“Lo expuse al mundo… y ahora él quiere exponerme a mí.”
NovelToon tiene autorización de Ari Alencastro para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 1: Primer día, viejos recuerdos (parte 2)
Esa noche, mientras Isabella hacía su tarea en el escritorio, algo en su computadora le recordó el caos que había ocurrido semanas atrás.
Una notificación nueva en su página anónima: “El Rey de San Miguel desenmascarado 👑💸” seguía acumulando visitas como si fuera un video de gatitos.
Isa rodó los ojos y se dejó caer sobre la silla.
—Ay, internet… ¿por qué me odias y me amas al mismo tiempo?
El video, que había subido por “accidente” (aunque no tanto), mostraba al mismísimo Damián Montenegro, el chico más popular, rico y arrogante del instituto, hablando con el director.
Bueno, más bien… sobornando al director para que su equipo ganara un concurso de oratoria que claramente no habían merecido.
Fue algo que Isa grabó sin querer cuando intentaba hacer un video sobre “la vida estudiantil honesta”. Pero cuando vio lo que había captado, no pudo quedarse callada.
Así que, con un poco de valor (y cero sentido de autopreservación), lo subió desde su cuenta anónima “VerdadEscolar_17”.
—No fue para tanto… —murmuró mientras mordía un trozo de galleta—. Solo expuse una injusticia. No lo insulté. Bueno… tal vez un poquito.
El título decía:
“Cuando crees que el dinero puede comprarlo todo, incluso la conciencia escolar.”
Ups.
Tal vez un poquito más que “un poquito”.
Pero ¿qué más podía hacer? Isabella no soportaba la injusticia. Era su debilidad. Bueno, eso… y los helados de vainilla.
Mientras tanto, al otro lado de la ciudad, en una mansión más grande que el ego de su dueño, Damián Montenegro miraba ese mismo video en su tablet, con los ojos entrecerrados y el ceño perfectamente fruncido.
Vestía una camisa impecable, llevaba el cabello en su punto exacto de desorden calculado, y su expresión era la definición de “molesto, pero guapo”.
—¿Quién demonios se atreve a publicar esto? —dijo con una sonrisa torcida, esa que solo mostraba cuando algo lo irritaba y lo divertía a la vez.
Su amigo Tomás, que jugaba videojuegos en su sofá, levantó la vista.
—Tal vez fue una chica despechada. Dicen que las del último curso andan obsesionadas contigo, bro.
Damián lo miró con la paciencia de quien ya ha escuchado demasiadas tonterías en un día.
—¿Tú crees que me da tiempo para despechadas?
—Bueno, depende. ¿Incluye despechos con chofer privado?
Damián ignoró el comentario y volvió al video. Lo había visto diez veces, analizando el reflejo en el vidrio, la voz de fondo, el ángulo.
Alguien dentro del instituto lo había grabado.
Alguien con buena vista.
Y alguien que creía que podía esconderse detrás de un perfil anónimo.
—Investígame todo sobre esa cuenta —ordenó con tono tranquilo, sin despegar la mirada de la pantalla.
—¿“VerdadEscolar_17”?
—Sí. Quiero saber quién es antes de que termine la semana.
Tomás lo observó y soltó una risita.
—Bro, te lo tomas muy en serio. Al final va a ser una nerd con coleta y gafas.
—Y cuando la encuentre —añadió Damián, sin hacerle caso—, le enseñaré que jugar con mi nombre no es un pasatiempo.
Al día siguiente, Isabella caminaba por el pasillo del instituto intentando equilibrar sus libros, su lonchera y su dignidad.
Ninguna de las tres cosas parecía segura.
—Vamos, Isa, concéntrate… —susurró mientras intentaba abrir su casillero.
Solo que, como era costumbre, su casillero parecía tener voluntad propia.
—Te juro que si no te abres, te prendo fuego con una mirada.
—¿Estás peleando con tu casillero otra vez? —preguntó Lucas, apareciendo detrás de ella.
Isa se giró tan rápido que los libros volaron por los aires. Uno aterrizó justo en el zapato de Sofía, que pasaba por ahí con su grupo de amigas.
—¿Otra vez distrayéndote, Isabella? —dijo Sofía con voz melosa—. Qué raro, pensé que este año al menos aprenderías a no tropezarte contigo misma.
Isa le dedicó una sonrisa exageradamente amable.
—Y yo pensé que este año al menos dejarías de maquillarte en los pasillos, pero todos tenemos nuestras metas.
Lucas soltó una carcajada que trató de disimular con tos. Sofía lo fulminó con la mirada.
Isa lo miró y le guiñó un ojo.
—Te lo dije, Lucas, mi humor es mi defensa personal.
El resto del día transcurrió entre clases, risas con Lucas y las miradas de Sofía que podrían derretir acero.
Todo parecía normal… hasta que, al salir de la última clase, Isa sintió un escalofrío.
Había alguien observándola desde el auto negro estacionado frente al portón.
Los vidrios eran polarizados, pero ella pudo distinguir una silueta masculina y, por alguna razón, supo que era él.
Damián Montenegro.
No sabía cómo ni por qué… pero ese día algo cambió.
Y aunque ella no lo sabía aún, su pequeño acto de justicia acababa de despertar al enemigo más arrogante y peligroso que podría imaginar.
O como Isa lo describiría en su blog:
“El chico que tiene más dinero que paciencia, y menos humildad que oxígeno.”
Y lo peor era que pronto, muy pronto, ambos se cruzarían en el mismo pasillo.