Mi nombre es Isabel del Castillo y, a la edad de dieciocho años, mi vida experimentó un cambio radical. Me vi obligada a contraer matrimonio con Alejandro Williams , un hombre enigmático y de gran poder, lo que me llevó a quedar atrapada en una relación desprovista de amor, llena de secretos y sombras. Alejandro, quien quedó paralítico debido a un accidente automovilístico, es reconocido por su frialdad y su aguda inteligencia. Sin embargo, tras esa fachada aparentemente impenetrable, descubrí a un hombre que lucha con sus propios demonios.
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Aprobada
༺Narra : narra Alejandro ༻
Oliver estaba al teléfono, manteniendo una conversación con Isabel
coordinar la cena programada para esa noche. Lo miré atentamente mientras se concentraba en ultimar los últimos detalles de la planificación.
—Sí, señorita Isabel —dijo con voz clara y amable—, la señora está realmente interesada en conocerla, por lo que ha decidido organizar una cena para esta noche. ¿Preferiría que yo pase a recogerla? No dude en avisarme si así lo prefiere.
Colgó el teléfono y se giró hacia mí con una expresión serena.
—Todo está preparado, señor. La señorita llegará a las ocho en punto.
—Muy bien, Oliver. Por favor, asegúrate de que todo esté en perfectas condiciones para la cena.
La tarde transcurrió velozmente y, antes de que me diera cuenta, la noche ya había caído por completo. La mesa estaba impecablemente dispuesta, con cada detalle cuidadosamente colocado. Papá y mamá ya estaban sentados en el comedor, mostrando su impaciencia y emoción por la llegada de Isabel.
—¿Falta mucho para que llegue? —pregunté, un tanto inquieto.
—Su chofer comentó que ella está cerca, señor —respondió Oliver con serenidad.
—No te preocupes, hijo. Es normal que se retrase un poco. Además, aún es temprano —dijo mamá, tratando de tranquilizarme.
No entiendo por qué las chicas tardan tanto tiempo en prepararse para salir. Parece que necesitan una eternidad para elegir la ropa adecuada, maquillarse y peinarse. Me pregunto qué es lo que toman en cuenta durante ese proceso, ya que parece ser muy importante para ellas. Quizás se trata de querer lucir perfectas o simplemente de disfrutar del tiempo dedicado a su aspecto. En cualquier caso, me resulta curioso y un poco sorprendente.
Finalmente, Isabel hizo su aparición. Para mi sorpresa, Lucía lucía radiante con ese vestido de un hermoso tono azul. La prenda se ajustaba a la perfección a su figura, realzando sus curvas de manera elegante y armoniosa.
—¿Es ella? —preguntó mamá, su rostro reflejando una emoción palpable que apenas podía ocultar.
—S-sí, lo es —respondí, esforzándome por articular las palabras en medio de la tensión del momento.
Mamá, con una mezcla de nerviosismo y alegría, se levantó de su asiento para dar la bienvenida a la visitante.
—Isabel, querida, es un placer conocerte finalmente —expresó mamá con una cálida sonrisa.
—El placer es mío, señora Williams —respondió Isabel, devolviendo la sonrisa.
—No es necesario que seas tan formal; al fin y al cabo, seremos familia. Así que, por favor, llámame solo Roberta.
Nos acomodamos en la mesa y dimos inicio a la cena. La charla se desarrolló de forma espontánea, con mamá y papá haciendo diversas preguntas sobre la boda y nuestros proyectos para el futuro.
—¿Han tomado ya una decisión sobre el lugar donde se celebrará la boda? —inquirió papá, mientras se servía un poco más de vino en su copa.
—Ya estoy gestionando ese aspecto —respondí.
—Considero que sería mejor que nos dejarás esto a nosotras, ya que ustedes no tienen mucha experiencia en este tipo de tareas. Solo tienes que recordar cómo le fue a tu padre la última vez que le pedí que se encargara de algo similar; casi todo salió mal—expresó mamá, dirigiendo una mirada hacia papá.
—En mi defensa, te mencioné que no era mi fuerte, pero tú insististe —confesó papá.
La cena prosiguió en un ambiente agradable, a pesar de que era palpable la tensión que flotaba en el aire. Isabel se esforzaba al máximo por impresionar a mamá, y parecía verdaderamente interesada en establecer una conexión más profunda con ella. Cada vez que intercambiaban palabras, Isabel mostraba una sonrisa amable y hacía preguntas que revelaban su deseo de conocerla mejor, mientras que la madre observaba con atención, evaluando cada gesto y respuesta. La situación, aunque amena, estaba cargada de un sutil nerviosismo que las dos intentaban disimular.
Después de que todos terminaron de cenar, Isabel se puso de pie para dirigirse al baño. Su madre, sentada en la mesa, la observó con una sonrisa cálida en el rostro.
—Me parece que Isabel es una buena elección como tu esposa, Alejandro —comentó su madre, con un tono de aprobación en su voz.
Aunque asentí con la cabeza, mi mente estaba ocupada en otros pensamientos, distantes y difusos. A medida que pasaban los minutos, comencé a notar que Isabel se estaba demorando más de lo habitual en el baño. La inquietud empezó a apoderarse de mí y, tras reflexionarlo un momento, decidí levantarme y buscarla para asegurarme de que estaba bien.
Al acercarme al pasillo, la observé conversando animadamente con Frederick. Decidí detenerme un momento, quedándome un poco atrás y ocultándome para poder escuchar lo que decían sin que ellos me notaran.
—Isabel, ¿por qué te ves tan nerviosa? —inquirió Frederick, utilizando un tono que trataba de sonar inocente, aunque yo sabía muy bien que había algo más detrás de sus palabras.
—No estoy nerviosa —contestó Isabel, dejando entrever que se sentía claramente incómoda ante la pregunta de él.
Frederick se acercó a ella un poco más, deslizando su mano con suavidad por su cabello.
—Eres tan hermosa —comentó, enarcando una sonrisa que me resultó inquietante y desagradable.
Isabel, al sentir su toque, rápidamente apartó su mano y dio un paso atrás para distanciarse.
—Por favor, mantén tu distancia —le pidió con firmeza, su tono denotando incomodidad.
—¿Estás segura de eso? Ya somos adultos —replicó él, sin rendirse, acercándose de nuevo hacia ella—. Solo intento ser amable y cordial.
—Tu forma de ser tan amigable me resulta, en cierta medida, desconcertante.
Frederick intentó acercarse de nuevo, pero Isabel lo abofeteó.
—Por favor, mantén tus manos alejadas de mí y respétame. Soy la prometida de tu hermano. Está bien que hayas utilizado tus encantos con mi hermana, pero yo no soy ella... ¿entendido?
En ese instante, decidí salir de mi escondite y me acerqué a ellos, intentando dar la impresión de que no había presenciado nada de lo que estaba sucediendo.
—He venido por ti, Isabel. Mamá te está esperando en la mesa —le dije, mientras esbozaba una leve sonrisa en mi rostro.
Isabel me miró y asintió, sonriendo de vuelta, antes de dirigirse nuevamente hacia el comedor. Tomé un momento para contemplar a Frederick una vez más.
—Considero que deberías aplicarte algún tratamiento —comenté, señalando su mejilla con un tono sutilmente burlón—. Así ayudarías a reducir la hinchazón.
Frederick guardó silencio, y yo me dirigí de nuevo al comedor, sintiéndome complacido.