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Destruyeme

Destruyeme

Status: Terminada
Genre:Romance / Completas / Posesivo / Amor-odio / Bestia
Popularitas:5.8k
Nilai: 5
nombre de autor: Deiver Gutierrez

Sabía que acercarme a Leonel era un error.
Encantador y carismático, pero también arrogante e irreverente. Un boxeador con una carrera prometedora, pero con una reputación aún más peligrosa. Sus ataques de ira son legendarios, sus excesos, incontrolables. No debería quererlo. No debería desearlo. Porque bajo su sonrisa de ángel se esconde un demonio capaz de destrozar a cualquiera en cuestión de minutos. Y sé que, si me quedo a su lado, terminaré rota.
Pero también sé que no puedo –no quiero– alejarme de él.
Leonel va a destruirme… Y, aun así, estoy dispuesta a arder en su infierno.

NovelToon tiene autorización de Deiver Gutierrez para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 4 | Leonel

Estoy furioso.

No puedo dejar de respirar con dificultad. No puedo ordenar mis pensamientos. No puedo hacer otra cosa más que actuar por instinto. Sé que no estoy haciendo lo correcto. Sé que estoy perdiendo los estribos. ¡Debo! ¡Calmarme!

Reclino mi cuerpo hacia adelante y tomo una inspiración profunda.

El aroma a frutas y menta me golpea de pronto. Es un aroma agradable. Tranquilizador. Tomo otra inspiración y el aroma invade mis fosas nasales, embriagándome de golpe. Una tercera inspiración es inhalada y me permito acercarme un poco más a la fuente del aroma. Me permito acercarme un poco más al cabello de Lucia.

Ella está temblando. Su respiración es temblorosa e irregular. Ella me tiene miedo...

Me alejo de ella de golpe y no me atrevo a mirarla. ¿Qué acabo de hacer?... Nunca he golpeado a una mujer. Nunca he estado cerca de hacerlo, ¿Por qué perdí los estribos tan fácilmente?, ¿Qué está mal conmigo?...

Paso mis manos sobre mi cabello y tiro de él con desesperación. No me atrevo a mirarla. ¿Cómo voy a mirarla después de que aplasté mi puño junto a su cabeza?, ¿Cómo voy a mirarla cuando sé que me tiene miedo?

—L-Lo siento —tartamudeo con la voz enronquecida. Mi máscara de serenidad se está resquebrajando. No puedo dejar que se rompa.

Ella no me responde y quiero gritar. Quiero mirarla, y al mismo tiempo no quiero encontrarme con un rostro aterrorizado.

—Nunca he... —trago saliva para disminuir el temblor de mi voz—. Nunca le he pegado a una mujer. Nunca lo he hecho. Yo no...

Me obligo a mirarla. Ella está ahí, de pie, mirándome con terror. Sus bonitos ojos castaños están pintados con miedo. Miedo de mí.

—Lo siento tanto —mi voz se quiebra y aprieto la mandíbula. Estoy a punto de perderlo... Estoy a punto de quebrarme. Estoy a punto...

—Q-Quiero ir a casa —susurra con un hilo de voz y siento como si arrancaran algo de pecho.

Yo asiento y camino hacia el auto con mucha cautela. Ella se aleja de mí un poco más de lo que me hubiese gustado y le abro la puerta. Me alejo un par de pasos. No quiero que piense que estoy lo suficientemente cerca como para hacerle daño.

Esto ha pasado antes. He hecho cosas así antes. Chicas me Lucia mandado a la mierda por cosas así en el pasado; pero no entiendo por qué con ella me importa tanto. No entiendo por qué con ella estallé tan rápidamente. ¿Qué está pasándome?

Cierro la puerta cuando ella sube y rodeo el auto. Abro la puerta y echo una mirada rápida en su dirección. Está pegada a la puerta. Casi como si no quisiera estar tan cerca de mí. Me deslizo en el asiento y enciendo el motor.

