La historia de los Moretti es una de pasión, drama y romance. Alessandro Moretti, el patriarca de la familia, siempre ha sido conocido por su carisma y su capacidad para atraer a las mujeres. Sin embargo, su verdadero karma no fue encontrar a una fiera indomable, sino tener dos hijos que heredaron sus genes promiscuos y su belleza innata.
Emilio Moretti, el hijo mayor de Alessandro, es el actual CEO de la compañía automotriz Moretti. A pesar de su éxito y su atractivo, Emilio ha estado huyendo de las relaciones estables y los compromisos serios con mujeres. Al igual que su padre, disfruta de aprovechar cada oportunidad que se le presenta de disfrutar de una guapa mujer.
Pero todo cambia cuando conoce a una colombiana llamada Susana. Susana es una mujer indiferente, rebelde e ingobernable que atrapa a Emilio con su personalidad única. A pesar de sus intentos de resistir, Emilio se encuentra cada vez más atraído por Susana y su forma de ser.
¿Podrá Emilio atrapar a la bella caleña?.
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No es mi tipo...
Después de brindar con una copa de vino por la alianza lograda entre la empresa de diseño gráfico colombiana y la compañía automotriz Moretti, los italianos se despidieron cortésmente y salieron de las instalaciones.
Subieron al elegante automóvil que habían rentado para movilizarse por la ciudad. Era un modelo de lujo color gris acero, con detalles cromados y un interior tan impecable como confortable. Emilio tomó el volante y Alessandro se acomodó en el asiento del copiloto.
—Hijo, ahora que no está presente la caleña ni su jefe… —dijo Alessandro con una ceja arqueada—, ¿me dirás qué te pareció el proyecto?
Emilio lo miró de reojo y soltó una sonrisa ladeada.
—A ti no se te escapa nada. Me pareces cada vez más al abuelo Leonardo.
El galán de canas bien cuidadas y cuerpo atlético, a pesar de sus décadas vividas, sonrió con orgullo.
—Ni modo, hijo, lo heredé de él. De hecho, si por alguna casualidad él llegara a conocer a la colombiana, seguro te haría casarte con ella… por contrato.
—Eso no lo digas ni en broma —bufó Emilio—. No quiero que ni él, ni mamá, y mucho menos tú, interfieran jamás en una decisión tan importante como el matrimonio. Ya viste lo que pasó contigo y la señora Luciana… No quiero repetir esa historia. Además, tampoco me gustaría casarme con esa parlanchina. Como esposa debe ser una cobra… de esas letales.
Alessandro soltó una carcajada profunda, casi genuina.
—Es la primera vez que escucho a mi primogénito hablar así de una dama. Eso solo corrobora mi hipótesis: la colombiana te tiene impactado.
—Por supuesto, padre. A nivel profesional es brillante. Ese proyecto es simplemente una joya. Ni siquiera a mí, que tengo fama de crear ideas descabelladas, se me hubiera ocurrido algo así. La parlanchina resultó ser una empresaria audaz y ambiciosa. Lo que me desconcierta un poco es lo distinta que fue su personalidad empresarial comparada con la que mostró en el gastrobar.
—Eso es porque ella tiene claro, al igual que tú, que la vida profesional no se mezcla con la personal. Es una distinción muy inteligente y saludable —opinó Alessandro con convicción.
—¿Crees que esta noche nos deje ver un poco más de cómo es fuera de la oficina?
Alessandro sonrió. Conocía a su hijo mejor que nadie. Sabía que estaba cautivado por la caleña, aunque su ego de macho alfa no le permitiría admitirlo tan fácilmente.
—Puede ser… todo depende de qué tan bien la trates esta noche.
—Padre, no te hagas ilusiones. La colombiana no es mi tipo. No me gustan las mujeres que quieren tener el control. Las prefiero más dóciles.
—Te veré dominado por una más pronto de lo que te imaginas —advirtió Alessandro con picardía.
