de mí? —dijo, dando un paso hacia adelante. —Tú me decepcionaste, te metiste con ese hombre que es mucho mayor que tú y lo peor fue que te hiciste la víctima cuando paso lo que pasó con tu hermana, y me vas a pagar por ello. Por mucho que te escondas con tu sugar daddy, no vas a escapar de mí.
La última frase me dolió más de lo que quise admitir. El rostro de Richard se endureció, mientras su mirada se desviaba hacia el interior de la habitación, encontrándose con la figura de Alejandro que permanecía en silencio.
—No tengo que pagar nada, ni a ti ni a nadie —respondí, sintiendo cómo la furia crecía en mi pecho. —¡Ya te dije que me dejes en paz!
—¿Y si no quiero? —Richard me sonrió con burla. —Parece que tienes a un protector, pero no olvides que eres una mesera. La familia de este hombre tiene mucho poder, ¿crees que te aceptarán? Eres la amante, la segunda opción de un hombre de su calibre, o peor, solo un simple juguete.
Sentí que mi corazón se encogía. Las palabras de Richard eran veneno, y aunque no me había detenido a pensarlo, sabía que tenía razón. Las lágrimas se arremolinaron en mis ojos, nublando mi visión.
—No vuelvas a hablarle de esa manera —La voz de Alejandro resonó en el pasillo, cortante y fría.
La sonrisa desafiante de Richard se desvaneció al ver a Alejandro acercarse. A pesar de que Richard era un hombre grande, la sola presencia de Alejandro lo hacía parecer pequeño. La frialdad en la cara de Alejandro era algo que nunca antes había visto.
—Alejandro, no te metas en esto. Esto es entre Patricia y yo.
—No, esto es entre tú y yo, Richard —Alejandro se paró a mi lado, poniendo una mano en mi espalda, como si me protegiera. —Te he tolerado por demasiado tiempo. Has acosado a mi pareja, has entrado en una clínica que está bajo mi control y, lo más importante, la has hecho llorar. Ahora, largo de aquí antes de que me arrepienta de haberte dejado ir la primera vez.
Richard tragó saliva, su postura de arrogancia se había desvanecido por completo. La rabia que brotaba de Alejandro era casi tangible.
—No... no tienes derecho a...
—¡Cierra la boca! —Alejandro lo interrumpió con un rugido que hizo eco en el pasillo. —No me provoques, Richard. La única razón por la que sigues respirando es porque no me has dado un motivo para detenerte, pero te advierto que mi paciencia tiene un límite.
La mirada de Alejandro se endureció, haciendo que Richard diera un paso atrás, con el rostro pálido.
—No te atrevas a volver a acercarte a ella. No quiero volverte a ver. ¿Entendido?
Richard asintió, mudo de pavor. Sin decir una palabra más, se dio la vuelta y se marchó con la cola entre las piernas, desapareciendo por el pasillo.
Cuando la figura de Richard se perdió de vista, Alejandro se volteó hacia mí. Su semblante, que minutos antes estaba lleno de furia, se suavizó en un instante. Sus manos tomaron mi rostro y limpiaron mis lágrimas con sus pulgares.
—No le creas ni una palabra —dijo con voz suave. —Yo no tengo juguetes, Patricia. Y no soy un sugar daddy.
Me quedé en silencio, aún con el corazón en un puño. ¿Acaso él estaba defendiéndome? ¿Podría ser que no le importaran lo que pensaran los demás?
Alejandro me abrazó con fuerza y me susurró al oído. —Volvamos a descansar, no quiero que te vayas a enfermar.
Que buena está la novela