La música ruge en los altavoces y apago el estéreo. No estoy de humor para música. No estoy de humor para nada.

No hablo. Ni siquiera la miro. Sé que ella no está mirándome. Tengo el impulso de disculparme una vez más, pero no lo hago. Ya me he disculpado y ella ya me ha escuchado. Disculparme no cambia lo que hice. No lo borra. ¿Qué está mal conmigo?...

Me detengo en una luz roja. No hay muchos autos en la avenida y no hay mucho movimiento en la calle. Entonces, escucho un pequeño ruidito. Una respiración casi imperceptible, un jadeo. Miro hacia Lucia y entonces la veo. Está llorando.

Algo dentro de mi pecho se estruja y aprieto las manos en el volante. Me odio. Me odio por hacerla llorar. Me odio por no saber controlarme. Me odio por ser un idiota inconsciente.

La luz verde se enciende y avanzo hasta que encuentro un lugar junto a la acera donde puedo estacionarme. Detengo el auto y apago el motor. Ella sigue llorando. Intenta ser silenciosa, pero sé que está llorando.

Me giro para mirarla y trago duro. Está hecha un ovillo en el asiento a mi lado y se ve tan frágil, tan pequeña...

Recuerdo a la chica bajo la lluvia o a la chica de la cafetería y me parece tan distinta ahora. Tan frágil, tan asustada...

—Lucia, lo siento. No tienes idea de cuánto lo siento. Nunca había hecho algo así —miento. Claro que lo he hecho. Claro que he hecho cosas así. Yo soy así. No puedo evitarlo.

Ella seca las lágrimas con sus manos temblorosas; como si así pudiera hacerme sentir mejor. —N-No te disculpes —su voz es débil, entrecortada.

Quiero estirar mi mano y acariciar su mejilla. Quiero atraerla hacia mi regazo y abrazarla hasta que deje de llorar, pero no lo hago. Me limito a observarla.

—Soy un imbécil —digo entre dientes. Desviando la mirada.

— ¡No! —Repite ella—, no lo eres... Yo...

No la miro. No quiero que verla a los ojos cuando me mienta. No quiero hacerlo.

—M-Mi papá golpeaba a mi mamá —susurra y me siento aún más idiota e imbécil de lo que ya soy—. Él... Él casi la mata una vez. Y-Yo solo... Yo...

—Nunca le he pegado a una mujer —digo. Es cierto. Nunca lo he hecho. La verdadera pregunta que flota entre nosotros realmente es: ¿Cuánto falta para que lo haga?...

— No lo entiendes —susurra—. Él me amenazaba. Él golpeaba cosas cerca de mí. Él... Yo sólo... Lo recordé.

Aprieto las manos en el volante y cierro mis ojos. ¿Algún día llegaré a pegarle a mi mujer?, ¿Algún día seré como ese hombre?, ¿Amenazaré a mis hijos?, ¿golpearé a mi esposa?...

—T-Tengo un problema —admito por primera vez en muchos años—. S-Sufro de t-trastorno explosivo intermitente.

Decirlo duele. Decirlo lo hace real. Decirlo lo hace presente entre nosotros. Decirlo lo hace mi realidad. Una realidad de la que he estado huyendo desde hace años.

Lucia no dice nada. No me atrevo a mirarla. Si hay algo que odio más que ver el miedo de las personas en su mirada, es ver la compasión. No quiero que ella me compadezca.

—No controlo mi ira. No controlo mis reacciones ante algo que me molesta. Actúo por inercia..., cegado por el coraje y la ira. Yo... —mi garganta se cierra. No voy a mostrar debilidad. No soy débil.

¿Por qué estoy diciéndole esto a ella?, ¿Por qué la elegí a ella para que lo supiera?, quizás es porque me ha contado acerca de su padre, quizás es porque nunca nadie se ha abierto tanto conmigo. Quizás sea, simplemente, porque no quiero arruinar las cosas con ella...

No quiero mirarla.