—Ya lo veremos, padre… ya lo veremos —fue todo lo que Emilio respondió, girando el volante hacia el centro de la ciudad.
Las principales avenidas de Cali se habían transformado en la pasarela de los autos clásicos y antiguos. Una alfombra de luces cálidas iluminaba el recorrido, y el cielo despejado dejaba ver una luna redonda y brillante. Familias, parejas y aficionados del mundo motor se apostaban a ambos lados de la calle, aplaudiendo y comentando cada carro que hacía su entrada triunfal.
Los Moretti llegaron antes que los anfitriones. Esta vez vestían ropa sport: pantalones de lino, camisas claras con mangas remangadas y mocasines elegantes. Se veían más relajados, aunque Emilio mantenía su mirada aguda e inquisitiva.
Revisó el lugar con los ojos, con más interés del que pretendía mostrar. En realidad, buscaba a la rebelde empresaria.
La encontró en cuestión de segundos.
Susana llegaba acompañada de Thiago. Caminaban uno al lado del otro, sonriendo con complicidad. La risa de ella era suave, y la forma en que tocaba el brazo del CEO colombiano hizo que a Emilio le molestara algo que ni siquiera podía nombrar.
—Buenas noches, caballeros —saludó Thiago al llegar frente a ellos—. Disculpen la tardanza. Aquí la señorita Montero tiene la costumbre de averiar su reloj, y me hizo esperar más de la cuenta. Aunque, debo admitir, la espera valió la pena… se ve aún más linda que de costumbre.
Emilio apretó la mandíbula y, al saludar de mano a Thiago, lo hizo con demasiada fuerza, marcando un gesto pasivo-agresivo que no pasó desapercibido.
—Encantador como siempre, Thiago —dijo con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
El desfile comenzó al ritmo de música instrumental, y una voz animada describía cada auto: su historia, su modelo y país de origen. Carros Ford de los años treinta, Cadillacs de los cincuenta, Chevrolets restaurados hasta el mínimo detalle... un verdadero deleite visual y nostálgico.
Pero Emilio apenas los notaba.
Susana, en cambio, se movía con ligereza, vestida con un pantalón palazzo blanco de tiro alto, una blusa de seda azul marino anudada a la cintura y sandalias doradas. Había dejado su cabello suelto y rizado, lo que le daba un aire más fresco y natural.
Lo que sorprendió al italiano fue su conocimiento. Comentaba con soltura sobre los modelos, hablaba de la evolución de los motores, del diseño de las carrocerías, y hasta comparaba estilos europeos con latinoamericanos. Alessandro no ocultaba su sorpresa y satisfacción, disfrutando cada interacción.
—Impresionante —dijo en voz baja su padre, volviéndose hacia Emilio—. ¿Seguro que no es tu tipo?
El joven italiano no respondió. Solo miraba a Susana, quien en ese momento reía con un empresario local, completamente ajena a la tormenta que se gestaba en el corazón del italiano.
Una noche interesante estaba a punto de comenzar... y la tensión entre ellos estaba a punto de encender algo más que autos antiguos.
—Es interesante este desfile —comentó Emilio, acercándose con paso firme a Susana—. Me habían hablado maravillas de esta feria, pero es la primera vez que puedo participar en un evento como este. Gracias por la invitación.
Lo dijo mientras lanzaba una mirada fulminante al empresario local que conversaba animadamente con la caleña, con un interés más personal que profesional. La intención del italiano era clara: espantar al entusiasta interlocutor y adueñarse del espacio a su lado.
—A mí no es a quien debería agradecer —respondió Susana con una sonrisa diplomática, sin corresponder al entusiasmo de Emilio—. Si por mí fuera, jamás lo hubiera invitado a un evento como este.
—¿No me diga que está ofendida porque no me convenció del todo su proyecto? —replicó él con una ceja alzada, mirándola con ese tono de desafío que se le daba tan bien.