—Quiero caminar —susurra y me vuelvo para mirarla. Me observa con una sonrisa triste y amable pintada en el rostro—. ¿Me acompañas?

Baja del auto y bajo con ella. Pongo el seguro a las puertas y corro para alcanzarla. Va a media cuadra lejos de mí. Cuando alcanzo su paso, disminuyo el mío.

No me mira. Está mirando al cielo. Yo miro al cielo con ella y no logro ver nada más que nubes de contaminación.

Caminamos en silencio un par de minutos cuando escucho cómo suspira. Su mirada se encuentra con la mía y pregunta—: ¿Cuándo supiste?

— ¿Qué cosa?

—Acerca de tu... problema.

Clavo mi vista en mis pies. —Siempre he sido un chico problemático. Me metía en muchas peleas cuando estaba en la primaria. Me echaron de tres secundarias debido a eso... Era mi cuarta escuela en un año cuando el psicólogo me envió con un especialista. Ahí fue cuando le pusieron nombre a mi ira irracional...

Espero en silencio por su respuesta; en cambio, se limita a decir—: Es tu turno.

La miro durante un largo rato, intentando ver algo de miedo o compasión en su mirada, pero no encuentro nada. Ella quiere que sigamos jugando. Ella quiere que yo le pregunte algo a ella...

— ¿Alguna vez te golpeó? —digo finalmente.

—No me golpeó —comienza, y noto el filo triste en su tono—. Pero si me hizo daño. Eran vísperas de navidad. Era mi cumpleaños número diez... —su mirada se fija en un punto en la nada mientras caminamos—. Mamá había pasado la tarde cocinando para mí y mis amigas, cuando llegó. Le gritó que no pensaba comer basura para niños —me mira y acota—: Eran hamburguesas.

Yo le regalo una media sonrisa y ella continúa—: Comenzó a empujarla. Yo no quería que la lastimara una vez más. Así que lo empujé. Él, en su lugar, tomó la parrilla caliente y me golpeó con ella —su voz se quiebra y yo aprieto los puños. Un golpe de ira me ataca, pero intento mantenerme tranquilo—. Yo llevaba un bonito vestido con la espalda descubierta. La piel de mi espalda, literalmente, se desprendió con el calor de la parrilla —su mirada encuentra la mía y veo sus ojos llenos de lágrimas sin derramar—. Mi espalda es una horrible masa de piel arrugada y deforme.

Quiero mirarla. Quiero mirar su espalda, y quiero decirle que no hay absolutamente nada malo en ella. Quiero abrazarla. Quiero...

—Es mi turno — dice componiendo una sonrisa forzada y yo asiento, sonriéndole de vuelta—. ¿Alguna vez te has enamorado?

Su pregunta me toma desprevenido. ¿Tiene algún caso mentir cuando le he contado tanto?...

—Si —digo—. No terminó muy bien que digamos. Ella... —suspiro—, ella terminó poniendo una orden de restricción en mi contra —niego con la cabeza. No estoy listo para contarle eso. No aún—. Es una larga historia que...

—Que estúpida —exclama interrumpiéndome. Yo la miro con curiosidad—. Si puso una orden de restricción en tu contra sólo porque eres... explosivo, es una estúpida.

No puedo evitarlo. Sonrío. Sonrío como estúpido. Meto las manos en mis bolsillos para reprimir las ganas que tengo de abrazarla y miro hacia la calle vacía. — ¿Tú te has enamorado? —pregunto.

—Una vez... Tampoco terminó muy bien. Siempre supe que era un chico con fama de mujeriego, sólo nunca quise creer que llegaría a engañarme —responde y los recuerdos me asaltan. Ella también me engañó a mí también. Tenemos más cosas en común de las que imaginaba...

— ¿Te arrepientes de haber venido conmigo esta noche? —pregunto porque tengo que saberlo.

—No. No en lo absoluto —responde con seguridad y yo la miro con incredulidad.

—Te asusté hasta la mierda —estrecho los ojos, sin comprender qué está mal en ella.