—Por supuesto que no. Es natural que haya diferencias de opinión —contestó ella, manteniendo la compostura—. Lo que realmente me incomoda es su actitud de “Dios del Olimpo”. Con solo verlo, sé que es de esos “juniors” que están acostumbrados a que les rindan honores por todo, incluso cuando no lo merecen.
Emilio soltó una risa breve, cargada de ironía.
—No me diga que es una mujer resentida con los hombres que tenemos más posibilidades… y dinero —contraatacó con burla, ladeando la cabeza y clavando en ella una mirada provocadora.
—Claro que no. De hecho, tengo amigos millonarios que son grandes seres humanos, y a quienes su chequera no les ha quitado la humildad ni los buenos modales. —Lo miró con una mezcla de frialdad y elegancia—. Algo de lo que usted, evidentemente, carece. Si me disculpa… —añadió con suavidad cortante—, iré a saludar a mi padre que acaba de llegar.
Emilio se quedó en silencio, con el ego rozado y un extraño sabor amargo en la boca. ¿Qué rayos tenía esa mujer que lo descolocaba con tanta facilidad? Sus palabras eran filosas, pero jamás perdía la compostura. No se intimidaba, no se achicaba… y eso, lejos de molestarle, comenzaba a fascinarlo.
Desde su posición, observó cómo Susana se acercaba con energía a un hombre maduro que acababa de llegar junto a una dama elegante. El abrazo fue cálido y emotivo. Él tenía una edad similar a la de Alessandro, y como el italiano, conservaba un aire vigoroso, elegante, de galán veterano al que los años solo habían perfeccionado.
Emilio los contempló con atención. La forma en que la caleña se fundía en ese abrazo paternal le recordó a su hermana Analía. Esa mujer que, con una sonrisa, un puchero bien medido y unos cuantos besos manipuladores, lograba conseguir de su padre lo que se proponía.
—Ven, papi —dijo Susana con entusiasmo mientras tomaba del brazo a su padre—. Te voy a presentar al señor Alessandro Moretti, uno de los grandes hombres en la industria automotriz de Italia… y del mundo.
Acompañada también por su madre, Susana caminó con pasos seguros hacia donde estaban Alessandro y Emilio. Su actitud era impecable, mezcla de orgullo y respeto familiar.
—Señor Alessandro —dijo con formalidad—, disculpe. Quiero presentarle a mis padres.
—Por supuesto —respondió Alessandro con cortesía, acercándose a ellos—. Mucho gusto, caballero. Soy Alessandro Moretti, y este es mi hijo, Emilio.
—Un placer, señor Moretti —dijo Edgar Montero, estrechando su mano con firmeza—. Y ella es mi amada esposa, Arianna.
—El gusto es mío, señora —añadió Alessandro, con una leve inclinación respetuosa hacia la mujer.
—Creo que el hecho de que estén aquí en el desfile indica que aceptaron el proyecto de nuestra hija —comentó Arianna con una sonrisa maternal, orgullosa.
—Claro que sí —asintió Alessandro con convicción—. Es un proyecto que no se podía dejar escapar.
—Nos alegra mucho —agregó Edgar—. Susy ha trabajado muy duro, y verla llegar a este punto es una gran satisfacción para nosotros como padres.
Emilio se mantuvo en silencio durante unos segundos, observando la interacción familiar. Había calidez, respeto y un vínculo genuino entre ellos. Algo en su interior se removió al ver cómo la caleña era mirada con admiración por su familia.
Él no estaba acostumbrado a esa cercanía emocional, sobre todo cuando de negocios se trataba. En su mundo, las relaciones eran más frías, estratégicas… superficiales.
Se sintió fuera de lugar.
Pero también sintió curiosidad.
Y eso, para alguien como Emilio Moretti, podía ser aún más peligroso que la atracción...
interesa el empresario arrogante, Emilio va a dar todo en esa fiesta que espero y sea ya rl inicio de una nueva relación /Kiss//Pray/