—Y me confiaste tu secreto sin conocerme. No me arrepiento —dice y sonríe.

Esta vez, su sonrisa es sincera y honesta. — ¿Tú te arrepientes? —pregunta.

Hago una mueca, y ella me golpea suavemente. No puedo evitar echarme a reír. —Por supuesto que no me arrepiento. Debo admitir que esperaba otra cosa de esto.

— ¿Qué esperabas?

— ¿Honestamente?, besarte en la parte trasera de mi coche y no volver a llamarte.

—No voy a besarte —dice y yo sonrío.

—Lo sé.

—En serio, no voy a besarte.

—En serio, lo sé.

Espero un momento antes de volver a hablar—: ¿Aceptarías salir conmigo una vez más, si lo pregunto? —el nerviosismo me asalta de nuevo. ¿Por qué, en el infierno, estoy tan nervioso?

Ella hace una mueca, pero luego sonríe. —Inténtalo.

— ¿Saldrías conmigo una vez más? —pregunto. Un nudo se instala en la boca de mi estómago.

—Inténtalo de nuevo —sonríe, pero noto un ligero rubor en sus mejillas.

—Tengo una mejor idea —digo poniéndome frente a ella. Lucia me mira a los ojos con atención. No hay rastro de miedo en su mirada y casi quiero gritar del alivio.

—Te escucho...

—Ven a verme pelear —digo—. El próximo sábado tengo una pelea de clasificación. Ven a verme.

Ella duda un poco. — ¿A cuántas chicas has querido impresionar invitándolas a verte pelear?

—A ninguna —es cierto. No he invitado a ninguna. Ellas van por su cuenta. Ellas me buscan a mí. Yo nunca he llevado a nadie. Jamás he invitado a una chica personalmente.

Noto cómo su mirada se ilumina con un sentimiento que no puedo descifrar, y sonríe. Yo sonrío de vuelta.

—De acuerdo —dice.

— ¿De acuerdo? —Repito. No puedo creer que haya aceptado.

—Sí, de acuerdo.

No lo reprimo, tomo su barbilla entre mis dedos e inclino su cabeza para depositar un suave beso en su mejilla. El mero contacto me eriza la piel. ¿Qué demonios está pasando conmigo?...

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Martha Alvarado
perdida de tiempo pésimo escritor
Angeles Reyes
que como que terminó que perdida de tiempo 😔
Deiver: la segunda parte ya casi la tengo lista y la vendere en pdf 1usd ya que no estoy ganando nada en la app de momente
total 1 replies
Lily Solano
Cuanto siento haber perdido el tiempo leyendo una novela que la dan por terminada ,, cuando aún tiene aun tantos vacíos para dar un buen desenlace eso no es fin le falta quedo inconclusa y no informe si es que hay segunda parte y que de ahí sea un buen desenlace final, pero al contrario asoma otra novela en su prefil el nombre del actor principal de esta Apuntado que va ser según una novela ĹGBTI y la verdad quizás muchas lectoras no esperábamos eso su es que esa es la segunda parte
Deiver: ya estoy terminando detalles de la segunda parte pero esa vendere el pdf 1usd ya que no estoy monetizando nada en la app aun y la otra novela lgbtq es cosa aparte
Mercedes Palavecino: Concuerdo con vos.
total 2 replies
Silvina Claudia Rodrigo
No me gusta es violento por demás, no es bueno para nadie ,que lo mande al psicólogo y psiquiatra
Silvina Claudia Rodrigo
Malo
Silvina Claudia Rodrigo
Muy malo
Margarita Ledesma
me gusta.
Silvina Claudia Rodrigo
De ser violento debe alejarse urgente ,los agresivos no cambia
kemberling García
Muy malo
kemberling García
Malo
la_toxic@
estoy enganchada en esta novela empeze hoy y la verdad me fascino, es una historia q te envuelve en cada capítulo espero q actualices pronto xq está muy buena 👏🏻💞☺️
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